GUZMAN1

lunes, 22 de noviembre de 2021

"SALUTACIÓN A LOS RIFEÑOS", de Miguel de Unamuno.

Es nuestra fe una misma,
fe en la vida inmortal de la conciencia,
esta fe que agoniza
bajo la pesadumbre de la ciencia
entre esos pueblos de avaricia y lujo;
ciencia menguada que es sólo ceniza
del eterno saber. Sobre el diluvio
custodiamos el arca,
el arca del tesoro primitivo
de la infancia del hombre,
y en apretada harca
los pueblos infantiles,
contra los otros viejos, los gentiles,
luchemos por la fe, la del Dios vivo
-Dios cree que el hombre es inmortal, eterno-
y ungidos por la fe en estrecho abrazo,
de Dios en el regazo,
gozaremos la paz, que es la victoria,
pisoteando la escoria
del mundano saber. Alzado el pecho,
¡seamos del Señor brazo derecho!



El origen de los rifeños se puede rastrear desde los cazadores-recolectores refugiados la región franco-cantábrica durante el último periodo glacial. De esta zona salieron hacia el 7000 a. C., pasada la era glacial, una parte de estos cazadores-recolectores a repoblar el norte y centro de Europa, mientras que otra cruzó el estrecho de Gibraltar hacia el norte de África.

Los rifeños destacan de otras etnias bereberes e incluso de etnias europeas en su elevado porcentaje de población rubia y piel blanca. Algunos piensan que las características noreuropeas provienen de la invasión de los vándalos germánicos.

Esta característica única se manifiesta especialmente en el Rif, donde más de la mitad de los hombres adultos muestran alguno de los rasgos anteriormente descritos. Un 10 % de ellos son pelirrojos.​ A día de hoy se asientan sobre todo en las montañas del Rif (especialmente en Alhucemas) y en Aurés en Argelia y el Djurdjura en Túnez, aunque en estas dos últimas localizaciones su número es notablemente menor al de Alhucemas.

El Rif formó parte de la provincia romana de Mauritania, por el nombre con el que se conocía a los magrebíes: "maurus" (de donde viene la palabra "moro"). Con el emperador Claudio, Tánger fue la capital de Mauritania Tingitana. En el siglo V d. C., la región fue invadida por los vándalos, venciendo a los romanos, hasta el siglo VI que los bizantinos conquistaron parte de la región.

En el 710, Salih I ibn Mansur fundó el Reino de Nekor en el Rif. Entonces, los árabes fundaron numerosas ciudades. En siglo XV muchos moriscos de la península ibérica fueron expulsados de los reinos cristianos españoles y trajeron al Rif su cultura, música andalusí e incluso fundaron la ciudad de Chauen. La Casa de Medina Sidonia con el beneplácito de la reina de España Isabel la Católica  creó la ciudad de Melilla en 1497.

El Rif es una zona con influencia española desde hace siglos. En efecto, En 709 el conde Julián de Ceuta cambia de lealtades por el califato Omeya.​ De hecho, fuentes arábigas hablan de la traición del conde como una de las causas de la derrota en 711 del reino visigodo. Entre 788 y 1291, la ciudad depende de diferentes taifas de la península ibérica. En 1249 la dinastía de los azafíes se hace con el poder en Ceuta. Según el Tratado de Monteagudo de las Vicarías (1291, entre Castilla y Aragón), la ciudad queda en la zona de influencia de Castilla. En 1305, siendo parte del Reino nazarí de Granada, la ciudad entra en el juego de la política mediterránea de Castilla.

La minoría morisca en la España de los Austrias se originó en 1501, cuando a los antiguos mudéjares –musulmanes que vivían en territorio dominado por los cristianos– se les puso en la disyuntiva de recibir el bautismo o ser expulsados de los reinos peninsulares. La mayor parte de ellos aceptó el sacramento que oficialmente los convertía en cristianos, y pasó a conocérselos como moriscos o como cristianos nuevos, para distinguirlos de quienes descendían de familias cristianas sin musulmanes entre sus antepasados, los llamados cristianos viejos. No se trataba de una simple distinción religiosa, sino que establecía importantes diferencias sociales y privaba a los cristianos nuevos de acceder a cargos, honores o distinciones. Incluso de cursar estudios en las universidades, donde se exigía para ingresar los expedientes de limpieza de sangre, que demostraban la ausencia de antecedentes judíos o musulmanes al menos en las cuatro generaciones previas. La decisión de bautizarlos había partido del cardenal Cisneros, que comprobó que Granada, diez años después de su conquista, seguía manteniendo el perfil de una ciudad musulmana. Pero era algo natural, si se tiene en cuenta que en las capitulaciones mediante las cuales se entregó la urbe a los Reyes Católicos se establecía el respeto a la religión, la lengua y las costumbres de los musulmanes.

En ese clima contrario a la religión musulmana, muchos súbditos de religión musulmana que residían en los reinos cristianos huyeron de las persecuciones religiosas y se refugiaron en Ceuta. Según el Tratado de Monteagudo de las Vicarías (1291, entre Castilla y Aragón), la ciudad queda en la zona de influencia de Castilla. En 1415, el rey Juan I de Portugal, con sus hijos Eduardo, Pedro y Enrique "el Navegante", desembarca en las actuales playas de San Amaro, salen victoriosos de la batalla de Ceuta y conquistan la ciudad, lo que dispara los proyectos de conquista territorial de Enrique. Desde esa fecha, pierde su autonomía y debe obedecer al poder del Reino de Portugal. Tras la muerte del rey Sebastián I de Portugal en 1578 y una crisis sucesoria, Ceuta celebra un plebiscito y se incorporó a la Monarquía Hispánica en 1580.

Tras un tratado con el Reino de Fez, este reconoce Ceuta como portuguesa. La ciudad fue reconocida como portuguesa por el Tratado de Alcáçovas y el Tratado de Tordesillas.

El Rif formó parte del Protectorado Español desde 1912 hasta 1956. Sin embargo, las tribus del Rif no se sometieron durante mucho tiempo a los españoles. Con ansias independentistas, los bereberes nunca han visto con buenos ojos que su pueblo fuera absorbido por España (Melilla y el Protectorado) y Marruecos (el resto del Rif). 

Durante los siglos XIX y XX, se produce la Guerra de África (1859-1860), que finalizó con el Tratado de Wad-Ras tras la Batalla de Tetuán; la Guerra del Rif (1893-1894); la Guerra de Melilla (1909) en la que ocurre el Desastre del Barranco del Lobo; la Guerra del Rif (1911-1926), en la que las tribus del Rif lideradas por Abd al-Krim, terminó con el Desastre de Annual (1921) aunque Abd al-Krim perdió la guerra tras el Desembarco de Alhucemas (1925) con la ayuda de Francia (tropas bajo el mando del que luego sería presidente de la república, general Pétain).

La guerra del Rif, también llamada la segunda guerra de Marruecos, fue un enfrentamiento originado por la sublevación de las tribus del Rif, una región montañosa del norte de Marruecos, contra las autoridades coloniales españolas y el Imperio colonial francés, concretada en los Tratados de Tetuán (1860), Madrid (1880) y Algeciras (1906), completado este con el de Fez (1912), que delimitaron los protectorados español y francés, cuya vida administrativa y geográfica se inició en 1907, conflicto en que participaron también tropas francesas, pese a haber afectado principalmente a las tropas españolas.

En 1909 se produjo una agresión de las tribus rifeñas a los trabajadores españoles de las minas de hierro del Rif, cercanas a Melilla, que dio lugar a la intervención del Ejército español.​ Por otra parte, las operaciones militares en Yebala, al oeste de Marruecos, ya habían empezado en 1911 con el Desembarco de Larache, lo que supuso la pacificación de gran parte de las zonas más violentas hasta 1914, intervalo de tiempo de lento progreso o estabilización de líneas que se prolongó hasta 1919 por causa de la Primera Guerra Mundial. Al año siguiente, tras la firma del Tratado de Fez, la zona norte de Marruecos fue adjudicada a España como protectorado, mientras que la zona sur sería adjudicada a Francia, también como protectorado. El comienzo del mismo lo fue también de la resistencia de las poblaciones rifeñas contra los españoles, desencadenando un conflicto que se alargaría durante años. En 1921 las tropas españolas sufrieron un grave desastre en Annual, amén de una rebelión acaudillada por el líder rifeño Abd el-Krim. Los españoles se retiraron a unas cuantas posiciones fortificadas mientras El-Krim llegó a crear un Estado independiente que llegó a funcionar como tal, más allá de los papeles: la República del Rif. El desarrollo del enfrentamiento y su fin coincidieron con la dictadura del general Primo de Rivera en España, que se ocupó de la campaña de 1924 a 1927. Además, tras la batalla de Uarga (1925), los franceses intervinieron de lleno en el conflicto y establecieron una colaboración con España que culminó con un desembarco en Alhucemas. Hacia 1926 la zona había sido pacificada, rindiéndose Abd-el-Krim en julio de 1927 y obteniéndose la reconquista del territorio anteriormente perdido.

Esta guerra dejó un profundo recuerdo tanto en España como en Marruecos. Tras la independencia marroquí en 1956, todavía tuvo lugar una revuelta rifeña contra el sultán Mohamed V de Marruecos, secuela del anterior conflicto armado.

En 1912 se establece el protectorado español en Marruecos. Se trata en realidad de una especie de "subprotectorado", una cesión a España por parte de Francia de la administración colonial de una franja del norte del país. El sultanato de Marruecos en su conjunto quedó ese mismo año bajo dominación francesa merced al Tratado de Fez, culminándose así varios años de paulatina penetración colonial en el país magrebí.

Francia cede a España la administración de un 5% del territorio marroquí, unos 20 000 km² que incluyen la región montañosa del Rif. Tanto en la parte española como en la francesa, la colonización implica que todo el poder político, económico y militar se encuentran en manos de las autoridades de la potencia protectora y de un número creciente de colonos europeos que intervienen activamente en la política colonial; al mismo tiempo, dado que se trata oficialmente de un protectorado, se mantienen formalmente algunas estructuras de poder preexistentes, que en la práctica no tienen competencia alguna más que cierta capacidad de intervención parcial en asuntos religiosos. De este modo, el sultán se mantiene simbólicamente como máxima autoridad marroquí (firma las leyes del protectorado) y es representado en la zona española por un vicario o jalifa.

Las tropas españolas, en el proceso de colonización de la zona norte del país, encuentran varios focos de resistencia. Ya unos meses antes de la firma del tratado del protectorado había sido sofocada en el Rif, cerca de Melilla, una rebelión encabezada por un jefe conocido como El Mizzian. Cuando la colonización empieza a hacerse efectiva, surgirá un nuevo foco rebelde, esta vez en Yebala (región desde la fachada atlántica hasta las estribaciones del Rif y en la que se encuentra Tetuán, la capital del protectorado), capitaneado por Ahmed al-Raisuni, señor de Arcila y la costa atlántica, que se extendería hasta 1919.

Por Real Decreto del 30 de enero de 1920 se nombra al general de división Manuel Fernández Silvestre para el mando de la Comandancia General de Melilla, cesando en la de Ceuta en la que desempeñaba igual cometido. Silvestre estaba obsesionado por la conquista de la Bahía de Alhucemas.

El 14 de octubre de 1920, Alberto Castro Girona logra el dominio casi pacífico de Chauen, ciudad sagrada muy próxima a la frontera con el protectorado francés. Al disponer de escasas tropas para asegurar el dominio de la zona y también de las líneas de abastecimiento, se construyen cerca de cuatrocientos pequeños fuertes o blocaos que cubren el camino a Tetuán, por el valle alto del río Martín y hacia el mar por el valle del Lau. En un territorio de carácter montañoso, tales fortines españoles se situaban en puntos elevados, dominando por el día amplias zonas, pero al estar desprovistos de agua, debían abastecerse mediante recuas de mulas, en algunos casos diariamente, con el consiguiente riesgo de emboscada. Con esta acción al-Raisuni tiene que atrincherarse en sus nidos de Yebala.

Según afirma el historiador Ricardo de la Cierva: «...El esfuerzo militar y económico que realiza España resulta extraordinario, los efectivos totales de las Fuerzas Armadas alcanzan 250.000 hombres; el presupuesto militar casi supone la mitad del total con 581 millones de pesetas que en gran parte van a nutrir la desproporcionada nómina del cuerpo de oficiales generales y particulares...».

A la muerte de Eduardo Dato, el monarca español Alfonso XIII encomienda el gobierno a una coalición conservadora presidida por Manuel Allendesalazar. El mismo día de la jura, el 12 de marzo de 1921, el general Fernández Silvestre completa un nuevo avance en línea, ocupando la playa de Sidi Dris, situada en la desembocadura del Uad Kebir, hoy conocido como río Amekran. Esta operación anfibia tuvo como antecedente el desembarco de Afrau realizado el 12 de enero de 1921. Los secos afluentes de las cuencas del Kebir y del Kert marcan en dirección a la bahía de Alhucemas una serie de barrancos que Fernández Silvestre rebasa imprudentemente, adentrándose en la cabila de Tensaman y ocupando el aduar de Annual, donde establece el campamento.

Apenas liquidada mediante negociaciones la rebelión de Raisuni, negociación que llevó a buen puerto el general José Villalba Riquelme, se levantan contra las tropas coloniales las tribus del Rif central, al frente de las cuales está la tribu de los Beni Urriaguel o Ait Waryaghar y la tribu de los Beni Touzine o Ait Tuzin. La cabeza visible de esta, y por tanto de la rebelión, es Mohammed Abd al-Karim al-Jattabi, conocido en la historiografía española como Abd el-Krim o Abdelkrim, miembro del clan de los Ait Yusef, cadí (juez islámico) de Melilla y antiguo colaborador del diario El Telegrama del Rif.

El 1 de junio de 1921 Silvestre, desde el campamento de Annual, ordena ocupar la posición de Monte Abarrán, corazón de la cabila de Tensanamí, última barrera sobre Alhucemas desde donde se domina el territorio costero de la cabila de Beni Urriaguel. La ocupación de esta estratégica posición dura pocas horas al desertar las unidades de la policía indígena que arrebatan al destacamento peninsular la batería allí emplazada: «...El revés, a pesar de su entidad escasa y de su localización, sacude a toda la línea española como una descarga y hunde la moral de Silvestre, que se acusa obsesivamente de ser el primer general español que pierde cañones en África...»

A los pocos días se establece una nueva posición en el monte Igueriben, con la idea de defender el campamento de Annual por el lado sur. Esta posición es asediada y cae en poder del ejército rifeño el 21 de julio, salvándose solo once de los trescientos cincuenta soldados de la guarnición. Tras estos sucesos, los rifeños se dirigen a Annual, que es puesto bajo asedio. A primeras horas de la mañana del 22 de julio se da la orden de retirada española, que se produce a la carrera y en completo desorden. Perseguidos por los combatientes rifeños, los trece mil soldados de Annual son masacrados por los tres mil rifeños que les persiguen en el camino hacia Melilla. En esta masacre desaparece (su cadáver no fue encontrado) el general Manuel Fernández Silvestre. Muchos supervivientes se refugian en el cuartel de Monte Arruit, donde resisten dos semanas cercados por el enemigo sin apenas provisiones, agua ni ayuda, dada la desorganización y la precariedad de la retaguardia. Finalmente las tropas españolas se rinden, pero los asediadores no observan las condiciones de la rendición y tiene lugar una nueva masacre, en la que sólo se salvan del asesinato un reducido grupo de jefes y oficiales por los que se pediría (y obtendría) cuantioso rescate económico.

Entretanto, Melilla queda peligrosamente a merced de los rebeldes y debe ser protegida por gran cantidad de refuerzos llegados de la península. El llamado Desastre de Annual, a propósito del cual el diputado Indalecio Prieto dijo que estamos en el periodo más agudo de la decadencia española. La campaña de África es el fracaso total, absoluto, sin atenuantes, del ejército español. Es para los rifeños la victoria de Annual, que da lugar al inicio de una independencia de facto que se plasma bajo la forma de una república: la República del Rif.

El Ejército español intenta controlar el territorio mediante la construcción de pequeños fuertes o blocaos, generalmente construidos en lugares elevados y distantes unos 30 km entre sí. Los blocaos, sin embargo, rara vez tienen agua, lo que obliga a los soldados a ir a buscarla a diario haciendo recorridos que en ocasiones son de varios kilómetros a lomos de mulas. Se convierten entonces en blanco fácil de los francotiradores o pacos. De este modo, un ejército descentralizado, escaso y mal armado como el rifeño (que no cuenta con apenas artillería y no posee aviones ni barcos) consigue poner en jaque y prácticamente derrotar a un ejército convencional y mucho más numeroso como el español. Los rifeños tienen a su favor el hecho de combatir en su propia casa, el conocimiento del terreno y la motivación. Su enemigo es, sin embargo, un ejército desmotivado, desorganizado y corrupto, formado por soldados de reemplazo asustados y deseosos de volver a sus casas.

La guerra, de hecho, propiciará la creación de un cuerpo militar más organizado y combativo: la Legión Española, creada a imagen y semejanza de la Legión Extranjera Francesa, cuyos jefes son José Millán-Astray y Francisco Franco. La organización del ejército rifeño, por otro lado, será considerada una de las fuentes de la teoría de la guerra de guerrillas y revisada y recuperada en distintos conflictos a lo largo del siglo XX.

En los enfrentamientos que siguen a Annual, el ejército de Abd el-Krim arrincona cada vez más a las tropas españolas, incluso fuera del Rif, tomando la importante ciudad de Chauen y amenazando Tetuán, pero desde Melilla se inició una dura contraofensiva que permitió recuperar parte del territorio perdido. Desde mediados de septiembre de 1921 hasta el 11 de enero de 1922 se recuperó la línea de Dar Drius, sobre el río Kert. Nador, Zeluán y Monte Arruit fueron reconquistados, y los soldados contemplaron horrorizados los cadáveres aún insepultos de las víctimas del desastre.

El 13 de septiembre de 1923, el capitán general Miguel Primo de Rivera se rebela contra su comando y contra el gobierno, contando con el respaldo del rey. La dictadura que implantó tenía como uno de sus principales objetivos acabar con la guerra en África. En el Ejército se temía que adoptara la posición abandonista que le había caracterizado antes del golpe. No obstante, consolidó la presencia española en Marruecos mediante una gran victoria militar, el desembarco de Alhucemas, que puso fin a años de permanentes guerras y dificultades. Abd el-Krim, por su parte, se proclamó sultán de Marruecos, pero no fue reconocido por los jeques de la zona francesa. Los ataques rifeños contra posiciones españolas continuaron durante todo el año 1924.

La fuerza rifeña sirvió de acicate, además, a los ánimos levantiscos en Yebala, de modo que en diciembre de 1924, tras la retirada de Xauen, España sólo controlaba de modo efectivo una estrecha faja costera en torno a las ciudades de Ceuta, Larache, Alcazarquivir y Arcila, protegidas por una línea fortificada, conocida como la Línea Estella, que impedía los ataques de los rebeldes. En Melilla, la zona española era más amplia y comprendía la línea reconquistada entre agosto de 1921 y enero de 1922. A partir de este momento, en la zona oriental no hubo enfrentamientos de importancia, más allá de emboscadas protagonizadas por tropas irregulares españolas como las que llevó a cabo la llamada Jarca de Varela, conjunto de tropas indígenas irregulares organizadas por el general Varela.

Desde mediados de 1924, Francia intervino en el conflicto, ocupando militarmente la parte norte de su zona e instalando puestos avanzados a lo largo de la frontera con la zona española. La pérdida de la que era una independencia de facto, determinó que las tribus afectadas pidieran ayuda a las tropas rifeñas, que lanzaron una feroz ofensiva con el objetivo de tomar Fez en la primavera de 1925. Así tuvo lugar la conocida como batalla de Uarga, provocando un casus belli que obligó a una Francia hasta este momento distanciada, a adoptar una postura más beligerante. Se movilizaron tropas que pararon la ofensiva y atacaron a los rifeños por el sur, empleando en ocasiones el bombardeo con armas químicas. Asimismo, las autoridades francesas firmaron con las españolas los acuerdos de Madrid sobre el Rif para coordinar la lucha contra los insurrectos.

El desembarco de Alhucemas fue un desembarco militar llevado a cabo el 8 de septiembre de 1925 en Alhucemas por el Ejército y la Armada española y, en menor medida, un contingente aliado francés, que propiciaría la definitiva victoria aliada, y el fin de la Guerra del Rif.

La operación consistió en el desembarco de un contingente de 13 000 soldados españoles transportados desde Ceuta y Melilla por la armada combinada hispano-francesa. La operación tuvo como comandante en jefe al entonces "Director Militar" de España, general Miguel Primo de Rivera, y como jefe ejecutivo de las fuerzas de desembarco en las playas de la bahía de Alhucemas al general José Sanjurjo, a cuyas órdenes estaban las columnas de los generales jefes de las brigadas de Ceuta y Melilla, Leopoldo Saro Marín y Emilio Fernández Pérez, respectivamente. Entre los jefes participantes en la acción se encontraba el entonces coronel Francisco Franco, quien por su actuación al frente de las tropas de la Legión fue ascendido a general de brigada. El general estadounidense Dwight Eisenhower años después estudió a fondo la táctica empleada por los españoles en Alhucemas para trazar el plan del desembarco de Normandía. Se le considera el primer desembarco aeronaval de la historia mundial.

La guerra de Marruecos fue en general mal vista y provocó importantes conflictos en la sociedad española del momento. Era del dominio público la pobreza del Rif y muchos no comprendían la pertinencia de una guerra tan sangrienta y onerosa solo por una cuestión de principios. Sin embargo, los jóvenes pudientes y de las clases medias, solían librarse del servicio militar. Inicialmente esto se hacía como en el siglo XIX pagando a alguien para que fuera en su lugar o mediante redención a cambio de una cantidad económica. Este sistema se sustituyó en 1912 mediante el sistema de "cuota", que permitía hacer un servicio militar reducido y en el regimiento de su elección a cambio de un pago de dinero. Esto reforzaba la idea, cierta al fin y al cabo, de que los "hijos de los pobres" eran enviados a morir a Marruecos. Hubo hijos de la nobleza y alta burguesía que como oficiales de complemento participaron en la guerra.

El desastre de Annual tuvo también importantes consecuencias. El ministro de la Guerra ordenó la creación de una comisión de investigación, dirigida por el general laureado Juan Picasso, que elaboró el informe conocido como Expediente Picasso, en el que, si bien se señalaban múltiples errores militares, debido a la acción obstructiva de algunos ministros y jueces no se llegó al fondo de las responsabilidades políticas e incluso del propio rey, que según algunos había animado la penetración irresponsable del general Silvestre hasta puntos alejados de Melilla sin contar con una defensa adecuada en la retaguardia. Antes de que el informe Picasso se debatiera en las Cortes, el general Miguel Primo de Rivera dio un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923 iniciándose una dictadura.

No obstante, esta crisis fue una más de las muchas que socavaron los cimientos de la monarquía de Alfonso XIII y que a la vuelta de una década habría de provocar su caída.

En el artículo "LA GUERRA QUÍMICA EN EL RIF (1921-1927):
ESTADO DE LA CUESTIÓN", María Rosa de Madariaga y Carlos Lázaro Ávila, publicaron en la Revista Historia 16 (Nº 324. Abril de 2003) lo siguiente:

"De la utilización de gases tóxicos por el ejército español en el Rif en los años veinte del pasado siglo se habló, por supuesto, en la época. La mayoría de los militares que intervinieron en la guerra contra Abd-el-Krim tuvieron conocimiento del empleo de gases tóxicos o participaron en acciones en las que éstos fueron utilizados. También la sociedad civil tuvo parcialmente conocimiento de su empleo por parte del ejército, a través sobre todo de los soldados del cupo llamados a filas, muchos de cuales sufrieron ellos mismos los efectos mortíferos de los gases. El primer testimonio sobre su utilización se debe a Ramón J. Sender (él mismo sirvió en África cuando la guerra del Rif), quien en su novela Imán (1930) narra las trágicas experiencias de un soldado de origen campesino, Viance, y, a través de éste, los efectos del gas en las tropas españolas. A este testimonio, cabe añadir otros dos: el de Pedro Tonda Bueno, observador de la Aviación Militar, quien en su obra autobiográfica La vida y yo (1974) se refiere al lanzamiento de gases tóxicos desde los aviones y el envenenamiento que producían de los manantiales rifeños; y el de Ignacio Hidalgo de Cisneros, quien en su obra, también autobiográfica, Cambio de Rumbo revela cómo fue protagonista de varios lanzamientos de gases tóxicos a bordo de un avión Farman F.60. Todos estos testimonios revisten enormes interés histórico por cuanto están basados en experiencias vividas por sus autores. No obstante, en toda la historiografía sobre la guerra del Rif no existía hasta hace pocos años ninguna obra que abordara el tema de los gases tóxicos.

Cabe señalar que los primeros en sacarlo a relucir fueron dos periodistas alemanes, Rudibert Kunz y Rolf-Dieter Müller, en la obra Giftgas gegen Abd el Krim. Deutchland, Spanien und der Gasgrieg in Spanisch Marokko, 1922-1927 (Alemania, España y la guerra del gas en el Marruecos español, 1922-1927), publicada en 1990, de la que no existe versión española (9), pero sí árabe, publicada en Rabat en 1996 con el título Harb al-ghasât as-sammât bi-l-maghreb. Abd-el-Krim el-Jattâbî fî muwâyahat as-silâh al-kîmiyâ’î ( La guerra de gases tóxicos en Marruecos. Abd-el-Krim El-Jatabi frente a las armas químicas). Posteriormente, abordaron el tema otros autores, entre los que cabe mencionar a los españoles Juan Pando, en Historia secreta de Anual (1999); Carlos Lázaro Ávila, en un artículo titulado “La forja de la Aeronáutica Militar: Marruecos (1909-1927)”, dentro de la obra colectiva Las campañas de Marruecos. 1909- 1927 (2001); Ángel Viñas, en la obra Franco, Hitler y el estallido de la guerra civil (2001); y María Rosa de Madariaga, en Los moros que trajo Franco... La intervención de tropas coloniales en la guerra civil (2002); por último, entre los extranjeros, el hispanista británico Sebastián Balfour aborda extensamente el tema en su obra Abrazo mortal (2002).

La documentación de archivo sobre los gases tóxicos en el Rif es ingente. Hoy día, transcurridos los años prescritos por la ley, los investigadores interesados pueden consultar toda esta extensísima documentación en el Servicio Histórico Militar (SHM) de Madrid, y en el Archivo Histórico del Aire, de Villaviciosa de Odón.

El trabajo que aquí presentamos está basado fundamentalmente, además de la bibliografía existente sobre el tema, en las siguientes fuentes de archivo: Servicio Histórico Militar (SHM), Ministerio francés de Asuntos Exteriores (AEF) y Foreign Office (FO), Ministerio británico de Asuntos Exteriores.

Los gases tóxicos en la guerra del Rif

Aunque conocidos vulgarmente como “gases de guerra”, la mayoría de ellos son en realidad líquidos, algunos muy volátiles, es decir que, una vez dispersados en la zona de ataque, se evaporan rápidamente, mientras que otros son más persistentes como la iperita, líquido que no presenta un elevado grado de volatilidad en comparación con otros agentes químicos. Si en la guerra del Rif el gas del que más se habló fue la iperita, quizá por el impacto que causó su utilización durante la I Guerra Mundial, no fue, sin embargo, el único, ya que otros, particularmente el fosgeno y la cloropicrina, también se utilizaron.

La iperita, cuya denominación correcta es la de sulfuro de bis (2-cloroetilo), era llamada por los alemanes HS (“Hun Stoffe”; “German Stuff” en inglés). También se la conoce como “gas mostaza” (“mustard gas” en inglés), debido a que, durante la I Guerra Mundial, decían que olía a este producto culinario obtenido de la semilla de la planta del mismo nombre. Aunque la volatilidad de la iperita no es muy elevada, su persistencia será mayor o menor en función de la temperatura de la zona en la que se utilice. Cuanto mayor sea la temperatura, mayor será la volatilización y, por tanto, menor la persistencia. Por la noche, debido a que el enfriamiento de la tierra afecta a las capas más bajas y el aire está, por lo tanto, más frío, aquí los gases (o líquidos que se volatilicen) tienden a comprimirse y no se expanden, es decir que al no subir aumenta su persistencia en la zona. En cambio, de día, el calentamiento de la tierra, por absorción de la radiación solar, afecta a las capas más bajas y, en este caso, el aire está más caliente, por lo que los gases (o líquidos volatilizados) se expanden, disminuyendo la persistencia del agente, pero afectando a los individuos con los que se cruza al ir subiendo.

La iperita pertenece al grupo de los gases llamados vesicantes. Desde el punto de vista fisiológico ataca con mayor o menor intensidad, según su concentración tóxica, todos los tejidos de revestimiento, atravesando las capas superficiales de la piel y produciendo en ella lesiones parecidas a quemaduras y vejigas, y también otros órganos, como los ojos, en los que puede llegar a provocar ceguera pasajera. La inhalación de sus vapores causa también graves trastornos digestivos (vómitos, diarreas), cardiovasculares (caída de la presión arterial) y nerviosos (astenia, coma), y hasta la muerte, horas después de producirse la inhalación.

En cuanto al fosgeno y la cloropicrina, ambos son agentes neumotóxicos. A diferencia de los agentes vesicantes, el fosgeno no produce quemaduras, siendo la vía de intoxicación la pulmonar. Una vez inhalado, altera la permeabilidad de la membrana alveolar, situada al final del tracto respiratorio y que es donde se produce el intercambio del oxígeno que pasa a la sangre y del dióxido de carbono que pasa al tracto respiratorio para ser exhalado. Al quedar alterada la permeabilidad de esta membrana, pasa líquido al espacio intersticial, lo que hace que la persona tenga dificultades para respirar, al impedir ese líquido que se interpone que el oxigeno pueda llegar hasta la sangre. Si la concentración inhalada es muy elevada, pasa líquido al interior de los pulmones y la persona afectada muere por el edema pulmonar. El otro agente neumotóxico, la cloropicrina, reacciona en las partes altas del tracto respiratorio sin llegar a la membrana alveolar, por lo que las intoxicaciones en este caso son menos graves que las del fosgeno. Al disolverse en el agua de las secreciones bronquiales, produce ácido clorhídrico que lesiona el tracto respiratorio, aunque, evidentemente, si la concentración inhalada es muy elevada, puede afectar no sólo a éste sino llegar también hasta los alvéolos.

En cualquier caso, aunque los vesicantes y los neumotóxicos son dos agentes distintos y los mecanismos de acción no son los mismos, el que un agente químico sea incapacitante o letal depende de su toxicidad intrínseca, pero también de la concentración inhalada y del tiempo de exposición. La inhalación de iperita produce también lesiones en el aparato respiratorio y es un hecho que, en la I Guerra Mundial, las personas que morían de forma inmediata tras los ataques con iperita no era debido a las quemaduras en la piel, sino a que inhalaban altas concentraciones de iperita que lesionaban el tracto respiratorio.

Los documentos del Servicio Histórico Militar (SHM) mencionan los gases tóxicos, a veces de manera eufemística con expresiones tales como “bombas X”, “bombas especiales” o “bombas de iluminación”, pero en numerosas ocasiones las mencionan explícitamente, a veces de manera genérica sin especificar de qué gas se trataba, si bien, en otras, indican claramente el nombre del gas: iperita, fosgeno, cloropicrina. No obstante, los diferentes tipos de bomba aparecen con un nombre en clave que corresponde al contenido y el peso de cada una. Así, las claves para los diferentes tipos de bombas eran los siguientes: C-1 (iperita, 50 kg); C-2 (iperita, 10 kg); C-3 (fosgeno, 26 kg): C-4 (cloropicrina, 10 kg); C-5 (iperita, 20 Kg). Hay que señalar que otros tipos de bombas, que no eran de gases asfixiantes, llevaban asimismo un nombre en clave: las reseñadas con la letra A (A-1 a A-3) eran de trilita y amatol, un alto explosivo; las B–1 (gasolina, 7 kg), B-2 (fósforo, 1 kg), B-3 (cartuchos).

Procedencia de los gases tóxicos y su empleo en campaña.

Poco después del desastre de Anual y el derrumbamiento de toda la comandancia militar de Melilla en julio-agosto de 1921, empezaron a alzarse en toda España voces- en la prensa, en el Congreso- que reclamaban la utilización de todos los medios ofensivos necesarios, incluidos los gases tóxicos, para acabar con el movimiento de Abd-el-Krim, dominar enteramente la zona por las armas e infligir a los rifeños un duro castigo. En un artículo de La Correspondencia Militar (5 de septiembre de 1921), el diputado en el Parlamento F. Crespo de Lara lamentaba la lentitud con que se estaba organizando la aviación militar y el que todavía no se hubiesen empezado a utilizar los gases asfixiantes. En otro artículo del 10 de octubre, el mismo articulista insistía en la necesidad de contratar a aviadores extranjeros con amplia experiencia en los ejércitos que habían participado en la guerra europea y bien adiestrados en las prácticas de bombardeo, “incluso con bombas cargadas con gases asfixiantes”. El tono de otros diarios, incluidos los de tendencia liberal como Heraldo de Madrid, era igual de beligerante y reclamaba asimismo su empleo.

Cabe preguntarse en qué momento fue tomada la decisión de utilizar gases tóxicos en la guerra del Rif. En la correspondencia telegráfica entre el ministro de la Guerra, vizconde de Eza, y el alto comisario, el general Berenguer, de fecha 12 de agosto de 1921, citada por Juan Pando en su obra Historia secreta de Anual, el primero manifestaba que se estaba procediendo a la adquisición, entre otro material de guerra, de “componentes de gases asfixiantes para su preparación en Melilla”, y el segundo que, aunque siempre había sido “refractario” a utilizarlos contra los rifeños, los emplearía con “verdadera fruición” por lo que habían hecho. Si la decisión de utilizarlos parece, pues, remontar a agosto de 1921, poco después de la masacre el día 9 de ese mes de soldados españoles en Monte Arruit, no parece, en cambio, que se hiciese uso de ellos en los meses siguientes, a juzgar por la prensa que lo seguía reclamando. En esta decisión influyó sin duda el deseo de venganza del ejército y de ciertos sectores de la opinión pública por las masacres perpetradas en Zeluán y Monte Arruit, así como la necesidad de poner fin cuanto antes a aquella guerra, recurriendo a los medios militares más modernos por reprobables que fueran. ¿No decía Heraldo de Madrid, para justificar el empleo de gases tóxicos qué por qué había de ser “más cruel matar a un hombre envolviéndolo en una nube de gases asfixiantes que destrozándole el cuerpo con una granada”?.

No obstante, si la decisión de utilizar gases tóxicos surgió a raíz de la derrota del ejército en el Rif en el verano de 1921, cabe preguntarse si España no disponía ya antes de esta fecha de algún tipo de gas, aunque no lo hubiese hasta entonces nunca utilizado. Eso es al menos lo que parecen sugerir ciertos documentos de origen rifeño existentes en los archivos del Ministerio francés de Asuntos Exteriores. Así, el caíd Haddu ben Hammu, en una carta a Abd-el-Krim, de fecha 31 de agosto de 1921, le pide que no libere a ninguno de los prisioneros españoles, sobre todo al general Navarro, ya que, si los libera, los españoles, le dice, “os destruirán con bombas envenenadas”. Estas palabras parecen dar a entender que los rifeños tenían informaciones de que el ejército español pensaba utilizar gases tóxicos contra ellos, aunque no sabemos si era porque ya los tenían o porque se disponían a adquirirlos pronto. Vuelve el caíd Haddu ben Hammu a referirse al tema de los gases tóxicos en otras ocasiones. En una carta a Abd-el-Krim, atribuida al mencionado caíd, del 2 de diciembre de 1921, decía a este respecto: “Envíame cuatro cajas de gas, pues ya no tengo más aquí, así como dinero para comprar otras diez en Taourirt”. (Taourirt era, como se sabe, el puesto francés, limítrofe con la zona española, desde donde se hacía un importante contrabando de armas con el Rif). Esta carta parece indicar que los rifeños disponían de gases tóxicos, no sólo porque les era posible adquirirlos en la zona francesa sino también porque se los habían tomado a los españoles. Esto último se infiere de otra carta, también de Haddu ben Hammu a Abd-el-Krim, del 6 de diciembre de 1921, en la que le comunicaba que todo el material de guerra (cañones y municiones) tomado a los españoles se estaba congregando en Dar Drius, y añadía lo siguiente: “el gas se irá reuniendo a medida que vaya llegando. Para el que se encuentra en Azib Midar, escribe a los notables, pidiéndoles que nos ayuden a recogerlo”.

De esta correspondencia parece desprenderse que, además del material de guerra convencional, los españoles disponían en algunos puestos militares de proyectiles con gases y que los rifeños se habrían apoderado de ellos junto con el otro material. Aquí se imponen dos preguntas: si los españoles los poseían ¿por qué no los habían utilizado? y ¿qué país había proporcionado a España esos gases puesto que ella no los fabricaba?

Respecto de la primera pregunta cabe suponer que si no habían utilizado los gases de que podrían disponer antes del desastre de Anual ello sería por diferentes razones de orden político o técnico. Político, porque después de la I Guerra Mundial , en la que se habían utilizado masivamente, la comunidad internacional condenaba su uso. Además, el mando español no pensaba en aquellos momentos que fuese políticamente acertado utilizarlos contra la resistencia rifeña, considerando que las armas convencionales bastarían para vencerla. Técnico, porque España no debía de disponer entonces de cañones adaptados para el lanzamiento de granadas cargadas con esos gases ni de personal especializado en su manejo. Es probable que el ejército estuviera a la espera de recibir cañones del tipo adecuado, posiblemente de 155 mm, así como el asesoramiento técnico necesario, para el empleo del gas llegado el caso.

En cuanto a la procedencia de los gases, los periodistas alemanes Rudibert Kunz y Rolf-Dieter Müller, autores del libro antes mencionado, sostienen que en el verano de 1921 España disponía de cantidad de bombas de gases y de las instalaciones necesarias para cargarlas en un edificio situado en Melilla y que era Francia la que se los suministraba, así como el material para la fábrica. Con todo, añaden que hasta ese momento los franceses no habían puesto a disposición de la fábrica más que gases lacrimógenos y otros que irritaban la nariz e inflamaban la garganta.

El caso es que el caíd Haddu ben Hammu, en sus cartas a Abd-el-Krim del 2 y el 5 de diciembre de 1921, emplea únicamente la palabra “gas”, sin especificar de qué tipo era y es muy posible que fueran sencillamente gases lacrimógenos, pertenecientes a la categoría de los llamados “mortificantes” y “neutralizantes”. En cambio, en la carta del 31 de agosto de 1921, al término “bombas” (en realidad, el que utiliza corresponde más bien al de “bolas”, es decir, un proyectil redondo) añade el de “al-uahyi”, que significa algo así como “luminosidad” o “luminiscencia”. ¿Por qué entonces estas bombas o proyectiles serían de gases “venenosos” o “tóxicos”, siendo que el término árabe para calificar a estos últimos es el de “as-samma”? Cabría pensar que podría tratarse de bombas o granadas incendiarias, pero a éstas los rifeños, según el original árabe de esta correspondencia, las denominaban “al-harîqa” es decir que arden, queman, despiden fuego, de manera que las designadas con el nombre antes indicado tenían que ser otras que también producían cierta luminosidad, aunque distinta de la de las incendiarias. Ahora bien, esa luminosidad no podía deberse al efecto de una carga explosiva en la bomba o granada, ya que la explosión, al producir un aumento de la temperatura, favorece la descomposición del agente químico y destruye su acción. Tenía que tratarse, pues, de un gas que produjera por sí mismo un efecto luminoso, lo que nos lleva a pensar que podría quizá tratarse del fosgeno, que sí puede producir al dispersarse una nube blanca o amarillenta y ésta sería la que veían los rifeños. Descubierto en 1811 por Davy, el fosgeno fue obtenido exponiendo a la luz solar una mezcla de cloro y óxido de carbono, y de ahí deriva su nombre: fos = luz y geno = engendrar. La denominación que daban a este gas tóxico los rifeños podría corresponder, aunque sin poder asegurarlo, a lo que los españoles llamaban con el eufemismo de “bombas de iluminación”, según ciertos documentos del Servicio Histórico Militar. Hay que señalar que las “bombas de iluminación”, propiamente hablando, no eran tóxicas, sino que correspondían a la categoría de las llamadas “pirotécnicas”, según la clasificación que da el libro La Guerra Química (Gases de Combate), publicado en 1924 por el Estado Mayor Central del Ejército, por lo que el término “iluminación” que figura en algunos documentos militares podría obedecer sin más a una fórmula convenida sin relación con ningún efecto óptico. Cabría aún otra hipótesis. Los dispositivos utilizados para dispersar los agentes químicos de guerra no deben llevar, como antes dijimos, explosivos porque éstos pueden descomponer el agente en el momento de la explosión; llevan una espoleta y el fulminante, que es que aporta la energía suficiente para que el recipiente, dentro del cual va el agente, se rompa y permita su dispersión. El fulminante aporta energía que, en el caso de un agente químico, no debe ser muy elevada para no descomponerlo, por lo que el fulminante que lleva un arma química es preciso modificarlo con respecto al que lleva un arma convencional. Como España no tenía ninguna experiencia en el uso de armas químicas, es posible que lo que hiciesen los españoles fuese simplemente cargar la iperita o el fosgeno en el recipiente donde normalmente iba el explosivo, sin modificar las propiedades del fulminante, de manera que, al alterar la estabilidad de la iperita o el fosgeno, éstos se podrían descomponer en sustancias que tomasen cierto color o luminosidad. Por otro lado, en algunos documentos hay constancia de bombas cargadas con trilita que llevaban además sustancia tóxica, mezcla que se consideraría probablemente más efectiva, pero que, en realidad, lo que hacía era descomponer el gas y destruir sus efectos tóxicos.

No hemos vuelto a encontrar en fuentes rifeñas alusiones a los gases tóxicos hasta el 24 de junio de 1922, fecha en la que el caíd Haddu ben Hammu vuelve en una carta a Abd-el-Krim a referirse a ellos en los siguientes términos: “Te comunico que un barco francés ha transportado 99 quintales de gas asfixiante por cuenta de los españoles. Dicho cargamento llegó a Melilla el 16 de junio del corriente mes” (18). Conviene señalar que el término árabe utilizado para referirse a ese gas es de nuevo el de “aluahyi”, que podría corresponder, por las razones antes señaladas, a las llamadas por los españoles “bombas de iluminación”. En esta misma carta, el caíd Haddu ben Hammu comunicaba a Abd-el-Krim que un tal señor Bartoli había llegado de París trayendo, entre otras cosas que le habían encargado, cien máscaras antigás que les entregaría al precio de 100 francos por unidad, si bien, en el caso de que fuera mayor la cantidad que desearan adquirir, estaría dispuesto a venderlas a 60 francos. Las máscaras se encontraban en Orán adonde podían ir recogerlas. Y, abundando en el mismo tema, enviaba a Abd-el-Krim una imagen del “cañón que lanza obuses con gases asfixiantes”, cuyo alcance era de 50 km y el precio de 5.000 francos.

Esta correspondencia indica que los primeros gases tóxicos de los que dispuso el ejército español en Marruecos eran de procedencia francesa. Pero si Francia no tenía, al parecer, inconveniente en suministrar a España este material bélico, como tampoco en proporcionar instrucción al personal militar encargado de manejarlo, no pensaba, en cambio, utilizarlo ella misma, como se desprende de otro párrafo de la carta mencionada, en el que el caíd Haddu ben Hammu decía lo siguiente: “ Los españoles han enviado 300 soldados a Francia a una fábrica de gas asfixiante para aprender la manera de utilizarlo en la guerra. Los españoles han adoptado esta medida, ya que los franceses han rehusado emplearlo ellos mismos”. Al mismo tiempo, quizá para librarse de toda posible acusación, el Gobierno francés había hecho saber, “por medio de la prensa, que desde que se firmó la paz las principales potencias habían decidido prohibir el empleo de gases asfixiantes en las guerras futuras”. En resumidas cuentas, Francia lo suministraba a otros países bajo cuerda, declarando al mismo tiempo públicamente su rechazo a utilizarlo.

Quizá este cargamento llegado a Melilla el 16 de junio de 1922 fuera el mismo al que se refiere el parte dado en dicha ciudad el 22 de mayo de 1922, según el cual se dispondría en breve “de proyectiles cargados de gases”. Este primer gas podría ser fosgeno, que era, al parecer, el preferido por los franceses, quienes lo habían privilegiado en sus ensayos químicos por considerarlo un gas de combate más tóxico que la iperita. Además del fosgeno, cabe la posibilidad de que los franceses hubiesen suministrado a España la cloropicrina, aunque el ejército español podía también haberla conseguido de reservas civiles, dado que este producto químico se utiliza, como es sabido, en el campo, sobre todo como plaguicida contra animales dañinos (insectos o ratas).

La imagen del cañón que “lanza obuses con gases asfixiantes”, enviada por el caíd Haddu ben Hammu a Abd-el-Krim parece sugerir que el ejército español ya los había lanzado antes de junio de 1922, aunque también podría interpretarse que se trataba sencillamente del cañón apto para lanzarlos en cualquier momento, razón por la que los rifeños, ante esa eventualidad, pensaron, por un lado, en la posibilidad de adquirir ellos mismo un cañón de esas características, y, por otro, en hacerse con máscaras antigás para protegerse de los ataques con gases de la artillería española.

Cabría pensar asimismo en la posibilidad de que el ejército español se hubiese limitado hasta entonces a simples ensayos o experimentos, pero no a un ataque en toda regla. En este sentido, no parece demasiado creíble la noticia del periódico colonial francés La Depêche coloniale, citada por S. Balfour, según la cual el primer ataque con proyectiles cargados de fosgeno o de cloropicrina lo habría lanzado la artillería española a principios de noviembre de 1921 cerca de Tánger. El periódico, por otra parte, atribuía el éxito de la campaña de Berenguer en la región occidental del Protectorado al empleo de gases asfixiantes. En primer lugar, hay que tener en cuenta que La Depêche Coloniale, que representaba los intereses de los colonos franceses de Argelia defendidos por un grupo de diputados y senadores, a la cabeza de los cuales se encontraba Eugène Etienne, hasta su muerte en 1921, y que era profundamente hostil a la presencia de España en la zona norte del Protectorado, no desperdiciaba la ocasión de atacar a los españoles, por lo que la noticia, basada en simples rumores, tenía sobre todo por objeto desprestigiarlos ante la opinión pública internacional. En segundo lugar, la situación en la región occidental del Protectorado no era tan grave en el otoño de 1921 como para exigir el empleo de gases tóxicos, aunque en ella se advertía cierta agitación. El desastre de Anual tuvo inmediatas repercusiones en la región de Larache, donde ya en la noche del 27 de agosto de 1921, fue atacada por sorpresa la posición de Akba el Kola, y, luego, en la de Gomara, en la que los rifeños, junto con combatientes gomaríes, atacaron a partir del 21 de octubre algunas posiciones militares españolas. En estas circunstancias, habría sido más lógico que los gases tóxicos tuvieran como objetivo estos lugares u otros como la cabila de Beni Arós, que seguía en su mayor parte insumisa, pero no la región de Tánger, en la que no se registrarían incidentes dignos de mención hasta que se produjo la sublevación de la cabila de Anyera en diciembre de 1924, suceso que sí determinó entonces el empleo de gases asfixiantes por la aviación. En tercer lugar, resulta revelador que el agregado militar de la Embajada de Gran Bretaña en Madrid, bien informado a través de los cónsules británicos en Tánger y en Tetuán, dijese en un despacho, de fecha 20 de mayo de 1925, que la utilización de bombas de gas se remontaba “a una fecha relativamente reciente” y que “con anterioridad a la sublevación de la cabila de Anyera en diciembre de 1924, poco o nada se había oído hablar de gases”. Es muy cierto que se está refiriendo a bombas de gases lanzadas por la aviación y no por la artillería, pero, de todas maneras, resulta extraño que, si hubiese habido casos de empleo de gases tóxicos en la región de Tánger con anterioridad a diciembre de 1924, los cónsules británicos en esta ciudad y en Tetuán no estuviesen enterados y que, sobre todo, no se hubiesen apresurado a denunciarlos, teniendo en cuenta que ambos eran sumamente críticos con la política de España en Marruecos, particularmente con la actuación del ejército español en el Protectorado. Por último, de la documentación del Servicio Histórico Militar correspondiente a junio-septiembre de 1922 se desprende que en esas fechas aún no se habían utilizado gases tóxicos, por razones fundamentalmente técnicas, aunque también políticas.

Con todo, la correspondencia de Melilla con el Alto Comisario, de junio y julio de 1922, revela que en el Parque de Artillería de la Maestranza de Melilla ya se había iniciado desde junio la carga de proyectiles con esos gases y que su número ascendía el 1 de julio a 700 de 15,5 cm (155 mm) y el 14 de julio eran ya 1000 los disparos completos de proyectiles con esa carga.

En un telegrama del 4 de julio de 1922, el Alto Comisario rogaba al Comandante general de Melilla que le informase con urgencia de la oportunidad del empleo de “proyectiles con gases asfixiantes” en sectores en los que podrían utilizarse “en vista de la situación política”, y sobre todo si se hallaban dispuestos todos los elementos que intervenían en su utilización, de modo que cuando se ordenase su empleo se tuviesen todas las garantías de que “sus efectos sobre el enemigo habían de ser eficaces” y que no produciría accidentes en las tropas españolas, para lo cual debían observarse todas las precauciones en el almacenaje, transporte y empleo, de acuerdo con las instrucciones aprobadas por R.O.C de 14 de octubre de 1921. En su respuesta del 5 de julio de 1922, el comandante general de Melilla informaba al Alto Comisario de que existían los elementos necesarios para el empleo de gases en piezas de 155 mm y caretas en número suficiente para evitar accidentes en las tropas, si bien consideraba que, antes de emplear este nuevo método (subrayado en el original), sería preciso realizar algún ejercicio de tiro de ensayo para tener la seguridad de que los distintos elementos funcionaban perfectamente y que el personal estaba familiarizado con el uso de la careta. Por otro lado, el Comandante general indicaba que los ejercicios de tiro se harían en el frente “disparando al principio sobre objetivos bien visibles” y pudiendo ensayarse, luego, un tiro de sorpresa sobre las piezas que tenía “el enemigo en Sidi Mesaud (cabila de Beni Saíd) y en Tzayuday (cabila de Tafersit) cuando éstas hostilizasen. Añadía que “por razones de índole política” consideraba que no era conveniente emplear este nuevo medio de guerra (subrayado en el original) por ahora a excepción del caso indicado de hacer fuego desde baterías enemigas del frente. Y terminaba solicitando autorización para realizar ejercicios de tiro de ensayo cuando el personal estuviese suficientemente instruido.

Se advierte en todo momento gran preocupación por la seguridad del personal encargado de cargar los proyectiles, transportarlos hasta el frente y manejarlos en las baterías. En este sentido, la correspondencia hace referencia a la necesidad de tener en cuenta el manual de Instrucciones para el tiro de neutralización con granadas de gases tóxicos, del que se habían enviado varios ejemplares a Melilla para ser distribuidos en puestos militares del frente como Dar Drius, Dar Quebdani y Kandussi (31). Dichas Instrucciones, aunque ya habían sido aprobadas por R.O.C de 14 de octubre de 1921, no parece que se hubiesen distribuido hasta junio de 1922. El personal encargado del manejo de gases tóxicos lo constituía el llamado “Grupo de Instrucción”, que debía realizar ensayos y experiencias con el material antes de su empleo en combate. El general Dámaso Berenguer fue sustituido por el general Ricardo Burguete al frente de la Alta Comisaría en julio de 1922 y todo parece indicar que en ese mes y en el de agosto el personal asignado al manejo de gases tóxicos se limitó a realizar ensayos y pruebas, toda vez que la Comandancia General de Melilla no solicita hasta principios de septiembre la autorización del nuevo Alto Comisario para hacer uso de ellos. En efecto, en un telegrama del 2 de septiembre de 1922, el Comandante General de Melilla ruega al general Burguete le confirme la autorización dada por su antecesor en el cargo de emplear proyectiles con esos gases, dado el gran incremento que se observaba en el fuego de la artillería enemiga desde la ocupación de Azib el Midar. Berenguer, como se sabe, cesó en el cargo de Alto Comisario el 8 de julio de 1922 y, aunque la autorización databa del 13 del mismo mes, podía haberla otorgado antes de su partida. En cuanto a Azib el- Midar, esta posición, situada en la cabila de Tafersit, había sido retomada el 25 de agosto de 1922, siendo ya Burguete Alto Comisario. En un telegrama del 7 de septiembre de 1922, otorgaba este último su autorización para emplear granadas tóxicas, debiendo ser el Grupo de Instrucción quien hiciese uso de ellas contra Tzayuday (cabila de Tafersit), “siempre que las condiciones atmosféricas, viento y acertado uso de caretas” lo permitiesen (33.) En Melilla se disponía ya a principios de septiembre de 2000 proyectiles cargados con gases tóxicos, algunos de los cuales para ser transportados a puestos militares en el frente: a Dar Quebdani fueron llevados 150 el día 8 y, el día 30, se transportaron de nuevo 500 y otros tantos a Dar Drius.

Dado que se contaba ya con proyectiles cargados de gases, no sólo en Melilla, sino en los puestos militares del frente, y que el Alto Comisario había dado su autorización para utilizarlos, es muy posible que en el otoño de 1922 se hiciera uso de ellos de manera esporádica y contra objetivos precisos y concretos. En una carta de Abd-el-Krim a la Sociedad de Naciones, de fecha 6 de septiembre de 1922, aunque no menciona específicamente los gases tóxicos, denuncia la utilización por los españoles de “armas prohibidas”, lo que parece indicar que los gases se habían utilizado ya, aunque fuese de manera restringida y a título de ensayo, o que Abd-el-Krim estaba enterado de que el ejército español se disponía a utilizarlos en breve. El gas habría sido el fosgeno o, más verosímilmente, la cloropicrina, de cuya existencia hay constancia en el barracón almacén de Mar Chica desde principios de junio de 1922. O aun, lo más probable es que se tratara sencillamente de gases lacrimógenos, como parece indicarlo una carta del Coronel Director del Parque de Artillería de la Maestranza al Comandante General de Melilla, de fecha 7 de julio de 1922, en la que le dice que, para evitar accidentes en el transporte de los gases hasta el frente y en el manejo en las baterías, el personal asignado a estas tareas debía presentarse en el taller de gases para hacerse cargo de ellos y hacer experiencias “con el producto llamado bromuro de bencilo”. Ahora bien, este producto es precisamente el utilizado para la fabricación de gases lacrimógenos. Aunque, el documento se refiere a ellos como a “gases asfixiantes”, hay que tener en cuenta que aquella época no se establecía una distinción, como se haría posteriormente, entre los diferentes tipos de gases, y que esa denominación se aplicaba a todos, incluidos los lacrimógenos, cuyo empleo no está prohibido por los convenios internacionales.

Ramón J. Sender, en su novela Imán que, aunque testimonio literario, está basada en hechos reales vividos por el autor, evoca el “olor cáustico, agrio” de la iperita que, lanzada por la artillería contra los rifeños, llega hasta los soldados españoles durante el encarnizado combate librado al intentar socorrer el puesto que el autor llama T, pero que no es difícil identificar como el de Tizzi Azza. La ocupación de este puesto el 28 de octubre de 1922 por el ejército español dio lugar los días 1 y 2 de noviembre a jornadas sangrientas, en las que hubo numerosísimas bajas, al intentar hacer llegar a él un convoy de socorro. Pero si este famoso “convoy a Tizzi Azza” provocó en su momento agrias críticas a Burguete, al compararlo muchos al descalabro de Anual, no fue la única vez en que los intentos de socorrer este puesto ocasionaran sangrientos enfrentamientos con gran número de bajas. El 5 de junio de 1923, un convoy enviado en auxilio de Tizzi Azza volvería a causar numerosas víctimas, entre las que se encontraba el teniente coronel Valenzuela, jefe de la Legión, que resultó muerto, con lo que pasaría a ocupar su puesto Franco. De estos dos convoyes a Tizzi Azza, creemos que al que se refiere Sender no es al de noviembre de 1922, sino al de junio de 1923, porque en la primera fecha no se disponía aún de iperita, mientras que, en la segunda, puede que la ayuda alemana permitiera ya disponer de ella, si no en grandes cantidades, sí en las suficientes para cargar con ese gas tóxico un número considerable de proyectiles.

A los primeros gases tóxicos procedentes de los stocks aliados, concretamente franceses, seguiría la ayuda alemana que sería, con mucho, la más importante durante toda la guerra del Rif. Según los periodistas alemanes Rudibert Kunz y Rolf-Dieter Müller, el Rey Alfonso XIII había manifestado ya desde 1918 a Alemania su interés por los gases tóxicos y su deseo de disponer de las instalaciones necesarias para producirlos. A estos contactos ultrasecretos seguirían otros en 1921, año en el que España volvería a expresar a Alemania su interés por obtener material de guerra químico, pese a que el Tratado de Versalles prohibía a este país fabricarlo. El 21 de noviembre de 1921 viajaba a Madrid Stolzenberg, conocido fabricante alemán de productos químicos, el cual mantuvo conversaciones con jefes militares, ministros y Palacio. El gobierno español expresó su deseo de disponer lo más rápidamente posible de una fábrica completa, especialmente dedicada a la producción de los gases tóxicos más modernos, si bien llegar a un acuerdo planteó ciertas dificultades, entre otras razones porque el Gobierno español quería disponer de esos gases con urgencia y la fábrica no estaría en condiciones de producirlos hasta después de algunos años. Stolzenberg manifestó, sin embargo, que podría, entre tanto, suministrar a España gases de guerra ya listos para su empleo.

Las conversaciones prosiguieron en 1922. En mayo de ese año, viajó Stolzenber de nuevo a Madrid y las dos partes llegaron por fin a un acuerdo, que se materializó en un contrato firmado el 10 de junio, en virtud del cual la firma alemana se comprometía a construir y poner en marcha la fábrica de gases tóxicos y a facilitar las instalaciones apropiadas para la producción de municiones, tales como granadas de artillería y de mano, así como equipo técnico y personal alemán especializado. La fábrica se construiría en el lugar llamado La Marañosa, situado cerca de Aranjuez, pero, dado que no estaría en condiciones de producir gases tóxicos hasta pasados unos años, Stolzenberg proporcionaría entretanto a España, no exactamente el gas ya listo para su empleo, sino la sustancia química necesaria para fabricarlo, concretamente el oxol, como llamaban al tiodiglicol, uno de los reactivos utilizados para fabricar la iperita. Hay que tener en cuenta que esta sustancia tóxica se utiliza a nivel industrial para usos no militares, con lo que Stolzenberg podía burlar impunemente las cláusulas del Tratado de Versalles que prohibían a Alemania la producción de gases tóxicos, ya que siempre le era posible alegar que los productos químicos de su fábrica estaban destinados a usos civiles. El oxol era transportado por vía marítima de Hamburgo a Melilla, a un taller que había empezado ya a instalarse en Mar Chica, es decir, en un lugar bastante alejado de la ciudad, para evitar posibles accidentes entre la población civil. Hay constancia de que a principios de junio de 1922 existía ya ese taller o más bien un barracón almacén para la carga de proyectiles, que no ofrecía suficientes garantías de seguridad para el personal, por lo que estaba en estudio la construcción de un edificio de mampostería (40). El único gas almacenado en ese barracón, al que se menciona en esa fecha era la cloropicrina, es decir que España no había empezado todavía a recibir el oxol, que era la sustancia química necesaria para fabricar la iperita. Tampoco hay a principios de junio de 1922 la menor alusión a la presencia de técnicos alemanes en Melilla. Hay que tener presente que el contrato para la construcción de la fábrica de gases tóxicos en La Marañosa y para el envío de oxol a Melilla databa del 10 de junio de 1922, de manera que habrían de pasar meses antes de que Stolzenberg estuviera en condiciones de fabricar él mismo ese producto y de suministrarlo al ejército español en Marruecos.

Lo que precede nos lleva a suponer que la iperita no hizo su aparición en Melilla hasta bien entrado 1923. En cuanto a la fábrica de La Marañosa, cerca de Aranjuez, que se había empezado a construir con ayuda de Stolzenberg, se utilizaba para la producción de bombas que se enviaban, luego, a Melilla para ser cargadas allí con gases tóxicos.

Planes político-militares de utilización de gases tóxicos y su aplicación efectiva

Si los planes político-militares contemplaban en teoría la utilización masiva de gases tóxicos con el objeto de causar el mayor daño posible al enemigo y obligarlo a someterse, el análisis de la documentación nos indica que, en la práctica, ya fuera por problemas en la obtención de la sustancia tóxica, retrasos en la carga de los proyectiles y bombas de aeronave, accidentes, a veces sumamente graves, en los almacenes de gases, o averías que obligaban a interrumpir la producción, o bien por consideraciones de orden político, que no siempre aconsejaban su utilización, ni la Artillería ni la Aviación españolas los llegaron emplear masivamente, limitándose, de manera selectiva, a objetivos y cabilas muy concretos, En este sentido, en el marco de un plan bélico más complejo y global, la guerra química se tuvo que circunscribir, dentro de una estrategia más amplia de “guerra total”, al empleo del gas junto a bombas de alto poder explosivo e incendiarias, no sólo contra trincheras, blocaos o puntos defensivos rifeños, sino también contra zocos, sembrados, bosques y cualquier elemento neurálgico del sistema militar o civil de Abd-el-Krim.

La existencia de numerosas fuentes documentales, que se encuentran en los archivos militares a disposición de los investigadores, permiten establecer la evolución de la Aeronáutica Militar española a lo largo del conflicto rifeño, en la que se pone de relieve la progresiva adaptación del persona y de los aparatos de vuelo a la guerra. Conviene recordar que los pilotos españoles fueron ya, en noviembre de 1913, los primeros aviadores de la Historia en realizar un bombardeo aéreo y su táctica y material fueron mejorando durante todo el conflicto norteafricano. Hay constancia del lanzamiento de gases por cañones de 155 mm, pero, dadas las limitaciones de maniobrabilidad de la Artillería, entre otras razones por la configuración accidentada del terreno, y de su alcance o radio de acción, su empleo se centró en puntos concretos del frente, y el peso de la guerra química sobre objetivos alejados- con su indudable poder efectivo y psicológico-, recayó en la Aviación, sobre todo a partir de 1924. Todos sus integrantes tuvieron que hacer frente a una nueva modalidad de guerra, para la que no habían sido entrenados ni tampoco debidamente advertidos sobre sus riesgos. La guerra del Rif sería la primera del siglo XX en la que la aviación utilizó gases tóxicos.

Gracias a un documento reservado enviado por la Alta Comisaría de Marruecos al Comandante General de Melilla, sabemos que, en octubre de 1922, se tomó la decisión de crear una comisión para el estudio del empleo de bombas y fabricación de gases tóxicos para aviación. Mientras tanto, para poder realizar ataques con gas tóxico hubo que recurrir a los stocks extranjeros, que suministraron bombas de 11 Kg, y al asesoramiento técnico para la carga de proyectiles de artillería, concretamente de la casa francesa Schneider que aportó material y técnicos al Parque de Artillería de la Maestranza de Melilla. El primer ataque aéreo con gas tóxico lo realizaron los biplanos Bristol F.2B del 4º Grupo de Escuadrillas, durante los días 14, 26 y 28 de julio de 1923, en el poblado de Amesauro (cabila de Tensamán). A partir de agosto de ese año se comienza a registrar en la documentación la existencia de bombas de gas tóxico (identificadas como bombas X) en el polvorín de Nador, con una media no inferior a 200 unidades.

Si hablamos de gas tóxico y ataques aéreos debemos remitirnos inevitablemente a las memorias de Ignacio Hidalgo de Cisneros. La lectura de sus memorias, que deben ser contrastadas cuidadosamente, nos conduce a pensar que el alto mando español pensó inicialmente en los polimotores franceses Farman F.60 Goliath para el lanzamiento de grandes bombas de gas. Ese avión, aunque originaba múltiples problemas para su mantenimiento y alojamiento en los aeródromos marroquíes, era el único capaz de arrojar 4 ó 6 bombas de 100 kilos que, según Hidalgo, eran de iperita y se habían comprado del stock aliado de guerra.

Los aviadores y técnicos españoles iniciaron una evaluación de todas las bombas cargadas con gas tóxico y, siguiendo la correlación numérica de las bombas de gas identificadas con la sigla C, llegaron a la conclusión de que el modelo C-5 (cargada con 20 kg de iperita) era la más efectiva para los ataques. La revisión de los partes de almacenamiento y lanzamiento de bombas de los diversos gases tóxicos (fosgeno, cloropicrina e iperita) entre los años 1923 y 1927 apoyan la idea del sucesivo perfeccionamiento en función de la efectividad. Si en 1924 las bombas C-1 (iperita, 50 Kg) y C-2 (iperita, 10 Kg) parecen haber sido las más utilizadas, a partir de 1925 y hasta el final de la guerra del Rif la C-5 se impondrá sobre las demás. El alto mando pronto se percató de que el calor del área septentrional marroquí era perjudicial para el efecto del gas y apuntó la posibilidad de utilizar el gas en vuelos nocturnos, misiones novedosas que ya se habían empezado a realizar antes del lanzamiento de gas tóxico por la aviación:

Se ha pedido a la Superioridad medio para efectuar vuelos de noche y bombardear los sitios en que haya concentraciones enemigas. También se dispondrá en breve de proyectiles cargados de gases que convendrá lanzar poco antes de amanecer.

A fin de que la eficacia de uno y otro sea máxima, conviene que el servicio de información precise si es posible el lugar en que duermen los enemigos reunidos en harkas, detallando si el mismo que ocupan durante el día o se reparten por los aduares más próximos a los campamentos de la harka. Melilla, 16 de mayo de 1922.

Los bombardeos nocturnos, ya fuera por la Artillería o por la Aviación, tenían por objeto que los gases no se volatilizasen por efecto de la alta temperatura, sino que no se expandieran y aumentara su persistencia en la zona.

¿Cómo arrojaron bombas tan peligrosas tripulaciones poco instruidas en el manejo y prevención de los efectos del gas? Es cierto que hubo numerosos problemas técnicos y humanos en el manejo del material químico. Sebastian Balfour ha citado los informes hechos en 1924 por el agregado estadounidense Sheean, en los que se refiere a la escasa efectividad de la aviación que siempre bombardeaba a la misma hora de la mañana y de la tarde en misiones formadas por un avión y, excepcionalmente, los días de mercado, por tres. La falta de factor sorpresa que el observador estadounidense echa en cara a los españoles se explica por la simple razón de que las altas temperaturas norteafricanas impedían los vuelos al mediodía o a media tarde, debido a que, como indican los informes de los talleres de mantenimiento de la Escuadra de Marruecos, eran muy numerosas las averías en los sistemas de refrigeración o el recalentamiento de los motores, lo que provocaba un acusado desgaste de los aviones (49). Por otro lado, exceptuando el caso de misiones de reconocimiento, el hecho de destinar un solo aparato para batir un objetivo estaba más relacionado con la táctica española de economizar medios y material- sin obviar el objetivo psicológico de la presencia aérea permanente- en función de un enemigo disperso, cuya fuerza radicaba en las guerrillas y al que sólo se podía contrarrestar en momentos concretos, como el día de celebración de los zocos. Sheean no debió de tener conocimiento de que los españoles, para solventar ambos problemas, recurrieron a la compleja táctica de los vuelos de bombardeo nocturno (antes del alba y en noches claras), en el que al daño de las bombas se unía el efecto moral de impedir el descanso del enemigo y crear un estado de guerra permanente.

Balfour también indica que la táctica de vuelo rasante española era muy pobre en resultados, pese a haberse inspirado en la que utilizó la RAF en Irak en 1919. No aporta, sin embargo, ninguna prueba documental de esa supuesta transferencia bélica. Desde 1913, año en que los españoles realizaron el primer bombardeo aéreo de la Historia, se había mejorado mucho la táctica de bombardeo, hasta el punto de que en 1921 se había creado en los Alcázares (Murcia), la Escuela de Tiro de Bombardeo Aéreo, donde muchos pilotos y observadores que volaban en África habían realizado sus estudios. Hay que tener en cuenta que la intrincada orografía del Rif obligaba a concentrar fuego de ametralladoras y bombas en puntos de difícil acceso, siendo sometidos los aviones al fuego rifeño desde varias alturas. Así, pues, la única manera de proporcionar suministros y cobertura a los soldados era realizando vuelos en los que los aparatos, a muy baja altitud (100 metros), con la protección de sus dos o tres ametralladoras, acometían el objetivo para lanzar las bombas bajo los certeros disparos enemigos, que causaron numerosas pérdidas de tripulantes y aparatos. Esta arriesgada táctica, bautizada por el periodista francés Maurillac como “vuelo a la española”, fue, de todos modos, prohibida por Alfredo Kindelán cuando asumió la Jefatura de las Fuerzas Aéreas en Marruecos el 27 de agosto de 1922, por considerar que era poco efectiva en relación con la enorme pérdida de aparatos y tripulantes que ocasionaba, orientando la táctica, como veremos, a un bombardeo más sistemático y planificado.

Todo el material volante se volcó en la campaña y se acometió la tarea de crear una reserva suficiente de bombas para que la cobertura sobre los objetivos fuera continuada. Alfredo Kindelán, Jefe de las Fuerzas Aéreas de Marruecos, especificó a finales de 1923 la necesidad de contar con “repuesto de 1.000 bombas de 11 kilogramos incendiarias y otras tantas asfixiantes, y elevar hasta 12.000 las de trilita”. Hay documentos que inducen a pensar que el uso intensivo del gas contra las cabilas más irreductibles, como la de Beni Urriaguel (la cabila de Abd-el-Krim), estuvo presente en la mente de los estrategas militares españoles, quienes llegaron a calcular que “con un repuesto de 1.000 bombas de 11 kilogramos de gases ó 3 de 50 kilogramos se limpiaba [sic] completamente en días de calma un kilómetro cuadrado de terreno, es decir, que con casi 8.000 bombas de 11 Kg ó 1.000 de 5, quedará irrespirable la atmósfera de Beni Urriaguel con un gasto de 3 ó 4 millones de pesetas”. Pero la realidad era otra. Los informes reflejan cuáles eran en la práctica la producción y las existencias de los polvorines y, en función de estas variables, hubo que dosificar su empleo, según se desprende de la documentación consultada:

“Como no se dispone de momento de esta clase de bombas en la cantidad necesaria y, en deseo de proporcionar una solución práctica, y de rápida realización, creo debe limitarse la acción, por el momento, a bombardear con gases y bombas incendiarias los poblados, caseríos y fortificaciones enemigas, así como los grupos u ganados, y con granadas incendiarias los sembrados de maíz, silos y bosques”.

La campaña del Rif, iniciada desde septiembre de 1921, puede considerarse como una guerra convencional en el amplio sentido de la palabra, con un componente adicional de “guerra química”. Esta última constituyó, sin duda, una faceta muy importante de la contienda, pero no la decisiva. Es cierto que, a partir de finales de enero de 1923, tras la liberación de los prisioneros españoles en Axdir, el alto mando hubiese deseado contar con la mayor cantidad posible de bombas de gas tóxico para arrojárselas a los rifeños, pero este deseo chocó con numerosas dificultades técnicas en el curso de la guerra, como era, entre otras, la de la obtención de la sustancia química (el oxol) que suministraban los alemanes para la fabricación de la iperita. Por ello, el gobierno español solicitó desde mediados de 1924 a Alemania la presencia de técnicos y de material para poder acelerar la producción a un ritmo de 100 bombas diarias, y, con tal fin, en el mes de octubre se trasladaron a Melilla dos especialistas dirigidos por el técnico germano Dr. Hofmeister. Por otro lado, el ritmo de producción también se veía acuciado por las presiones del gobierno del Directorio Militar de Primo de Rivera, quien había sorteado en el verano de 1924 un conato de insubordinación militar de altos mandos de un sector del ejército, cuando decidió la retirada de las tropas españolas de la región occidental de la zona a una línea defensiva apoyada en la ocupación de diversos puntos en la costa, lo que aquellos interpretaron como una primera etapa de abandono del Protectorado. Acabar con la guerra del Rif era prioritario para el gobierno, que depositó grandes esperanzas en las nuevas armas, especialmente en el gas.

Los mandos de la Aviación española se plantearon la estrategia a seguir y, no sólo por razones técnicas sino también políticas, no se procedió a un bombardeo tóxico indiscriminado del Rif, El gas se pretendía lanzar, de manera selectiva, sobre las cabilas que constituían el “núcleo duro” de la resistencia, como revela el siguiente telegrama del Comandante General al Jefe de las Fuerzas Aéreas, del 30 de agosto de 1923:

El Excmo. Sr. Alto Comisario en telegrama de hoy me dice: “Ruego llame a Teniente Coronel Kindelán y le presente proyecto de división por zonas kábilas Temsaman y Beni Urriaguel con el fin de que por días vaya batiendo intensamente cada una de ellas hasta terminar con todas, empleando para ello cuantas clases de bombas tenga de trilita, incendiarias y de X (gases tóxicos)”.

Los ataques contra objetivos concretos fueron una constante en la estrategia seguida por los altos mandos todo a lo largo de la guerra. Un telegrama del 5 de marzo de 1925, indicaba que habían se habían entregado a Aviación 50 bombas C-5 (iperita, 20 kg) para bombardear Zoco el-Arbaa de Taurirt, situado en la margen izquierda del Nekor, que era, según decía dicho telegrama, “la única zona insometida no iperitada”, en la que se reunían grandes contingentes. En un despacho del 22 de marzo de 1925 al General en Jefe, el Comandante Militar de Melilla era más explícito en cuanto a las razones para la elección de ese objetivo:

“ En el Zoco el-Arbaa de Taurirt de Beni Urriaguel se reúnen los miércoles gran cantidad de enemigos confiados en que nunca se ha bombardeado dicho Zoco con ninguna clase de bombas por estar a bastante distancia y porque yo no tenía esas noticias. Y como hay muchas probabilidades de que en un miércoles que haga buen tiempo acudirá mucha gente a ese Zoco confiadamente y será ocasión de causarles daño y de castigar muy duramente por las razones dichas antes, ruego a V.E. me autorice a emplear cien bombas C-5 en el bombardeo que ordenaré para el primer miércoles bueno y con el cual bombardeo seguramente se conseguirá hacer mucho daño al enemigo”.

En este documento se habla de cien bombas, pero las entregadas a la Aviación habían sido sólo cincuenta que, además, de no considerarse necesario utilizar, debían ser devueltas. Y es que, dada la escasez de bombas C-5 en aquellos momentos, era preciso racionar al máximo las existentes. En Melilla, se produjeron en enero de 1925 importantes averías en la instalación y una violenta reacción de los gases, debidas a cuerpos extraños o impurezas del oxol utilizado como primera materia, que era de calidad muy inferior a la remesa enviada en 1924. Los ensayos químicos realizados con la materia demostraron que era inadecuada y peligrosa para la fabricación a que estaba destinada. De los 27 bidones analizados sólo tres eran aceptables, mientras que el resto podía poner en peligro la instalación y causar víctimas entre el personal, ya que los desprendimientos violentos de los gases podían originar una explosión. Hubo, por tanto, que suspender la fabricación de la sustancia para la carga de las bombas C-5 hasta que las averías registradas en los reactores de producción de iperita fuesen reparadas. Si en un régimen normal de fabricación se podía llegar a las 100 bombas diarias, numerosos inconvenientes hacían que sólo se pudieran producir 75 cargadas y, eso, “si no ocurrían accidentes o averías imprevistos”.

Hay que tener en cuenta que el taller de Melilla era el único que fabricaba gases tóxicos y que debía surtir de bombas no sólo a la artillería y la aviación de este territorio, sino también a las de la región occidental del Protectorado, con lo cual, si se interrumpía la fabricación, había que echar mano de las existencias. El 18 de enero de 1925, se embarcaron en el guardacostas Uad Targa 200 bombas C-5, 100 de ellas con destino a Ceuta y otras tantas con destino a Larache, y el 9 de febrero se transportaron a Ceuta otras 400 bombas C-5, envíos que se efectuaban con regularidad, según las necesidades y el número de bombas disponibles. Las frecuentes interrupciones en la fabricación de los gases, por averías u otros inconvenientes, hacían que las existencias escaseasen muchas veces y hubiese que limitar su empleo, aun en los casos en los que los planes estratégicos lo considerasen oportuno.

Las bombas de gas se utilizaban como el resto del material bélico transportado habitualmente por todos los aviones terrestres de la Aviación Militar. Los hidroaviones lo hicieron de manera excepcional. La Aeronáutica Naval intervino en Marruecos con una unidad formada por el portaaeronaves Dédalo, equipado con un dirigible y varios hidros, y que, pese a contar desde una época muy temprana con bombas de gas albergadas en sus bodegas, no han trascendido datos sobre su uso en combate con parte de sus hidros. A partir del momento en que la fábrica de Melilla empezó a producir en serie bombas de gas de diferentes tamaños, los Breguet XIV DH-4, Potez 15, Fokker C. IV y DH-9 de la Escuadra Aérea de Marruecos iniciaron una guerra química que se extendería hasta julio de 1927, pero que, por las razones apuntadas, no llegaría nunca a ser masiva. Por el cuaderno de vuelo de un piloto que voló en Marruecos, sabemos que de 167 misiones realizadas entre junio de 1924 y julio de 1925, tan sólo hizo dos con iperita. Las hojas de servicio del observador José López Jiménez que participó en la campaña de Rif entre agosto de 1925 y abril de 1927, indican que tan sólo realizó siete bombardeos con iperita de un total de 130 misiones. En el expediente personal del Infante Alfonso de Orleáns, que estuvo al frente de una escuadrilla de Fokker C.IV durante las operaciones de Alhucemas, tan sólo consta el hecho de que bombardeó con iperita los poblados de Beni Zalea y Uad Lau (región de Gomara). Por último, contamos con el testimonio de Pedro Tonda Bueno, observador de un Potez 15, cuya unidad participaba en Marruecos desde junio de 1924. En su obra ya mencionada, Tonda alude a la vida diaria de su unidad y también se refiere a los bombardeos con iperita, pero lo hace de manera excepcional dentro de las múltiples misiones que los aviadores españoles realizaron en la campaña contra Abd-el-Krim.

Estos ejemplos no pueden, desde luego, reflejar toda la actividad de una fuerza aérea que llegó a contar con unos 150 aeroplanos, y habría que consultar la documentación más a fondo, pero aportan de todas maneras datos sobre el uso no masivo del gas tóxico.

En el desembarco de Alhucemas, el 8 de septiembre de 1925, el gas tóxico fue empleado en las localidades del interior, mientras que el material de alto poder explosivo se utilizó en la primera línea del frente. El análisis de la documentación indica que las escuadrillas que participaron en el apoyo aéreo al desembarco emplearon exclusivamente bombas de iperita C-5 (20 Kg), dejando a un lado las bombas de cloropicrina o C-4 (10 Kg), que eran bastante peligrosas para los aviadores españoles, aun cuando respetasen la altura de lanzamiento (66). La iperita era el gas indicado para causar bajas en el enemigo en áreas que las tropas propias no iban a ocupar o atravesar durante un periodo de tiempo superior al de la persistencia del gas, que podía ser mayor o menor según la temperatura y otras circunstancias. De ahí que en el desembarco de Alhucemas se utilizase en localidades del interior para producir bajas en la retaguardia rifeña sin que las tropas españolas en la primera línea del frente sufrieran sus efectos tóxicos.

El ataque rifeño en abril de 1925 a los puestos militares franceses en la cabila de Beni Zerual, en la otra orilla del Uerga, llevó a los gobiernos de Francia y España a entablar conversaciones que se tradujeron en el Tratado de Madrid de julio de 1925, destinado a coordinar los esfuerzos militares para acabar definitivamente con Abd-el- Krim en una acción combinada de medios aéreos, terrestres y navales, que culminarían en el desembarco de Alhucemas. Esta operación, con gran despliegue de medios, sería el principio del fin de Abd-el-Krim. Alhucemas era la llave del Rif, por estar allí situada la cabila de Beni Urriaguel, corazón de todas las resistencias a la penetración extranjera. Había habido ya con anterioridad numerosos planes para un desembarco en Alhucemas, sin que ninguno llegara a materializarse, hasta que se desempolvó el plan diseñado por el general Gómez Jordana y se actualizó en combinación con el aliado francés, que atacaría simultáneamente por tierra desde la zona sur del Protectorado. Como en el caso del empleo por primera vez de los aviones como bombarderos ya en 1913, los españoles, con este plan de desembarco, serían los precursores de una nueva técnica de guerra cuyos resultados tendrían muy en cuenta las generaciones militares posteriores.

El 2 de octubre de 1925 las columnas del general Sanjurjo tomaron Axdir, la capital rifeña, lo que obligó a huir a Abd-el-Krim, quien desde otros puntos del territorio insumiso proseguiría la lucha hasta el 27 de mayo de 1926, en que, terminaría por rendirse, si bien, por temor a las represalias de España, prefirió entregarse a los franceses. Después de la rendición de Abd-el-Krim, los partidarios del jefe rifeño continuaron la resistencia en las cabilas del Rif central, Gomara y Yebala, que seguían insumisas, hasta que el 10 de julio de 1927 el general Sanjurjo anunció oficialmente en Bab Taza el fin de la guerra. En este periodo, para combatir a los núcleos rebeldes, particularmente en los macizos montañosos de Yebel Alam y Yebel Hessana, la aviación siguió prestando un importante apoyo al ejército de tierra con los modernos Breguet XIX. Aún hubo ocasión de emplear gases contra los núcleos rebeldes, pues el 3 de junio de 1927 se lanzaron 42 bombas C-5 en Beni Guizit, y los almacenes de Tetuán y Larache contaban, respectivamente, con 200 y 497 unidades de este tipo de bombas de iperita.

Efectos de los gases tóxicos en las tropas españolas y en la población rifeña

En sus memorias tituladas Cambio de Rumbo, Hidalgo de Cisneros relata con desazón las misiones de bombardeo que realizó con un F.60 cargado, según él, de bombas con iperita. Este piloto narra que, años después, un anciano rifeño le comunicó que las bombas no habían causado ningún efecto entre los combatientes porque las altas temperaturas de África disiparon los efectos del gas, e Hidalgo llega a decir que habría sido mejor arrojar botellas de gaseosa de Melilla, que tenía fama de indigesta. Esta aseveración, que no se ajusta del todo a la realidad, esconde un claro intento exculpatorio, ya que sus memorias las escribió y publicó en los años sesenta en un país de la órbita soviética, cuyo régimen alentaba los movimientos de descolonización mundial. Hidalgo no quiso, sin embargo, dejar de aludir a los terribles efectos que tuvo el estallido de uno de estos artefactos en el aeródromo de Tauima cuando, al desprenderse de su afuste, causó la muerte a varios soldados. Hemos confirmado la existencia de este accidente en el que no sólo resultó herido el capitán José Planell, jefe de la guerra química, sino que el gas hirió también al teniente piloto e ingeniero aeronáutico Arturo González Gil, que sufrió terribles quemaduras en las piernas. Hubo ocasiones en los que se detectaron fugas de gas de las carcasas de las bombas y se tuvo que proceder al manejo cuidadoso y posterior enterramiento de los artefactos. Según un informe del Coronel Director del Parque de Artillería de la Maestranza de Melilla, a propósito de las averías registradas en los reactores de producción de iperita en enero de 1925, las manipulaciones efectuadas por los cinco equipos que se ocupaban de la fabricación habían causado lesiones, algunas graves, entre dos capitanes y cuatro tenientes, el propio autor del informe había resultado afectado de conjuntivitis con sólo vigilar los trabajos y en la tropa que intervino en éstos se habían producido 82 bajas.

Los aviadores y el personal encargado de la producción de gases tóxicos no fueron los únicos que sufrieron los efectos de los accidentes con este tipo de granadas o bombas, pues hubo también casos de tropas españolas afectadas por el gas, como el que refiere Ramón J. Sender en Imán, o como el que menciona Juan Pando de que numerosos soldados desembarcados en Alhucemas sufrieron los efectos de una nube de gas cuando cambió la dirección del viento durante el ataque. Durante los bombardeos con iperita efectuados en Anyera, tras la sublevación de esta cabila en diciembre de 1924, el gas de las bombas, llevado por el viento, cayó sobre las tropas españolas, entre las que causó numerosos heridos.

En cuanto a los efectos de los gases tóxicos en los rifeños, debieron de ser, sin duda, importantes y causar numerosas víctimas, no sólo entre los combatientes, sino también entre la población civil. Los aviadores, además de lanzar bombas sobre las concentraciones de harkeños, las soltaban sobre los poblados y los zocos, ya fuera el día de mercado o si no la víspera, de manera que, dada la persistencia de la iperita, el lugar quedaba contaminado durante dos o tres semanas. Los efectos de este gas vesicante provocaban fundamentalmente, como ya hemos dicho, quemaduras en la piel y vejigas, inflamación de los ojos, que podía llegar a causar una ceguera pasajera, vómitos, y, por supuesto, inhalado en grandes cantidades, lesionaba el tracto respiratorio y podía ser letal. Otra característica de este gas es que impregnaba la ropa y seguía provocando efectos en las personas incluso si dejaban pasar tiempo antes de volverla a vestir.

La primera queja sobre la utilización del gas tóxico en la región occidental del Protectorado se remontaría a diciembre de 1924, fecha en la que, según un informe del cónsul general británico en Tánger, del 20 de diciembre, un representante de Anyera manifestó haber sido delegado por esta cabila para denunciar ante el mencionado cónsul los bombardeos de sus poblados por aviadores españoles con bombas de gas que habían causado pérdidas de visión o ceguera y otras heridas en mujeres y niños. En otro despacho del 19 de abril de 1925, el cónsul británico indicaba que, según las informaciones que había podido reunir, no cabía duda de que el gas utilizado por los españoles en sus bombardeos era la iperita. Así lo confirmaba el testimonio del El Dr. Forraz, jefe del Hospital francés de Tánger, que había tenido cierta experiencia en materia de gases tóxicos durante la I Guerra Mundial, y que había curado en su Hospital de Tánger varios casos, según él, todos provocados por la iperita. Por otro lado, las gentes del país que habían visto los bombardeos declaraban unánimemente que las bombas de gas eran lanzadas por aviones y sus descripciones sobre los efectos de la iperita en los seres humanos correspondían exactamente a las del Dr. Forraz.

En lo que respecta a la reacción de los dirigentes rifeños ante los bombardeos con gases tóxicos, parece que trataban de ocultar los efectos mortíferos que causaban entre la población, según un parte fechado en Melilla el 20 de julio de 1924:

Parece que dicha kábila [Beni Urriguel] oculta cuidadosamente los efectos y no deja que llegue noticia alguna hasta nuestras líneas. Mientras no se haga una información un poco precisa por parte de Uxda, en la que sería más fácil lograrla, sólo noticias vagas se tienen.

Pero a juzgar por ellas, parece que los efectos son muy de tener en cuenta y han producido bastante pánico, ya que no sirven para librarse de aquello las numerosas cuevas que en todas partes tienen construidas, en las que se consideran seguros en los diarios bombardeos que viene efectuando la Aviación.

Ante los efectos no sólo físicos sino también morales que provocaban los bombardeos con gases entre la población, es muy posible que los dirigentes rifeños no tuvieran interés en hablar de ellos, para no aumentar aún más el pánico. En lo que respecta a las acusaciones en el plano internacional, cabe señalar que si las quejas y protestas de Abd-el-Krim por los bombardeos de la aviación española fueron numerosas, no hay referencias específicas a la utilización de gases. En una famosa carta de Abd-el-Krim “A las Naciones Civilizadas” dirigida a la Sociedad de Naciones el 6 de septiembre de 1922, el jefe rifeño se refiere únicamente a la “utilización de armas prohibidas” por los españoles. Sobre la utilización de gases tóxicos hubo, con todo, denuncias dirigidas a la Sociedad de Naciones en Ginebra, pero no por Abd-el-Krim mismo, sino por otros, ya fuera porque simpatizaban con el jefe rifeño o bien por razones humanitarias.

Los rifeños, por su parte, sabían ya desde 1921 que los españoles disponían de gases tóxicos, si bien es muy posible que éstos fueran sólo al principio lacrimógenos. En junio de 1922, habían pensado en adquirir, como hemos visto en otro lugar, caretas antigás para protegerse. En cuanto, a sus intentos por disponer de aviones fueron, como se sabe, sin éxito. En 1924, compraron cuatro en Argelia, todos ellos viejos aviones franceses, de los que sólo uno, un Potez-15, llegaría al Rif, donde, pese a estar camuflado, fue descubierto por la aviación española, que lo destruyó. Ya antes, en 1923, Abd-el-Krim había intentado conseguir aviones y otro material de guerra, incluidos gases tóxicos. En el contrato firmado el 30 de abril de 1923 por su hermano M’hammed y el ex oficial del ejército británico Alfred Percy Gardiner, había una lista de mercancías que éste debía adquirir para los rifeños, en la que, además de otro material de guerra, figuraban ocho bombarderos y cuatro cazas, así como diferentes tipos de bombas, incluidas 50 de gas. Inútil decir que de todo este material, nada llegaría a ver Abd-el- Krim, excepto algunos fusiles y cartuchos que el tal capitán Gardiner, auténtico aventurero estafador, que engañó miserablemente al jefe rifeño, consiguió pasar de contrabando, pero, desde luego, ni un solo avión ni bombas de gases asfixiantes.

Han pasado setenta y tantos años desde la guerra del Rif y el que hoy se sepa y reconozca públicamente que España utilizó gases tóxicos en ella es hacer justicia a la verdad histórica. En la guerra del Rif seguro que fueron muchas las víctimas causadas por los bombardeos con gases tóxicos, aunque también es seguro que fueron muchas más las causadas por las bombas convencionales, por ser éstas las más utilizadas. En el caso concreto de la iperita, sus efectos inmediatos son conocidos, pero es más difícil establecer cuáles serían los posibles efectos a largo plazo, ya que para ello se necesitaría un seguimiento de las personas afectadas. En este sentido, resulta aventurado afirmar que el número de casos de cáncer registrados hoy día en Rif, muy superior al de otras regiones de Marruecos, según estadísticas oficiales, sea debido a los efectos a largo plazo de la iperita en la población y en los descendientes de las personas que, en su momento, resultaron afectadas por los bombardeos. En un tema tan grave como éste, es preciso evitar las especulaciones sensacionalistas y aportar pruebas científicas.

Según los estudios realizados por expertos mundiales, como los de la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (Lyon, Francia), es muy cierto que la iperita es una sustancia cancerígena para el ser humano, como lo prueba la mayor incidencia de procesos cancerígenos respiratorios en trabajadores de fábricas de iperita, es decir, en casos de exposiciones crónicas, pero es más difícil establecer una relación causa-efecto cuando se trata de una única exposición o de exposiciones esporádicas a la iperita, como son las que se producen en combate. En cuanto a los efectos teratogénicos (malformaciones congénitas) y la toxicidad reproductiva de la iperita en los seres humanos, el Instituto de Medicina de los Estados Unidos, en un informe de 1993, llegó a la conclusión de que la información relativa a esos efectos de la iperita, así como a su toxicidad sobre el sistema reproductor, era escasa e insuficiente para poder determinar una relación causa-efecto. Por todo ello, si ya es difícil establecer ésta cuando se trata de personas que no están expuestas a la iperita de manera crónica, sino accidental, como era el caso de los rifeños durante un bombardeo, más difícil será aún de probar que los rifeños afectados por los bombardeos con iperita en los años veinte del pasado siglo hayan podido transmitir genéticamente a sus descendientes cualquier tipo de enfermedad, más concretamente, el cáncer, máxime cuando tampoco es posible demostrar que los afectados directamente por la iperita que padecieron cáncer hubiesen desarrollado ellos mismos esa enfermedad a causa de esa sustancia tóxica."
Entre guerras, vino la ocupación española. Leo en "HISPANIA. Revista Española de Historia, 2009, núm. 232, el artículo "JESÚS JIMÉNEZ ORTONEDA, INTERVENTOR MILITAR EN EL RIF (1911-1936)", de JOSÉ LUIS VILLANOVA y LUIS URTEAGA, que resume su carrera militar en Marruecos, entre 1907 y 1936. Jiménez Ortoneda ocupó importantes puestos en la Administración del Protectorado español (interventor de cabila, jefe de la sección política y del servicio de información de la Oficina Central de Intervenciones de Melilla y subdelegado de Asuntos Indígenas).

Alcanzó el grado de teniente coronel y fue uno de los pocos militares africanistas que sirvieron fielmente a la República y que no se sumaron a la sublevación militar de 1936.

Jesús Jiménez Ortoneda, hijo del capitán de Infantería Juan Jiménez Conde y de Concepción Ortoneda Alabart, nació en A Coruña el 18 de abril de 1887. Siguiendo la trayectoria profesional de su padre, y de su hermano Juan, a los diecisiete 17 años ingresó en la Academia de Infantería de Toledo (6-9-1904), donde se licenció como 2.º teniente de Infantería en 1907. Su primer destino, siguiendo los pasos de su hermano, fue el Regimiento de Infantería de África nº 68 con sede en Melilla, al que se incorporó en agosto de aquel año. Desde aquel momento prácticamente no abandonaría Marruecos hasta que finalizó su carrera profesional en 1939, tras pasar tres años detenido y haber sido separado del servicio.

El joven oficial llegó a Melilla, con veinte años, en un momento crucial para la historia de la acción colonial española en Marruecos. En 1903 El Rogui —pretendiente al trono jerifiano— había ocupado la alcazaba de Farhana e impuesto su dominio sobre el Rif oriental después de derrotar a las tropas del Sultán y conseguir la adhesión de las cabilas de la región.

Sin embargo, su decisión de otorgar concesiones mineras a compañías francesas y españolas, y su despótico gobierno, motivaron que diversas tribus se levantaran contra él. La confusa situación fue aprovechada por el gobernador militar de Melilla, para ampliar la presencia española en la zona: tropas españolas ocuparon la Restinga en febrero de 1908 y Cabo de Agua al mes siguiente. La ocupación fue justificada con la excusa de ejercer la misión de policía que había establecido el Acta de Algeciras de 1906.

Pero, en el primer caso se trataba de evitar la instalación de una factoría francesa, que había sido una cobertura para proporcionar armas a El Rogui; mientras que con la ocupación de Cabo de Agua se deseaba restar apoyos al pretendiente en la cabila de Quebdana y proporcionar una base de aprovisionamiento para la guarnición de las islas Chafarinas.

Tras la ocupación de Cabo de Agua, Jiménez Ortoneda fue destinado en diversas ocasiones a la zona de Quebdana, donde participó en avanzadas y operaciones de reconocimiento por la rábida de Beni-Riaten, el vado Ragay y las inmediaciones del río Muluya. Este tipo de acciones, que volvería a repetir en distintos escenarios, le proporcionarían un notable conocimiento de diversas regiones del Rif.

La derrota de El Rogui a manos de los rifeños y su huida a finales de 1908 crearon un vacío de poder en la región que fue aprovechado por Mohammed Ameizan para agrupar bajo su jefatura a las cabilas apelando a la resistencia armada contra la presencia española. El ataque de los rifeños el 9 de julio de 1909 a las obras del ferrocarril minero que se estaba construyendo supuso el inicio de la llamada «guerra de 1909», en la que las tropas españolas sufrirían el desastre del Barranco del Lobo.

Después de varios meses de enfrenamientos, las autoridades de Melilla obtuvieron la sumisión de notables de diversas fracciones y cabilas del Rif oriental sobre las que extendieron su control.

El 26 de julio de 1911 Jiménez Ortoneda fue destinado a la Policía Indígena y se incorporó a la 3.ª Mía (Compañía) en el Zoco el Had de Beni Sicar. A partir de aquel momento, este destino le permitiría mantener un contacto directo con los rifeños durante más de dos décadas.

La Policía Indígena había sido creada por un Real Decreto de 31 de diciembre de 1909. La ampliación del territorio marroquí bajo influencia española, a consecuencia de la guerra de 1909, motivó que el Gobierno se planteara organizar las primeras tropas coloniales españolas en Marruecos, bajo el mando de oficiales del Ejército español y a las órdenes del general jefe de Estado Mayor. Sus atribuciones, vagamente concretadas en la disposición oficial, consistían en «atender a la conservación del orden, a los servicios de policía militar y demás que se les encomienden» en Melilla y los territorios ocupados de Guelaya.

La posterior expansión española sobre el territorio marroquí obligó al gobierno a perfeccionar los organismos encargados de afianzar su presencia en las zonas ocupadas. El Real Decreto de 5-1-1912 creó la Subinspección de Tropas y Asuntos Indígenas que se organizó en una oficina central y oficinas destacadas en las cabilas. Un coronel de Estado Mayor ocupaba la jefatura de las fuerzas de la Policía y se encontraba al frente de la Oficina Central de Melilla, mientras que capitanes y tenientes estaban al mando de las destacadas.

Tras la guerra de 1909, no todas las fracciones y cabilas del Rif oriental se habían sometido a las autoridades españolas, por lo que la efervescencia continuaba en la región. Después de unos meses de aparente calma, que fueron aprovechados por las tropas españolas para aproximarse al río Kert, el 24 de agosto de 1911 los rifeños atacaron a una misión topográfica que trabajaba en las proximidades de Isfahen. Este ataque y la posterior reacción española son considerados el punto de partida de la llamada «campaña del Kert», que se prolongó diez meses. El fallecimiento de Amezian en combate, en mayo de 1912, supuso el final de la resistencia organizada y la desmovilización de la mayor parte de los rifeños.

Con estas operaciones, España había conseguido ampliar su zona de influencia desde Melilla hasta el cauce del Kert. Y aunque las escaramuzas continuarían produciéndose irregularmente, esta frontera permanecería inalterable durante varios años. Durante la campaña, Jiménez Ortoneda participó en diversos combates, fue condecorado con dos Cruces de 1.ª Clase de María Cristina, y desde el 24 de septiembre de 1911 quedó a las órdenes del general Salvador Díaz Ordóñez como encargado del servicio de información.

Probablemente, el nombramiento refleja el interés y el conocimiento que Jiménez Ortoneda empezaba a tener en el Rif oriental.

El 2 de marzo de 1912, Jiménez Ortoneda se hizo cargo de la oficina de Asuntos Indígenas del Zoco el Had de Beni Sicar, iniciando su actividad en el control de las cabilas. En aquella oficina, además de continuar efectuando nuevos reconocimientos y operaciones en vanguardia —cuando le era requerido—realizó el padrón en diversos poblados, contribuyó a formar una harka auxiliar, e inició formalmente sus estudios sobre el territorio del Rif. Su primera publicación sobre el tema, realizada en colaboración con el capitán Emilio Villegas y el teniente Ricardo Satallé, lleva por título Memoria geográfica, histórica y estadística de la kabila de Beni-Sicar, y fue editada por los Talleres del Depósito de la Guerra en 1913.

El 20 de febrero de 1914 fue ascendido a capitán y, pocos días más tarde, contrajo matrimonio en Melilla con María del Amparo Albéniz Alonso.

La decisión del general Luis Aizpuru y Mondéjar, comandante general de Melilla, de establecer algunas nuevas posiciones en la orilla izquierda del Kert para extender la influencia española hacia el Rif central, debió motivar la creación de nuevas mías de Policía Indígena, para las que era necesario contar con oficiales preparados. Posiblemente, por esta razón, el 30 de junio de 1916 Jiménez Ortoneda fue destinado al mando de la 10.ª Mía, con la que participó en las pequeñas operaciones —denominadas «rectificaciones de línea»— que se llevaron a cabo en las cabilas de Beni Said, Metalza y Beni Bu Yahi.

El primero de enero de 1918 fue nombrado jefe de la Oficina de Información de Iarf el Baax (Beni Said), hasta que le fue confiado el mando de la 2.ª Mía con sede en Nador el 8 de julio del mismo año18. En su nuevo destino, realizó tareas de información en Cabo de Agua e inició la confección de estadísticas en la cabila de Mazuza. De esa época datan las primeras referencias que tenemos de su esfuerzo para dominar el chelja, la lengua hablada por la mayor parte de las cabilas del Rif oriental: en julio de 1919 obtuvo la calificación de «muy bueno» en los exámenes del 2.º curso de chelja de la Academia Oficial de Árabe de Melilla.

El 17 de abril de 1921, Jiménez Ortoneda se hizo cargo de la Oficina de Información de Afsó (Beni Bu Yahi), donde volvió a dar muestras de su conocimiento de la sociedad rifeña y de su habilidad de trato con la población autóctona al arreglar una «deuda de sangre» entre dos familias. Aquel mismo mes fue agregado eventualmente a la Comisión Internacional de Límites, por su conocimiento sobre esta cabila fronteriza con la Zona francesa.

Durante el mes de junio, y en el marco de las operaciones que desarrollaba el general Manuel Fernández Silvestre para penetrar hacia el centro del Rif, formó parte de las fuerzas de sostén a la columna que conquistó Abarrán, cooperó en la ocupación de Igueriben, y participó en servicios de seguridad para impedir el corte de las comunicaciones con Annual. El 22 de julio, a raíz de la desorganizada evacuación de Annual, el caos más absoluto se apoderó de la zona. Jiménez Ortoneda se vio envuelto en aquellos acontecimientos en los que el Estado Mayor desapareció, la cadena de mando se desmoronó rápidamente y la inmensa mayoría de los oficiales y de la tropa trataron de huir despavoridos.

No sabemos a ciencia cierta cuál fue su comportamiento aquel funesto día, pero logró salir con vida y el 23 había llegado a Nador y el 24 a Melilla. Al día siguiente, «como conocedor del terreno», quedó a las inmediatas órdenes del general José Sanjurjo, agregado temporalmente al Cuartel General.

La contraofensiva española se inició en septiembre de 1921 y en enero las tropas españolas llegaron de nuevo al Kert, donde se consolidó el frente a lo largo de varios meses. En estas operaciones, Jiménez Ortoneda, que seguía como agregado al Cuartel General de Sanjurjo, cooperó en la ocupación de varias posiciones, asistió a convoyes y mantuvo contactos con jefes de cabila adictos para conseguir el rescate de varios prisioneros.

El 18 de noviembre de 1921 fue herido por arma de fuego en la ocupación de los Montes Uixan y tuvo que permanecer de baja más de dos meses. Por estas actuaciones fue distinguido por el general Sanjurjo, con la Medalla del Sufrimiento por la Patria.

Una vez alcanzada la línea del Kert se hizo necesario intensificar la labor política en retaguardia. En enero de 1923, Jiménez Ortoneda se hizo cargo de la oficina de Batel, regresando a la cabila de Beni Bu Yahi. Allí organizó la recluta de la 7.ª Mía de Policía y participó en diversas operaciones militares. Los jefes de las oficinas de Policía Indígena, una vez ocupada una nueva posición, debían asegurar el control del territorio y de la población, iniciar el estudio del terreno limítrofe insumiso, con la intención de reunir información sobre todos aquellos aspectos (topográficos, políticos, económicos) susceptibles de ser utilizados por el mando para dominar la resistencia, y atraerse a los marroquíes. En este sentido, mantuvo entrevistas políticas con los jefes de la cabila, intervino en el rescate de prisioneros, reorganizó los zocos y efectuó la recogida de armamento de los rifeños que se iban sometiendo a la autoridad del Protectorado.

La lamentable actuación de la Policía Indígena durante el desastre de Annual provocaría su disolución en 1923. La decisión de otorgarle competencias militares (Real Orden Circular de 31-7-1914) había motivado que abandonara su principal misión, la acción policial, y este hecho comportó consecuencias nefastas para los intereses españoles. Asimismo, la torpeza de muchos de sus oficiales y la extralimitación en sus funciones serían elementos determinantes, aunque no los únicos, en el desastre y la consiguiente crisis en la zona ocupada.

Un Real Decreto de 16-9-1922 sustrajo las funciones interventoras a los oficiales de la Policía en beneficio de interventores, militares en la inmensa mayoría de los casos, que dependían de unas nuevas inspecciones generales de Intervención Militar y Tropas Jalifianas y de Intervención Civil y Servicios Jalifianos, y la Real Orden Circular de 20-4-1923 dispuso la definitiva disolución de la Policía y el ingreso de sus componentes en las Mehal-las jalifianas.

Los interventores tuvieron que desarrollar numerosas y complejas funciones, pero la principal consistía en el control político de las autoridades y de cualquier posible disidencia para asegurar la presencia española. Así lo manifestó la propia Delegación de Asuntos Indígenas al señalar que todas las actividades del interventor eran importantísimas "pero es más importante todavía, si cabe, la información".

En 1926, fue nombrado vocal del tribunal de los exámenes de árabe y chelja, una prueba de su competencia lingüística, y continuó demostrando su interés por incrementar sus conocimientos sobre la sociedad marroquí al cursar las asignaturas de Derecho Musulmán en la Escuela General y Técnica, obteniendo la calificación de Sobresaliente. Su destino en la Oficina Central no le impidió desplazarse constantemente a las cabilas donde realizó labores de información sobre las actividades del enemigo y organizó nuevas oficinas. En uno de aquellos recorridos, efectuado en abril de 1929 para recaudar impuestos, fue acompañado por los botánicos Pío Font Quer y Carlos Pau Español y el geoquímico Rafael Candel Vila, quienes deseaban catalogar plantas de la zona. En la excursión localizaron tres nuevas Sideritis y Font Quer y Pau denominaron a una de ellas «Sideritis arborescens Salzm. var. Ortonedae»,

Fue nombrado miembro de la Junta constituida en Tetuán para redactar el Manual para el Oficial del Servicio de Intervención en Marruecos en 1927. El Manual supuso un hito en la formación del personal de las Intervenciones Militares pues, por primera vez, se recogían de manera bastante detallada aquellos temas que debían dominar los interventores para llevar a cabo su compleja tarea y representó el mayor trabajo de recopilación y síntesis acerca de la labor interventora a lo largo de todo el Protectorado. Posteriormente se publicaron otras obras referidas al tema, pero ninguna abordó estas cuestiones con tanta amplitud. A pesar de las numerosas reformas organizativas y normativas posteriores, su contenido continuó vigente en gran parte hasta el final del Protectorado.

Como ocurre con Emilio Blanco Izaga, faltan aportaciones precisas de carácter biográfico que permitan trazar un perfil más ajustado de los interventores y, por extensión, de la administración colonial.

Diversos trabajos han destacado como rasgos característicos de este colectivo su dejadez e incompetencia, los abusos o el desprecio que manifestaban hacia la población marroquí, y su desconocimiento de la sociedad local. No obstante, es bien cierto que el citado Blanco Izaga y Jesús Jiménez Ortoneda, gracias a su estancia en el Rif les permitió adquirir un buen conocimiento de amplias zonas de este territorio, por lo que fue nombrado agregado a la Comisión Internacional de Límites de Marruecos.

La citada comisión se había creado en 1913, con la misión de efectuar el levantamiento topográfico de la fronteriza zona de los Protectorados de Francia y España y formar un documento cartográfico único y fiable, que sirviese de base al deslinde definitivo de las respectivas zonas de protectorado. Se trataba de una comisión mixta, de carácter técnico, que contaba con igual número de representantes nombrados por los gobiernos español y francés. La sección española dependía del Depósito de la Guerra en lo que afectaba al personal y aspectos técnicos de las operaciones, y del Alto Comisario de España en Marruecos para lo relativo al calendario de los trabajos, asistencia, protección y relaciones con los comisionados franceses y con las autoridades de la zona.

La Comisión de Límites inició sus actividades cartográficas en abril de 1913, pero tras poco más de un año sus trabajos fueron suspendidos. El ejército francés, inmerso en el gigantesco esfuerzo de la Primera Guerra Mundial, decidió interrumpir las actividades de delimitación fronteriza. Por otra parte, las relaciones diplomáticas entre Francia y España se habían visto enrarecidas desde los inicios del conflicto bélico por la presencia en la Zona española de agentes alemanes implicados en la venta de armas a las cabilas opuestas al Protectorado francés.

La sección española de la Comisión de Límites era una de las mejores unidades con que contaba el Cuerpo de Estado Mayor para trabajos de campo, y su personal casi igualaba al que estaba destinado en la Comisión Geográfica de Marruecos, que tenía la responsabilidad de formar la cartografía de todo el Protectorado. En consecuencia, el general Francisco Gómez Jordana, alto comisario en Marruecos, y el coronel Pío Suárez Inclán, jefe del Depósito de la Guerra, decidieron mantener en activo a la Comisión de Límites, y dedicar sus efectivos a realizar labores cartográficas complementarias a las desempeñadas por la Comisión Geográfica.

En esta situación permaneció la Comisión de Límites durante un lustro entero, hasta que el Alto Comisario y el Depósito de la Guerra decidieron reorganizarla y devolverla a su cometido original. La reorganización se hizo efectiva el 21 de febrero de 1920, en el marco de una reordenación general de los servicios cartográficos coloniales. La unidad quedó bajo el mando de un veterano cartógrafo del Estado Mayor, el teniente coronel José Molina Cádiz. Su plantilla estaba integrada por dos capitanes de Estado Mayor, dos maestros de taller, y seis obreros de la Brigada Obrera y Topográfica. Para los servicios de escolta y portamira la comisión empleaba efectivos de las mías de Policía Indígena.

En los años que consideramos no existía ningún nomenclátor geográfico del Protectorado, ni tampoco un procedimiento tipificado para trasladar la fonética bereber al castellano. En la región oriental del Rif, zona elegida para los nuevos trabajos de la Comisión de Límites, se hablaban diversas variantes dialectales del chelja, además de árabe, y los accidentes topográficos recibían distintas denominaciones según las distintas cabilas. La fijación de topónimos constituía, en estas circunstancias, una tarea particularmente difícil y engorrosa. Por otra parte, los cartógrafos de la Comisión de Límites estaban forzados a mantener un contacto estrecho con los jefes de las cabilas y fracciones en las que se efectuaban los levantamientos. La demarcación fronteriza pactada en el convenio hispano-francés de 27-11-1912 había provocado el fraccionamiento del territorio de algunas grandes cabilas. Este era el caso de la cabila de Beni Bu Yahi, la elegida para efectuar los trabajos topográficos en 1921. Dicha cabila estaba compuesta por ocho fracciones, tres situadas en la Zona francesa, dos en la Zona española, y las tres restantes a caballo de la línea fronteriza.

Dado que los Beni Bu Yahi eran pastores trashumantes, la determinación precisa de sus zonas de aguada y espacios de pastoreo constituía una tarea esencial a la hora de efectuar un deslinde fronterizo que pudiese resultar aceptable para los poderes coloniales, y para la población autóctona.

La elección del capitán Jesús Jiménez Ortoneda para dar apoyo a la Comisión de Límites resulta poco sorprendente. Por entonces, como ya sabemos, llevaba casi quince años en Marruecos, hablaba árabe y chelja, y estaba al mando de la oficina de información de Afsó, en la cabila de Beni Bu Yahi. Jiménez Ortoneda se incorporó por primera vez como agregado a la Comisión de Límites en abril de 1921, en una coyuntura que pronto iba a dar un cambio muy brusco.

La primavera de 1921 fue una etapa de optimismo, casi de euforia, en la Comandancia de Melilla. Los movimientos de tropas ordenados por el general Manuel Fernández Silvestre habían extendido la zona ocupada desde el curso del río Kert hasta orillas del río Amekran, 50 kilómetros al oeste, y muy cerca ya de la cabila de Beni Urriaguel, considerada el núcleo de la resistencia rifeña.

El proyecto de culminar la ocupación total del Protectorado parecía entonces al alcance de la mano. Sin embargo, como es sabido, el plan se torció por completo en muy pocos meses. Entre el 21 de julio y el 9 de agosto de 1921 el ejército español en Marruecos sufrió una dramática derrota, que supuso la pérdida de miles de vidas y llegó a poner en peligro a toda la Comandancia de Melilla. El desastre de Annual tocó de lleno a la Comisión de Límites, que quedó desarbolada.

Tras el desastre de Annual, la labor de demarcación fronteriza quedó suspendida a causa de la inseguridad en la zona y el 4 de noviembre de 1921 el Alto Comisario ordenó el traslado de la Comisión de Límites a Ceuta, ya que no era posible seguir trabajando en la meseta del Guerruau. Jiménez Ortoneda, por su parte, permaneció en la cabila de Beni Bu Yahi y continuó al servicio de la Comisión de Límites hasta 1923.

En la campaña subsiguiente al desembarco de Alhucemas de agosto de 1925, surgieron nuevos puntos de litigio en las cabilas de Beni Bu Yahi, Gueznaya y Beni Zerual, en las que el ejército francés estableció y mantuvo posiciones avanzadas en áreas reclamadas por España. Para tratar de solventar estos problemas fronterizos se firmó un nuevo acuerdo el 10 de julio de 1926 que urgía la constitución, por segunda vez, de la comisión técnica de límites prevista en el convenio hispano-francés de 27-11-1912. En virtud de este acuerdo, el 26 de agosto de 1926 el Ministerio de la Guerra decidió reorganizar la Comisión de Límites para reanudar de inmediato los trabajos de demarcación. La unidad fue considerablemente reforzada y se colocó bajo el mando del teniente coronel Antonio Aranda Mata, que desde 1923 tenía bajo su responsabilidad los trabajos geográficos en Marruecos. A las órdenes de Aranda Mata quedaron dos comandantes de Estado Mayor, un capitán del mismo cuerpo, un intérprete y, de nuevo, Jesús Jiménez Ortoneda, que por entonces había alcanzado el empleo de comandante.

El 17 de septiembre de 1926 Antonio Aranda Mata se desplazó a la cabila de Beni Bu Yahi, con el personal de la Comisión de Límites, para proceder a la selección y observación preliminar de los vértices de la triangulación de primer orden que debía servir de apoyo al levantamiento fronterizo. La sede de la unidad se trasladó a Melilla, para estar más próxima a la zona de operaciones, aunque Aranda Mata, que ostentaba el cargo de jefe de la Comisión Geográfica de Marruecos, permaneció en Tetuán. 

El levantamiento topográfico de la franja fronteriza se inició en el vado de Saf-Saf en el curso del Muluya, y prosiguió hacia el oeste hasta alcanzar la cima del Azrú Aksar, con un desarrollo de unos 200 km de longitud. Los trabajos topográficos en el territorio de las cabilas de Beni Bu Yahi y Metalza estaban concluidos en enero de 1929. A partir de entonces restaba proceder al dibujo de la minuta a escala 1:20 000, que sería posteriormente reducida a escala 1:50 000. El trabajo final debía confrontarse con las minutas formadas a la misma escala por la sección francesa, lo que no llegó a realizarse por razones de carácter político y no fue posible proceder al deslinde de la frontera.

En consecuencia, los conflictos fronterizos en las cabilas citadas se mantuvieron, sin que la diplomacia encontrase un camino para resolverlos. Alejada la posibilidad de un acuerdo, la Comisión de Límites prosiguió sus levantamientos topográficos hacia el oeste, que en cualquier caso eran necesarios para la formación del Mapa topográfico del Protectorado español de Marruecos a escala 1:50 000.

Jiménez Ortoneda se había incorporado a las tareas de la Comisión de Límites el 5 de octubre de 1926. Su actividad tuvo varias facetas. En primer término realizó tareas de apoyo, esencialmente de tipo lingüístico, en los trabajos cartográficos; pero también se dedicó a sondear tanto las intenciones francesas como las de las elites locales. Al no poder acordarse los límites surgieron incidentes fronterizos, provocados por la política de hechos consumados que buscaron deliberadamente tanto los agentes franceses como los españoles. Los jefes de cabilas y fracciones, por su parte, trataron de sacar partido de esta rivalidad, desplazando los aduares a su conveniencia a un lado u otro de la frontera. Los conocimientos de Jiménez Ortoneda eran particularmente valiosos en aquellas circunstancias, de modo que se le mantuvo como informador de la Comisión de Límites hasta el 24 de febrero de 1932.

Es seguro, por otra parte, que Jiménez Ortoneda se benefició intelectualmente de su dilatada relación con los cartógrafos del Estado Mayor destinados en Marruecos. El trabajo sobre el terreno, nunca interrumpido desde 1912, había permitido a los cartógrafos destinados en la Comisión Geográfica de Marruecos y Límites formarse una idea bastante clara de la estructura geográfica del Protectorado, y en particular de la atormentada orografía de la cadena del Rif. 

Por entonces Jiménez Ortoneda era considerado como uno de los expertos en asuntos rifeños de la Alta Comisaría de España en Marruecos. Buena prueba de ello es el encargo que recibió en 1930 para dictar una conferencia sobre la región del Rif en el curso de perfeccionamiento de oficiales del Servicio de Intervención.

Este es el origen del Estudio de la región del Rif, que se publicó en aquél mismo año. El estudio de Jiménez Ortoneda tiene el mérito de ser una de las primeras monografías sobre el Rif debidas a un autor español; aunque se apoyó ampliamente en el texto Le Maroc inconnu de Auguste Mouliéras.

Cabe señalar que en el mismo curso para los oficiales del Servicio de Intervención participó Emilio Blanco Izaga, con una conferencia sobre la vivienda rifeña. La aparición casi simultánea de los estudios de Alfonso de Villagómez, Blanco Izaga y Jiménez Ortoneda, se estaban recogiendo los primeros frutos del esfuerzo africanista para conocer el territorio y la sociedad del Rif.

La historiografía militar franquista sepultó en el olvido su memoria. Paradójicamente, la nueva historia militar no ha hecho mucho por rehabilitarles. En particular, los militares pertenecientes al Ejército de África han debido cargar colectivamente con el baldón de golpistas.

Las reformas militares impulsadas por Manuel Azaña, ministro de la Guerra del primer Gobierno provisional de la II República, entre las que se encontraba la reorganización del Ejército de África, fueron acompañadas de diversas disposiciones oficiales para sentar las bases de una administración civil en el Protectorado y reorganizar las Intervenciones para desmilitarizarlas. En este contexto, Jiménez Ortoneda fue destinado al Regimiento de Infantería nº 43 con sede en Ceuta en enero de 1932, abandonando su puesto en la Oficina Central de Melilla y, temporalmente, su vinculación con las Intervenciones.

Posteriormente fue asignado a otras unidades de Infantería en Melilla, Alhucemas y Tetuán. Su larga trayectoria profesional en Melilla y el conocimiento de la ciudad debieron influir en su nombramiento como vocal efectivo de la Junta de la Plaza y juez permanente de Melilla. Asimismo, fue juez instructor eventual en Tetuán y quedó encargado del mando del destacamento de Alhucemas y de la Plaza de Tetuán en ausencia de los máximos responsables en diversas ocasiones. En agosto de 1934 se desplazó a Madrid para tomar parte en un curso de formación militar. En esta ciudad, ascendió a teniente coronel el 19 de julio de 1935. Pero su estancia en la capital del Estado no se prolongó demasiado: a finales del año fue nombrado interventor regional de 2.ª y destinado a la Delegación de Asuntos Indígenas de Tetuán.

El regreso a Tetuán y a las Intervenciones puede explicarse por el Decreto de 15-2-1935 que reorganizó los servicios de la Alta Comisaría, y especialmente la Delegación de Asuntos Indígenas que resultó ampliamente reforzada. Es probable que tanto su dilatada experiencia en la Oficina de Melilla como su propio interés influyeran en la asignación de su nuevo destino. El 17 de julio de 1936 era subdelegado de Asuntos Indígenas y jefe de la Sección Política de la Delegación.

Los nuevos puestos que asumía Jiménez Ortoneda eran de una enorme trascendencia en aquellos momentos en que la mayor parte de los jefes y oficiales destinados en Marruecos conspiraban contra el régimen republicano. El Decreto de 15-2-1935 había encomendado al delegado de Asuntos Indígenas, bajo la directa dependencia del alto comisario, el ejercicio de la función política y tutelar de intervención, centralizando el control de las autoridades del país y los servicios de información, vigilancia y seguridad. Las mayores atribuciones que el decreto otorgaba a la Delegación obligaron al delegado a efectuar una reorganización interna el 3 de febrero de 1936. En base a esta reorganización, Jiménez Ortoneda tuvo a su cargo, como subdelegado, la inspección de entidades municipales, los asuntos económicos de los municipios rurales y de las yemaas y la supervisión de la población judía y de los tribunales rabínicos, y, como jefe de la Sección Política, los negociados de intervención, información, reclamaciones, bienes majzen, bienes habús y enseñanza marroquí.

Los preparativos de la sublevación militar en el Protectorado fueron denunciados por José María Burgos Nicolás, interventor regional de Nador. En mayo se desplazó a Tetuán para ponerlos en conocimiento del alto comisario y del delegado de Asuntos Indígenas, pero éstos no manifestaron excesiva preocupación por la conspiración. Si que mostró más interés Jiménez Ortoneda, quien le pidió que siguiera recabando información para remitirla a Manuel Torres Campaña, diputado de Unión Republicana, con el propósito de que la trasmitiera a Diego Martínez Barrio.

En la noche del 17 al 18 de julio de 1936, Jiménez Ortoneda se vio sorprendido en su oficina por las tropas sublevadas que ocuparon las dependencias de la Delegación a las órdenes del teniente coronel Juan Beigbeder. Tras evadirse, saltando por una de las ventanas, se dirigió a la sede de la Alta Comisaría para ponerse a las órdenes del coronel Peña, su inmediato superior. Ante la evidencia de que Peña estaba destituido, se dirigió a la Zona internacional de Tánger, pero fue detenido por los sublevados en el puesto fronterizo de Regaia y conducido a la fortaleza militar del Monte Hacho en Ceuta, donde ingresó en prisión.

El triunfo de la conspiración militar en el Protectorado y la victoria franquista en la Guerra Civil supusieron el final de la carrera profesional de Jiménez Ortoneda. Tras pasar dos años detenido, fue sometido a Consejo de Guerra el 30 de julio de 1938. El Tribunal lo condenó a la pena de dos años de prisión militar «como autor de un delito consumado de negligencia», y lo absolvió del «delito de desobediencia», del que también había sido acusado por el Ministerio Fiscal. Sin embargo, el auditor de las Fuerzas Militares de Marruecos discrepó de la sentencia por considerar que su actuación era constitutiva de un delito de «auxilio a la rebelión militar» y reclamó la revisión al Alto Tribunal de Justicia Militar con sede en Valladolid. El 4 de octubre de 1938, el Alto Tribunal revocó la sentencia al considerar que Jiménez Ortoneda había realizado «actos positivos y de actividad ayudando a los insurgentes» al acudir a la Alta Comisaría e intentar ayudar a escapar a «dos significados dirigentes revolucionarios», el maestro Eliseo del Caz Rocha, presidente del Centro Obrero Republicano, y Antonio Ruiz, secretario de la Junta Municipal de Río Martín.

Por estos hechos, le condenó «como autor de un delito consumado de auxilio a la rebelión militar» a la pena de «doce años y un día de prisión menor con las accesorias de inhabilitación absoluta durante la condena y pérdida de empleo». No obstante, trece días más tarde y a propuesta del Alto Tribunal, el general Franco, jefe del Estado, conmutó la sentencia por la de «tres años y un día de prisión menor y accesorias legales pertinentes».

En julio de 1939, una vez cumplida la pena de prisión y en situación de separado del servicio, Jiménez Ortoneda se desplazó a Madrid, donde fijó su residencia.

El 29 de mayo de 1947 se le conmutó la pena de «tres años y un día de prisión menor» por la de «tres años con accesorias de suspensión de empleo» y causó baja definitiva en el Ejército, concediéndosele la pensión de retiro de teniente coronel unos meses más tarde. Una vez establecido en Madrid se refugió en la familia, a la que dedicó el resto de su vida. Nunca más regresó a Marruecos, y apenas mantuvo contactos con sus antiguos compañeros del Protectorado. Falleció el 28 de octubre de 1976.

Por último, al contrario que Jiménez Ortoneda, Blanco Izaga se sumó a la sublevación militar y desempeñó un papel destacado durante la Guerra Civil. Profundo conocedor de la idiosincrasia rifeña, a través de las funciones de interventor llegará a ocupar la Delegación de Asuntos Indígenas de Tetuán, además de desarrollar una intensa labor como antropólogo en el Protectorado marroquí.

Hijo de Carlos Blanco y Mercedes de Izaga, obtuvo plaza de alumno de Infantería de Toledo en 1910. Fue promovido reglamentariamente al empleo de 2.º teniente en 1913, siendo destinado al Regimiento de Infantería de La Lealtad n.º 30, en Burgos. Al año siguiente se incorporó al Batallón de cazadores de Figueras, en Arcila, con la finalidad de proteger una serie de convoyes. Posteriormente pasará a las Fuerzas Regulares Indígenas de Larache. En 1915 se le concede la Cruz del Mérito Militar de 1.ª clase por los méritos contraídos en el hecho de armas realizado en Sidi Ben-Haya, además de ser declarado apto para el ascenso a primer teniente. Asciende a capitán en 1918, realizando las prácticas generales en el campamento de Ballesteros, donde todo el cuadro del profesorado le distingue por su celo, interés y acierto con que desempeña su misión. En 1920 es destinado como alumno a la Escuela Central de Gimnasia, siendo nombrado al poco tiempo como vocal de distintas ponencias, siéndole concedido el distintivo del profesorado.

En 1927 su situación será de “Al Servicio del Protectorado de España en Marruecos”, destinado a las intervenciones militares de Tetuán y posteriormente, en 1929 a las intervenciones del Rif. Sería una nueva etapa de casi veinte años en diversas tribus rifeñas: Gomara, Senhaya, Beni Aammart, Bokoia y Beni Urriaguel.

En 1934 se le concederán diversas distinciones: el título de caballero de la Orden Civil de África y la Cruz de la Orden Militar de San Hermenegildo; además de ser nombrado interventor de 1.ª clase. En enero de 1936 asciende a comandante de Infantería, siendo ascendido a interventor regional de 1.ª en 1937. Tras finalizar la contienda civil es ascendido en propuesta extraordinaria a teniente coronel de Infantería.

Por Decreto de la Presidencia de Gobierno se le nombra en 1942 secretario general de los Territorios del Golfo de Guinea, pero el desempeño del cargo es muy breve y regresará pronto al Protectorado marroquí, siendo nombrado subinspector de Fuerzas Jalifianas; el 6 de julio de 1943 se le otorga la jefatura de la zona Central del Protectorado. Asciende a coronel de Infantería en 1948 y prestará a lo largo de este año diversos servicios en el Alto Estado Mayor, incorporándose al nuevo destino en el Gobierno Militar de Ceuta hasta 1949, año en el que fallece.


Francisco Perales Hanglin, Ex-Decano del Iltre Colegío de Abogados de Tánger publicó un artículo, "LA EXPERIENCIA DE UNA JURISDICCIÓN INTERNACIONAL: (El Tribunal Mixto de Tánger)", en el que se analizan diversas facetas de dicha institución colonial.

Desde el año 1923 hasta la independencia de Marruecos, Tánger y su zona se rigieron por un Estatuto Internacional. Toda la experiencia de estos años, en muchos aspectos puede servir para reformar las muertas y anticuada leyes procesales para que respondan a las necesidades de la vida moderna. Recordar aquella experiencia y llamar la atención sobre sus aspectos más susceptibles de aprovechamiento, mostrando al tiempo, cómo es posible el entendimiento entre los hombres, incluso en las circunstancias más adversas y dentro de un estado de derecho.

Bien es verdad que en los comienzos de su instauración, la Jurisdicción Internacional de Tánger no parecía tener mucha vida. Se tomaba un poco a broma, pero en la II Guerra Mundial ciudadanos hebreos, italianos, de Gran Bretaña, Francia y España encontraron allí solución a sus problemas.

Hubo dos fiscales que se turnaban en lo penal: Don Francisco Villarejo de los Campos y Mr. Yves Rodiére, Magistrado que en su país tenía categoría de Presidente del Tribunal de Apelación del Sena.

Ellos desplegaban una actividad extraordinaria. Estaban al corriente de todas las infracciones que se cometían y de todos los sucesos, Intervenían rápidamente en estrecha colaboración con la Policía Judicial, desarrollando una labor de equipo que superó los momentos más difíciles, Los Abogados tenían acceso constante a las Fiscalías y todos eran colaboradores de la Justicia para las más duras pruebas.

Durante la guerra de España, la colonia española (la más numerosa) y la francesa, la italiana, la inglesa, etc. sabían que mientras no alterran el orden público y respetaran la libertad de los demás, podían vivir en aquella zona bajo el cobijo de la Jurisdicción Internacional y nada tenían que temer, porque las Naciones también respetaron este statu quo. Nunca se agradecerá bastante tampoco al Gobierno español, el haber mantenido el Tribunal Mixto durante la ocupación de la zona de Tánger por España, haciendo posible en la pequeña zona internacional la convivencia de súbditos cuyas naciones estaban en guerra.

Durante la guerra de España la Colonia se dividió idealmente, cada uno en su conciencia se decantó por un bando u otro pero el que quería pasar a la acción tenía que marchar de Tánger, e incorporarse a uno u otro ejército. En Tánger: convivencia y respeto mutuo. Aunque amigos que lo habían sido de toda la vida, hubieran roto todo trato, hasta el punto de que ni se saludaban ya al encontrarse; aunque las familias estuvieran divididas, estaban los Jueces cumpliendo con su deber de administrar Justicia, cualesquiera que fueran las ideas del justiciable, aunque las suyas fueran contrarias a las del que se sentaba en el banquillo.

Igual pasaba en la Policía Judicial: aquellos funcionarios estaban en un bando o en otro, pero en el cumplimiento de su deber eran sólo servidores de la Jurisdicción Internacional. El respeto mutuo hizo posible la convivencia en aquella zona y llegó hasta el punto de que durante la guerra en los campos de España, el más alto organismo de la Jurisdicción era el Cónsul de la España reconocida en aquella época, o sea el Gobierno de Madrid y después de Valencia.

En la zona había dos correos durante la guerra de España, uno de la España de Franco, el otro de la España en aquel entonces reconocida diplomáticamente. Estos Correos nunca sirvieron para informes de guerra, sino que realizaban una benemérita labor de poner en comunicación familias separadas, para llevar paquetes de provisiones a los familiares que las necesitaban, con un sueldo fijo.

Los abogados llevaban la representación de sus clientes, sin necesidad de poder notarial ni de documento alguno de mandato, bastando su declaración de que representaban al cliente. De manera que ejercían su representación y defensa, y no hay Procuradores, cuyo trabajo suplían los propios abogados, además de la defensa del cliente y dirección técnica del asunto.

Para ser inscrito en el Colegio de Abogados era preciso reunir las condiciones de capacidad y otras exigidas a los Abogados, por el Acta de Algeciras, tener derecho al ejercicio ante algún Tribunal de una de dichas Potencias, y ser admitido, además, por unanimidad por la Junta General de Magistrados Titulares de la Jurisdicción Internacional.

Las lenguas judiciales eran el francés y el español, y la Secretaría redactaba o extendía los documentos en una de dichas lenguas, a elección de los Magistrados, si se trataba de sentencias y del Secretario-Jefe, si se trataba de diligencias de Secretaría, pudiendo las partes servirse del francés o del español para la redacción de sus requerimientos y demás documentos.

Como se deduce, el Rif no estaba incluído en dicha jurisdicción. Todos estos problemas provienen de la colonización franco-española de un Magreb multiétnico que siempre se ha rebelado contra el reparto territorial anterior.

El Rif es una región con zonas montañosas y zonas verdes del norte de África, con costa en el Mediterráneo, que limita con la región de Yebala y abarca hasta Kebdana (Nador) en la frontera con Argelia, según el reparto de la descolonización. El Rif es toda la región norte de Marruecos que fue colonizada por España.

Se trata de una región tradicionalmente aislada y desfavorecida. Sus habitantes habla el "bereber rifeño" o tarifit, aunque mucha gente habla también el árabe dialectal, el francés y el español, que constituyen las principales lenguas extranjeras.

Administrativamente, la región del Rif comprende nueve provincias marroquíes: Alhucemas, Nador, Chauen, Driuch, Berkane y Taza. Las localidades más notables son Chauen, Taunat, Targuís, Alhucemas (antigua Villa Sanjurjo), Driuch, Melilla, Nador y Kebdana.

Parte de esa zona geográfica del Norte de África, incluye las ciudades españolas autónomas de Melilla y Ceuta.

Las playas de la costa del Rif, al pie de las montañas, son de las mejores de Marruecos, y constituyen un atractivo turístico, y algunos de los mejores restaurantes de pescado de Marruecos se encuentran en esta zona.

Según se avanza de Chauen a Ketama por las accidentadas alturas del Rif, aumentan los bosques de cedro y de roble por el incremento de humedad y precipitaciones asociado a la altura, lo que convierte a esta zona en ideal para otro tipo de cultivos distinto que en las llanuras costeras.

Según leyes del antiguo protectorado español y adaptadas tras la independencia y marroquinización del Rif, es legal el cultivo y consumo de kif seca para pipas tradicionales de la zona; lo que está penalizado es la transformación en hachís y el tráfico de drogas. El kif como llaman los lugareños a la planta Cannabis indica, es ilegal en Marruecos, aunque se fuma abiertamente, y las plantaciones en los campos de cultivo en torno a Ketama son claramente visibles desde la carretera.

El Corán, que claramente prohíbe el alcohol, no lo hace así con el kif. De esta manera, no habiendo una prohibición clara, la población (sobre todo la masculina) lo fuma abiertamente confiando en una interpretación "menos rigurosa" de las leyes del Corán.

Últimamente, países europeos aplican también políticas menos rigurosas respecto del consumo de cannabis, que pueden aportar mayor fuente de riquezas a esta región.