San Roque fue un peregrino francés que se dedicó a curar a todos los infectados de la peste. Las buenas obras de San Roque con los enfermos no impidieron que se contagiase él mismo y fuese expulsado al bosque donde se curó milagrosamente. Su devoción inspiró el hospedaje de enfermos de peste y la construcción de numerosos templos que le fueron dedicados en Europa y América Latina. Santo protector ante toda clase de epidemias, su intervención era solicitada por los habitantes de muchos pueblos que le atribuían la desaparición de la enfermedad, por lo que se le nombraba santo patrón de la localidad.
San Roque es protector de los enfermeros y los cirujanos, pero no le ha inspirado medidas al Ministro de Sanidad para impedir la propagación del hipercontagioso coronavirus en nuestro país. El COVID-19 liquida preferentemente a población improductiva que acarrea gastos médicos, por lo que los responsables de Sanidad están dispuestos a asumir sus consecuencias. Los medios de propaganda insisten en que, una vez superas la enfermedad, desarrollas inmunidad. Pero lo único comprobado es que se producen recaídas y que la cepa puede mutar y adaptarse a cualquier población y clima.
La gripe española de hace un siglo se llevó de cuarenta a cien millones de europeos a las fosas. El índice de mortalidad de este nuevo patógeno, mucho más contagioso, depende de la resistencia del enfermo y de la eficacia del sistema sanitario sobre esta amenaza biológica que ha salido de algún bichejo o de la probeta de un laboratorio.
Ni el Gobierno ni las Comunidades suspendieron las concentraciones callejeras ni deportivas hasta que saltaron las alarmas. Guantes y mascarillas están agotadas en el comercio, en parte por la requisa de material para los hospitales. Por tanto, la epidemia se ha generalizado en el transcurso de semanas. El COVID-19 tiene un vector de contagio tres veces superior a la gripe y se propaga en progresión geométrica, duplicándose las infecciones desde las dos semanas de incubación, antes incluso de tener síntomas.
El 90% de las personas lo pasarán asintomáticamente, preferentemente niños y jóvenes. Del resto, 8 de cada 10 pasarán de dos o tres semanas en casa con tos seca, dolor de cabeza y muscular. El 2% restante sufrirá dificultad para respirar, que requerirá ingreso hospitalario o respiración asistida en la UCI. La mortalidad más elevada se produce en este grupo, cuando presentan el Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS).
Estas son las cifras a las que se enfrenta la Sanidad occidental, aunque los datos en China han sido peores. De los 40 millones de españoles, se prevé que 600.000 necesitarán ingreso hospitalario con oxígeno, y 200.000 necesitarán UCI. El problema es que en España existen, entre el sistema sanitario público y el privado, solo 200.000 camas hospitalarias y 3.800 camas de UCI. Los hospitales se reorganizan para paliar en la medida de sus posibilidades la carencia de camas para los infectados.
A pesar de las drásticas medidas del Estado de Alarma, los suministros médicos faltan y, como consecuencia, más del 10% del contagio afecta a personal sanitario. El Ejército ha empezado a montar hospitales de campaña pero en los centros médicos se ingresa selectivamente a los más aptos para sobrevivir, desahuciando al resto.
Se esperan con impaciencia los tests que permitan a la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica poder informar del alcance nacional de la pandemia. Este organismo debe actuar en casos de enfermedades transmisibles, de brotes o de microorganismos, consensuando con las autoridades autonómicas y locales las medidas de salud pública de cara al control de las amenazas transfronterizas graves para la salud. A la vista está que no se dispone de datos epidemiológicos suficientes sobre el porcentaje de población portadora, pero se supone que el confinamiento general detendrá la progresión de los brotes.
Ahora es el momento de comprobar si a la salud pública le conviene que los inmigrantes no puedan acceder a todos los servicios sino sólo a las urgencias, como han establecido nuestros políticos. Vamos a ver si a los que no se les vacuna ni se les hace un seguimiento completo, podemos echarles la culpa de contagiarnos.
El 90% de las personas lo pasarán asintomáticamente, preferentemente niños y jóvenes. Del resto, 8 de cada 10 pasarán de dos o tres semanas en casa con tos seca, dolor de cabeza y muscular. El 2% restante sufrirá dificultad para respirar, que requerirá ingreso hospitalario o respiración asistida en la UCI. La mortalidad más elevada se produce en este grupo, cuando presentan el Síndrome Agudo Respiratorio Severo (SARS).
Estas son las cifras a las que se enfrenta la Sanidad occidental, aunque los datos en China han sido peores. De los 40 millones de españoles, se prevé que 600.000 necesitarán ingreso hospitalario con oxígeno, y 200.000 necesitarán UCI. El problema es que en España existen, entre el sistema sanitario público y el privado, solo 200.000 camas hospitalarias y 3.800 camas de UCI. Los hospitales se reorganizan para paliar en la medida de sus posibilidades la carencia de camas para los infectados.
A pesar de las drásticas medidas del Estado de Alarma, los suministros médicos faltan y, como consecuencia, más del 10% del contagio afecta a personal sanitario. El Ejército ha empezado a montar hospitales de campaña pero en los centros médicos se ingresa selectivamente a los más aptos para sobrevivir, desahuciando al resto.
Se esperan con impaciencia los tests que permitan a la Red Nacional de Vigilancia Epidemiológica poder informar del alcance nacional de la pandemia. Este organismo debe actuar en casos de enfermedades transmisibles, de brotes o de microorganismos, consensuando con las autoridades autonómicas y locales las medidas de salud pública de cara al control de las amenazas transfronterizas graves para la salud. A la vista está que no se dispone de datos epidemiológicos suficientes sobre el porcentaje de población portadora, pero se supone que el confinamiento general detendrá la progresión de los brotes.
Ahora es el momento de comprobar si a la salud pública le conviene que los inmigrantes no puedan acceder a todos los servicios sino sólo a las urgencias, como han establecido nuestros políticos. Vamos a ver si a los que no se les vacuna ni se les hace un seguimiento completo, podemos echarles la culpa de contagiarnos.
La portavoz del Gobierno escondió a la población el verdadero nivel de riesgo, minimizando los datos hasta que la pandemia nos ha obligado al confinamiento. Cada día se corrigen las medidas adoptadas los días anteriores, lo que demuestra un alto grado de imprevisión. Muchos aplausos y homenajes a los sanitarios pero pocos suministros para que puedan enfrentarse a la emergencia.
El Gobierno se esconde tras el epidemiólogo Fernando Simón, quien rechaza reforzar la protección a las oficinas de farmacia que el director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias considera que asumen "los riesgos propios de su profesión".
Tarde y mal, el Gobierno ha declarado el estado de alarma con la misma ambigüedad y falta de contenido del Acuerdo del Consejo de Ministros de 21 de enero de 2020 que declaraba "la emergencia climática y ambiental en respuesta al consenso generalizado de la comunidad científica, que reclama acción urgente para salvaguardar el medio ambiente, la salud y la seguridad de la ciudadanía".
A declarar chorradas para contentar a Greta Thunberg y el lobby que la encumbró, que no han servido ni para reducir la contaminación ni mucho menos para proteger nuestra salud. La emergencia del coronavirus es lo que ha paralizado fábricas y la circulación de vehículos. La producción mundial puede verse paralizada y se han hundido las Bolsas aunque el sector farmacéutico se las promete felices.
Los trabajadores y sus familias enclaustradas recibirán un subsidio para compensarles de la regulación de empleo generalizada que el tiempo dirá si es sólo temporal. Eso se paga con los impuestos que se van a recaudar de empresas en crisis, lo que vaticina un resultado de las finanzas públicas deficitario con todos los sectores económicos en la incertidumbre o en bancarrota.
Aunque acaso no creamos en el favor divino, el miedo al contagio puede llevarnos a confiar en la antisepsia del burka o quién sabe qué creencias y remedios naturales. Sin embargo, a los iraníes los velos y capuchones no les han funcionado contra el contagio. Y como es mejor hacer algo mientras permanecemos en internamiento domiciliario preocupados por no contagiarnos de los vecinos, conjuremos la peste con esta invocación a Dios y al santo, que es una alternativa a la oración con las propias palabras del poeta.
El Gobierno se esconde tras el epidemiólogo Fernando Simón, quien rechaza reforzar la protección a las oficinas de farmacia que el director del Centro de Coordinación de Emergencias y Alertas Sanitarias considera que asumen "los riesgos propios de su profesión".
Tarde y mal, el Gobierno ha declarado el estado de alarma con la misma ambigüedad y falta de contenido del Acuerdo del Consejo de Ministros de 21 de enero de 2020 que declaraba "la emergencia climática y ambiental en respuesta al consenso generalizado de la comunidad científica, que reclama acción urgente para salvaguardar el medio ambiente, la salud y la seguridad de la ciudadanía".
A declarar chorradas para contentar a Greta Thunberg y el lobby que la encumbró, que no han servido ni para reducir la contaminación ni mucho menos para proteger nuestra salud. La emergencia del coronavirus es lo que ha paralizado fábricas y la circulación de vehículos. La producción mundial puede verse paralizada y se han hundido las Bolsas aunque el sector farmacéutico se las promete felices.
Los trabajadores y sus familias enclaustradas recibirán un subsidio para compensarles de la regulación de empleo generalizada que el tiempo dirá si es sólo temporal. Eso se paga con los impuestos que se van a recaudar de empresas en crisis, lo que vaticina un resultado de las finanzas públicas deficitario con todos los sectores económicos en la incertidumbre o en bancarrota.
Aunque acaso no creamos en el favor divino, el miedo al contagio puede llevarnos a confiar en la antisepsia del burka o quién sabe qué creencias y remedios naturales. Sin embargo, a los iraníes los velos y capuchones no les han funcionado contra el contagio. Y como es mejor hacer algo mientras permanecemos en internamiento domiciliario preocupados por no contagiarnos de los vecinos, conjuremos la peste con esta invocación a Dios y al santo, que es una alternativa a la oración con las propias palabras del poeta.
Jaque de aquí con este santo Roque,
peste cruel, que quiere Dios que aplaque
este bordón con su divino jaque
todo peligro que a los hombre toque;
y que las piezas del contrario apoque,
y el alma dama en el postrero escaque,
libre de tretas y peligros, saque
cualquiera que su nombre santo invoque.
peste cruel, que quiere Dios que aplaque
este bordón con su divino jaque
todo peligro que a los hombre toque;
y que las piezas del contrario apoque,
y el alma dama en el postrero escaque,
libre de tretas y peligros, saque
cualquiera que su nombre santo invoque.
Procura el negro alfil que el hombre peque,
y con sus tretas ya le pone a pique,
porque de la piedad la oliva seque.
Mas Roque hace que el bordón se aplique
a la espada de Dios, y el rigor trueque,
y que su cruz a Cristo signifique.