GUZMAN1

martes, 4 de noviembre de 2014

CON VIRTUD Y CON BONDAD SE ADQUIERE AUTORIDAD.

Leo un artículo en Hipernova sobre "Política y corrupción en la antigua Roma" basado en la obra del historiador Paul Veyne.

La Roma Imperial, más allá del clientelismo y del favoritismo, o lo que es lo mismo, del tráfico de influencias y de favores, se regía por la extorsión y el soborno desde el simple funcionario hasta el emperador.


Todo trámite, por pequeño que fuese, dependía de que un funcionario de menor categoría presentara un regalo ante uno de rango mayor. Lo importante era conseguir los favores del patrono, o "padrino" que había que pagar con otros favores o mediante propinas (sportulae), que se pagaban al funcionario superior hasta llegar a los dignatarios principales que las pagaban al tesorero imperial.


El “servicio” público era entonces un medio efectivo para enriquecerse rápidamente. Los llamados "proxenetae" eran intermediarios especializados en favorecer las recomendaciones.

El enriquecimiento de los funcionarios no solo procedía de sobornos y propinas sino también de las dietas obtenidas de las arcas del estado, que absorbían la mayor parte de los fondos imperiales.

Cuando el pueblo se sentía oprimido y reclamaba, el gobernador o el mismo emperador redactaba alguna carta pública pidiendo más moderación recaudatoria, pero sin sancionar ni destituir a los funcionarios, cosa muy poco frecuente. Cuando la corrupción era demasiado grave, el funcionario podía perder tanto su patrimonio como sus derechos y su ciudadanía, lo más deshonroso que podía ocurrirle a un romano, que antes perdería su vida a perder su “dignidad”.

Cada uno de los notables tenía una tropa de protegidos, de clientes, a quienes disponían en funciones importantes por medio del intercambio de favores. Pero eran dos las grandes clases de clientes, unos sometidos al patrono, que buscan sus favores o su protección, y otros que eran buscados por los propios patronos, quienes buscaban influencias por medio de ellos. Cada patrono competía con sus pares para tener un gran número de cargos como clientes, que llegaban todas las mañanas a rendirle pleitesía.

El patronazgo también se aplicaba cuando había que defender a algún cliente ante los tribunales de justicia. Los protegidos debían fidelidad exclusiva a sus padrinos, como en la mafia.

Acceder a la función pública era algo muy parecido a adquirir un título nobiliario, constituía parte importante del honor de los romanos, era una adquisición de por vida.  La función pública, que siempre duraba un año pero otorgaba un "status" vitalicio, era considerada como la consagración de todo hombre libre.


Sólo las familias ricas podían acceder a cargos municipales o senatoriales, porque dichos cargos eran muy costosos. Para acceder a unos de estos cargos públicos debían ofrecer al pueblo que votaba imponentes construcciones públicas o grandes fiestas, costeadas de su propio bolsillo. Teatros, carreras, luchas, baños públicos, acueductos, eran sufragados por hombres ricos, que obtenían así el reconocimiento y popularidad necesarios para futuros cargos de mayor rango.

Ahora las cosas son distintas en que el dinero lo ponemos todos y no un romano con un cofre de sestercios.






De los romanos a hoy se han sucedido cambios en la forma de gobierno, inspirados en la razón o en la gracia divina, pero siempre ha habido monarcas y cortesanos, ciudadanos privilegiados que han prevalecido a costa de codiciar y disponer de los bienes y los derechos ajenos.

Nuestra "cosa pública" es una herencia de anteriores sociedades, gobernadas por y para el enriquecimiento de una minoría. Los ciudadanos hemos estado desprotegidos en nuestros bienes y nuestras personas y lo seguimos estando frente a los representantes de un pretendido interés superior colectivo.

Del pasado hemos heredado leyes que no obligan por igual a todo ciudadano, aunque ya no haya esclavos. La moral colectiva admite los abusos de la clase dirigente que ni siquiera de la mano del cristianismo ha dejado nunca de considerarnos "plebe". Como decía Carl Jung: "El misionero cristiano puede predicar el evangelio a los pobres paganos desnudos, pero los paganos espirituales que pueblan Europa hasta ahora no han oído nada del cristianismo".

La Iglesia asume pragmáticamente que debe aproximarse a los gobernantes de toda clase absteniéndose de convertirlos a la moral cristiana. El intervencionismo del Estado complace al clero que despotrica del capitalismo y del colectivismo, sin renunciar a sus inversiones ni a absorber recursos públicos para la educación y la beneficencia.

El dinero de la corrupción no hace pecar al que lo posee, pese a saber su procedencia. Al mismo tiempo que la Iglesia denuesta en público ciertas actividades, en privado acepta las dádivas a cambio de la indulgencia dentro de la reiterada "omertá", que es la misma regla seguida en los confesionarios.

Lo de "a Dios rogando y con el mazo dando" ya se ha dicho tantas veces, que nos pone a algunos a favor de seguir el refrán de "al que te hace una, hazle dos, aunque no lo mande Dios". Ya que más despreciable que la chusma corrupta es la poca justicia que se les aplica, y la ausencia de reproche de quienes esperan que se les suponga alguna autoridad moral.



"Despotismo Ilustrado" fue un intento de conciliar el absolutismo monárquico con las nuevas ideas de la Ilustración. Como ahora, aquellos "déspotas" gobernaban en favor del bienestar común, pero sin la anuencia ni la opinión de los gobernados: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”

Así que guiados por la idea de racionalizar las estructuras económica, administrativa, educativa, judicial y militar, las intentaron reformar, esfuerzo que fue frustrado por aquellos que podían perder sus privilegios.

Ahora, el racionalismo abreviado de los gobernantes imbuye permanentemente de responsabilidades al Estado mientras éste sigue esquivando cualquier reclamación ciudadana, también en nombre del "interés público". Una Administración que dice asumir competencias para después defraudar a los ciudadanos que esperan que cumplan con ellos.

Los tiempos han cambiado pero siguen valiendo más los intereses de unos pocos que el interés general.  Y por eso seguimos sometidos por vividores que nos exigen el pago de las cargas del aparato que les permite practicar el soborno, el tráfico de influencias y la extorsión mientras a tan alto precio sostenemos un Estado cuya ineficiencia le priva de utilidad social.



Lo del corrupto que pide perdón ya es el colmo de la desfachatez. Aún pensando cristianamente que debamos perdonar las faltas ajenas, no hablamos de nimiedades sino de actos intencionados de graves consecuencias. De los que si no se castigan seguirán ocurriendo.

Y lo de apelar a esas creencias de los ciudadanos para que se traguen las disculpas de los impunes no vale cuando ni son sinceras ni van acompañadas de la devolución de lo robado. Si el corrupto resarce a los perjudicados, entonces es cuando se ganaría el derecho a pedirles perdón.

Ni arrepentimiento sincero ni propósito de enmienda, pero esperan que el ciudadano admita sus excusas sin pasarles cuentas. Algo así como supongo que harían sus confesores, si a ellos les contaran la verdad, los que han jurado el cargo perjurando.

El término enmienda significa "reforma" y "tener propósito de enmienda" significa proponerse mejorar. Si no admiten sus culpas ni hay voluntad de corregir nada, esperar nuestra "comprensión" prueba, una vez más, que nos toman por idiotas.