Así relata el coronel Juan Alberto Perote su paso por Italia para participar en un programa especial de adiestramiento castrense dirigido por la CIA: la red «Gladio: «En febrero de 1969 me incorporé a la Scuola d'Infanteria de Cesano, cerca de Roma, para realizar su famoso curso de «ardimento». La palabra ardito significa atrevido, y en aquel contexto definía al militar dispuesto a todo. Me convertí en el primer militar español admitido en tan selecto club y en el único alumno que no pertenecía a la OTAN. La CIA me consideraba miembro durmiente de la red stay behind (permanecer detrás), una estructura armada y secreta de la Alianza destinada a organizar actos partisanos y a la captación de nuevos adeptos en el caso de que Europa Occidental fuera ocupada por el Pacto de Varsovia. Desde entonces, lucí en mi guerrera el distintivo de aquel curso y, ahora que lo pienso, es una espada de gladiador: un gladio.»
Esta organización clandestina, íntimamente conectada con la OTAN, tiene en España, a través del SECED, y más tarde del CESID, una significativa actividad, especialmente durante la Transición. La ultraderecha italiana, controlada por sus servicios secretos y la CIA, actúa intensamente durante los años setenta y ochenta en nuestro país. Los crímenes del Batallón Vasco Español y después de los GAL, la matanza de Atocha y el golpe de Estado del 23-F, entre otros acontecimientos, tienen algún tipo de relación con «Gladio».
Las investigaciones del juez italiano Felice Casson sobre el atentado de Peteano de Sagredo, cometido en el norte de Italia el 31 de mayo de 1972, en el que mueren tres carabineros, conducen al descubrimiento de un «ejército duplicado» y clandestino, una especie de OTAN paralela, creado a mediados de los cincuenta, con una estructura controlada por los servicios de inteligencia norteamericanos. «Gladio», el nombre con el que se conoce la rama italiana de esta red secreta, se acaba empleando para denominar a toda la organización.
Pero en Bélgica, originariamente, adopta el nombre de «Red Retaguardia», y en Grecia, el de «Vellón», o «Piel de oveja». Durante la dictadura franquista, en España la red «Gladio» está coordinada desde el SECED.
En diciembre de 1969 explota una bomba en el Banco de Agricultura de piazza Fontana, en Milán, que causa 17 muertos y 90 heridos. La policía detiene a un anarquista, Pinelli, al que se quiere responsabilizar del atentado, y que cae desde un piso de la comisaría durante el tercer día de los interrogatorios. Diez años más tarde son condenados por los hechos dos fascistas y un miembro de los servicios secretos italianos.
En diciembre de 1970 hay un intento de golpe de Estado, encabezado por Valerio Borghese, que se refugia en España tras el fracaso de su plan. Tres años después se descubre un nuevo proyecto fascista de golpe de Estado, y en mayo de 1974 explota una bomba en Brescia, durante una manifestación sindical, que causa 8 muertos y un centenar de heridos. Tres meses más tarde, el 4 de agosto, explota una bomba en el tren Italicus, que causa 12 muertos y 45 heridos. La estrategia de la tensión auspiciada por la CIA continúa y en agosto de 1980 explota una nueva bomba en la sala de espera de segunda clase de la estación ferroviaria de Bolonia, que provoca 85 muertos y centenares de heridos.
En diciembre de 1984, otro artefacto, colocado en el tren 904 Nápoles-Milán, explota cuando el convoy atraviesa el túnel de los Apeninos y provoca 16 muertos y un centenar de heridos.
El 7 de noviembre de 1988, el escurridizo y turbio político italiano Giulio Andreotti admite ante el pleno del Legislativo italiano que «Gladio» siempre tuvo el apoyo financiero y político de los gobiernos norteamericano, italiano, español, británico y francés. La conmoción provocada por el descubrimiento de la red aumenta tras las declaraciones del entonces ministro de Defensa belga, Guy Coeme, como: «Gladio es una organización secreta, enraizada en los servicios de información militares, que ha actuado coordinadamente en toda Europa».
Las declaraciones de André Moyen, funcionario de los servicios secretos belgas, a los medios de comunicación vienen a confirmar que, a partir de la década de los sesenta: «Los servicios españoles han jugado un papel de faro en el reclutamiento de agentes y en el suministro de información y material para la acción de los servicios paralelos».
En un informe titulado «La CIA conspira en España», de enero de 1984, del que se publican algunos extractos en la prensa española6 , se da a conocerla información descubierta en Atenas por un colectivo del PASOK (Movimiento Socialista Panhelénico) griego sobre los «Planes opcionales para España» y sobre la Operación Transición. En el informe se señala que la mayoría de las actuaciones de los servicios de información norteamericanos en los países del Mediterráneo están coordinadas desde la estación de la CIA en Italia y una de sus principales bases es la embajada estadounidense de Madrid.
Según el ex coronel italiano Alberto Bolo, durante los años setenta, la red «Gladio» dispone de un campo de entrenamiento militar en Maspalomas, a 70 kilómetros de Las Palmas de Gran Canaria. Bolo, que forma parte de la red controlada por la CIA hasta 1976, declara al programa de TVE Informe Semanal, en noviembre de 1990, que cuando él se dirigía a Maspalomas, hacía escala en Barcelona, donde le recogían militares españoles en un vehículo del Ejército. También afirma que asistían a los cursos de instrucción de la base situada en Canarias alrededor de quinientos individuos, algunos españoles y casi todos los demás europeos. En el programa televisivo explica, además, que los «gladios» no estaban seleccionados por su capacidad física o sus conocimientos militares. Eran personas que sabían varios idiomas y su labor debía ser más informativa que operativa. A raíz de estas declaraciones de Bolo, el secretario general de la OTAN, Manfred Woerner, declara en Budapest que «Gladio» es un «secreto oficial». Al mismo tiempo, el Gobierno de Bélgica ordena disolver la red y estudiar sus implicaciones en atentados de la extrema derecha cometidos durante la década de los ochenta.
Durante los últimos años de la dictadura y a lo largo de toda la Transición, España se convierte en refugio de ultraderechistas italianos, que aquí disfrutan de protección policial y capacidad operativa para organizar con tranquilidad sus atentados. Cómodamente asentados en Madrid, trabajan para la Policía española y no cesan de cometer acciones criminales en su país de origen. Tras fugarse de su país, los neofascistas italianos llegan primero a Barcelona y después a Madrid. Los primeros que les apoyan son los falangistas Alberto Royuela y Luis Antonio García Rodríguez, y otros miembros de la Guardia de Franco. La colaboración del principal cabecilla del grupo, Stefano della Chiae, con los servicios de información dirigidos por el teniente coronel San Martín y con el comisario general de Información Roberto Conesa queda acreditada por numerosas informaciones judiciales.
Las investigaciones del juez italiano Pier LuigiVigna desvelan el poder de la trama italiana ultra en la España de los años setenta: «Los servicios secretos españoles utilizaron a exponentes radicales y violentos de los grupos italianos en las provocaciones ultras de los primeros años de la Transición. Policías de la entonces Brigada Político-Social de Madrid frecuentaban la pizzería El Appuntamento, donde se reunían los italianos, buscando mercenarios para llevar a cabo provocaciones y atentados ultras».
Mario Pvicci, Pier Luigi Concutelli, Mario Tuti, Elio Massagrande, Cario Cicuttini y muchos otros se convierten en confidentes y colaboradores de los servicios de seguridad españoles. Comienzan a intensificar sus acciones en los tiempos en que Manuel Fraga es ministro de la Gobernación.
Su intervención en la guerra sucia contra ETA es muy importante y la colaboración de algunos de ellos con la Policía española se prolonga hasta mediados de los ochenta, en la época de los atentados de los GAL. Lo mismo que la de antiguos miembros de la OAS, como Jean-Pierre Cherid, que muere el 19 de marzo de 1984, en Biarritz, al explotarle el artefacto que manipula para atentar contra un etarra. La familia del mercenario llega a reclamar una pensión al Ministerio del Interior, y la solicitud se hace por medio de un conocido policía en excedencia: José Antonio González Pacheco, «Billy El Niño».
Otro capítulo especialmente turbio de la Transición española es la matanza de los abogados laboralistas de la calle de Atocha. En esa ocasión, como en tantas otras, se da carpetazo al asunto sin descubrir quién hay detrás de los autores materiales del atentado, con capacidad real para auspiciar tan terrible atentado. También queda sin aclarar cuál es el origen de las armas empleadas y si algún ultra italiano participa en los hechos. Los abogados supervivientes sólo recuerdan haber visto a dos asesinos, los españoles García Julia y Fernández Cerra, y se acredita que en el descansillo les esperaba Fernando Lerdo de Tejada, pero es posible que fuera del despacho hubiera alguien más.
Declaraciones del ultraderechista italiano arrepentido Calore llevan, en 1982, a la detención del militante de Avanguardia Nacionale (el cabecilla era Della Chiae, que estuvo en Montejurra y en numerosos episodios de la Transición), cuyas confesiones arrojan luz sobre la implicación de los italianos en las tramas negras de la Transición española. Uno 8 El domingo 9 de mayo de 1976, grupos ultraderechistas irrumpen en la concentración carlista de Montejurra (Navarra) y asesinan a Aniano Jiménez Santos y Ricardo García Pellejera. Entre los agresores hay fascistas italianos refugiados en España, como Augusto Cauchi o Stefano della Chiae. 53 de los elementos clave es Cario Cicuttini Filiputti, peligroso ultraderechista que continúa viviendo en España y estuvo casado con la hija del general Fontanals Armengol, un militar vinculado durante años a los servicios de información. Las pruebas periciales de balística, realizadas por expertos policiales, no son concluyentes para determinar el origen de los proyectiles utilizados en la matanza de Atocha. Los abogados supervivientes hablan de que Fernández Cerra llevaba un «pistolón», que disparaba con gran rapidez, lo que encaja con la teoría de que el arma utilizada era un subfusil Ingram Marietta que había pertenecido a la Policía española y que formaba parte de un lote que fue desviado por los servicios de información de Carrero hacia la ultraderecha italiana. Con una de las mariettas de esa partida asesinó el ultra Pier Luigi Concutelli al juez italiano Vittorio Occorsio el 10 de julio de 1976. El inspector de policía Juan José Medina sostiene que «las pruebas periciales que practicó la policía científica sobre las armas de Atocha se hizo sólo con las municiones, con las balas obtenidas, nunca con las armas, pero en cierto momento el informe dice que la cadencia de disparo no puede pertenecer a una pistola normal, sino que debía ser un arma ametralladora y de las características de la Ingram Marietta, puesto que la munición era también de 9 milímetros Parabellum». Continúa el inspector Medina: Tuvimos poca colaboración y nos resultó muy difícil hilvanar la investigación, pero los ultras italianos de la época aparecieron en todos los hechos de aquellas mismas características que se produjeron en España. Además, nosotros tuvimos constatación oficial, por un funcionario de policía, de su conexión con lo de Atocha. Pero la verdad es que no lo sabremos con exactitud, al menos yo. Nosotros fuimos apartados de una forma brusca y violenta, no sólo de esa investigación concreta sino también de algunas otras. Casi todas ellas relacionadas con el mismo entorno. De pronto parece ser que en el Ministerio del Interior se despertó una especie de conciencia de no acosar a nadie. Se nos debería haber avisado antes de hasta dónde se querían llevar las investigaciones. Yo ya tenía previsto un viaje a Italia para entrevistarme con el juez Vigna, que llevaba la investigación de la muerte del juez Occorsio. Aquellos eran unos años muy difíciles de la lucha contra ETA y el gobierno socialista trataba de no hacer lo mismo que había hecho el gobierno anterior, pero quizá se veía obligado por el mismo sistema a continuar determinadas acciones y lo que menos le interesaba en ese momento, posiblemente, era destapar una trama más amplia en la cual hubiera implicado algún otro funcionario o alguna otra instancia.
Es el año 1983, con el PSOE ya en el poder y José Barrionuevo y Rafael Vera en el Ministerio del Interior. Bajo las órdenes del subcomisario Mariano Baniandrés, jefe de la entonces llamada Brigada Antigolpe, el inspector Medina sigue la «pista de las mariettas». Ambos son cesados antes de que puedan concluir su investigación, pero llegan a reconstruir el itinerario de las tres mariettas. Eran subfusiles Ingram, modelo M-19, de 9 milímetros Parabellum, pertenecientes al Servicio Central de Documentación de la Presidencia del Gobierno, entonces dirigido por el coronel Andrés Cassinello Pérez. Las mariettas han sido compradas por la Policía española a la fábrica Military Armament Corporation, de Atlanta (Estados Unidos). El inspector Medina es destituido justo cuando va a viajar a Roma para mostrarle a Concutelli fotos de varios miembros del SECED, con la intención de que el ultraderechista reconozca a la persona que le ha dado el arma. Los jueces Pier Luigi Vigna, de Florencia, y Alberto Macchia, de Roma, dedicados durante años a investigar la subversión fascista italiana y sus conexiones con el extranjero, declararon al diario Il Messaggero que, a partir de las declaraciones de un terrorista italiano arrepentido, que está colaborando con la justicia, han llegado a la conclusión de que un neofascista italiano ha participado en el ametrallamiento al grupo de abogados de la calle de Atocha el 24 de enero de 1977. Y recuerdan que las autoridades españolas nunca han respondido a los magistrados italianos cuando éstos han preguntado «cómo se explica que el jefe militar de Ordine Nuovo, Pier Luigi Concutelli, tuviera en su poder, al ser detenido en Roma, la metralleta Ingram M-10, conocida como marietta, el mismo tipo de arma que sirvió para asesinar a los abogados españoles».
El 10 de octubre de 1991, el Tribunal Civil y Penal de Venecia hace pública la sentencia del procedimiento penal 1/89 contra los jefes de los servicios secretos italianos Fulvio Martini y Paolo Incerilli. En la sentencia del magistrado Felice Casson se señala: «La organización Gladio tuvo su origen en 1956 en un acuerdo entre el servicio secreto militar italiano (SIFAR) y el estadounidense (CIA)». Efectivamente, a partir de ese momento los servicios de inteligencia de ambos países se coordinan para emprender operaciones subversivas a fin de que el proyecto comunista italiano jamás llegue a ganar unas elecciones generales.
La «guerra sucia» y la tensión terrorista, reconocidos ante los medios de comunicación por el entonces presidente de la República italiana, Francesco Cossiga y por la sentencia, que dice más adelante: «No hay duda de que la creación y la actividad de Gladio tuvieron relevancia política y comportaron "cargas financieras" para el Estado italiano, además de "modificaciones", por no decir violaciones de las leyes ordinarias, como aquellas en materia de introducción y transporte de armas y explosivos». Es consciente de todo esto el abogado del Estado que, en fecha 7 de enero de 1991, requiere la opinión del presidente del Consejo de Ministros sobre el complejo clandestino denominado «Stay Behind» (restare indietro, «quedar detrás»). La sentencia concluye que: «El acuerdo del 28 de noviembre de 1956, alcanzado entre los servicios de información italianos y estadounidenses para la creación de la organización clandestina, no es un tratado internacional sino que forma parte de la ejecución y actuación del tratado OTAN aprobado por la ley n.° 465/49».
En el proceso de «estrategia de la tensión» desarrollado en Italia durante varias décadas aparece implicada una larga lista de militares y altos miembros de los servicios secretos. Varios de ellos llegan a ser procesados por actividades terroristas, como los generales De Lorenzo y Miceli.
Una bomba de aire-combustible consiste en un contenedor de un líquido volátil o gas a alta presión que revienta y produce la dispersión del combustible en una nube que se mezcla con el oxígeno de la atmósfera. Entonces detona la carga que propagará la explosión por toda la nube de combustible.
Ya usados en la Segunda Guerra Mundial, se habrían desarrollado en la década de 1960 para ser empleados por los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, para destruir la red de túneles del Viet Cong, "despejar" zonas de jungla para el aterrizaje de helicópteros y "limpiar" campos minados. Las bombas aire-combustible ciertamente existen en la literatura publicada en inglés, ya a mediados de la década de 1970.
Pueden provocar daños internos y asfixia en las personas que hayan quedado fuera de la zona de mayor efecto de la explosión; por ejemplo, en galerías o túneles profundos, a consecuencia de la onda explosiva, el calor y la subsiguiente extracción del aire debida al vacío. Algunos de los combustibles empleados, tales como el óxido de etileno y el óxido de propileno, son altamente tóxicos, por lo que son letales aunque falle su ignición.