GUZMAN1

martes, 27 de julio de 2021

"CONTABA, CLORI, AYER UN ESTUDIANTE", de LOPE DE VEGA.

 

Contaba, Clori, ayer, un estudiante

que, Hércules, os hizo la mamona,

de cuya hazaña el bárbaro blasona

como si fuera trompa de elefante.

Que de veros tan frígida me espante,

no me puede negar vuestra persona,

pero no diré yo que fuiste mona

por más que lo pida el consonante.

Ninguno con razón en vos se emplea;

calva sois de nariz, y así no toma

nadie vuestra ocasión por más que os vea

Nacisteis cuervo y presumís paloma;

muchas faltas tenéis para ser fea,

pocas gracias tenéis para ser Roma.



La telebasura explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo. Por eso la telebasura preocupa a sociólogos, psicólogos, educadores y a toda persona coherente que se da cuenta de que la televisión no educa, ni nos hace mejores como seres humanos.

Tiempo atrás, tener un televisor en casa era signo de prosperidad, de estatus social; hoy es signo de vulgaridad. Podemos ir al hogar más pobre y encontrarnos un televisor de 50 pulgadas de pantalla plana. Hoy, los que menos ven televisión, según los últimos sondeos, son gente con poder adquisitivo alto y muchos de ellos cultos

La televisión, en sus inicios, tenía como objetivos educar, informar y divertir. En España, a partir de 1989, con la llegada de los canales privados y algunas autonómicas, se convierte en un negocio para ganar dinero, y es cuando surge de manera más acuciante el problema de la telebasura, porque a partir de que surgen otros canales de televisión, que no son del Estado, se origina la división de las cuotas de audiencia y, por lo tanto, la competencia entre ellas, porque cuantos más telespectadores, más contratos consiguen en publicidad, que son los que les van a dar, en definitiva, los beneficios; de ahí los interminables espacios publicitarios y las tiras de mensajes y anuncios durante los programas y películas.

La televisión hoy no es un servicio público que aporte algo interesante, sino que es un negocio lucrativo y una máquina de manipulación de la información o la confusión de información y opinión en el caso de las televisiones públicas.

La televisión no requiere de ningún esfuerzo por nuestra parte, estamos en una actitud pasiva física y mentalmente, pues no tenemos que movernos y menos aún desde que existe el mando a distancia.

En cuanto a la mente, los pensamientos están casi inactivos, no hay tiempo para el razonamiento consciente, pues para ello se requiere un tiempo que la televisión no presta, porque las imágenes van muy rápidas.

Hay estudios que demuestran que el estado de una persona viendo la televisión es de desatención, de somnolencia, semihipnótico, que produce un estado semihipnótico invadido por miles de imágenes y sonidos que no procesamos conscientemente, con lo cual estamos en una actitud en la que podemos ser influenciados muy fácilmente por distintas tendencias, ya sean ideológicas o consumistas. Por eso las empresas gastan millones de euros al año en publicidad, porque la televisión es el mejor medio para vender sus productos.

Si bien la televisión no despierta o activa la mente o el cuerpo físico, sí activa nuestro mundo emocional. A todo el mundo le parece normal que desde pequeños nos enseñen a manejar nuestro cuerpo físico. La televisión lo que activa y despierta son las pasiones y los instintos, que están bastante por debajo de los sentimientos.

Activa el orgullo, la envidia, la vanidad, el morbo, el cotilleo, la exaltación del ridículo, que no requieren de ningún esfuerzo porque salen solos, no necesitan ser procesados por la mente, no necesitan de un pensamiento activo y, por lo tanto, impide guiarnos por una mente razonable que domine los propios actos.

Sin el uso de la razón estamos a merced de nuestro mundo emocional, y el poder que tiene la televisión, no el aparato sino quienes lo manipulan, es que sabe manejar muy bien ese mundo emocional bajo de las incorrecciones en el lenguaje (incierto, en lugar de falso, por ejemplo), discusión acalorada en lugar de diálogo, lenguaje ofensivo, gritos e insultos que promueven la zafiedad, el  bulo y la pseudociencia. 

También estos instintos o impulsos son muy conocidos y estudiados por las productoras que elaboran los programas. Por eso intentan impresionar en este tipo de emociones, sobre todo porque les sale muy barato y les da muchos beneficios, con telenovelas, programas de cotilleo sin ningún respeto del derecho a la privacidad, tratamiento obsesivo de la vida privada de los famosos y seudofamosos con desprecio a cualquier figura de autoridad, concursos excitantes o programas a los que asiste gente común para contar sus desgracias, donde el presentador debe seguir un guión y convertir dolor y miseria humana en espectáculo sin tener escrúpulos. El que trabaja en televisión tiene que olvidar que trata con seres humanos, pues es mercancía a explotar y a manipular.

La televisión no tiene efecto educativo alguno, porque el que educa conoce al que está educando, sabe lo que necesita para su desarrollo individual, pero la televisión, como medio de comunicación de masas, no puede educar a los individuos, a las personas. La educación, además, hace desarrollar la capacidad de imaginar y la creación mental, y la televisión no, porque el bombardeo constante de imágenes hace que el telespectador adulto pierda la capacidad de imaginar y de crear, y en el niño, que no llegue a desarrollar estas cualidades propiamente humanas.

Para los que manejan este mundo, no son importantes las personas, no es importante la calidad del contenido de los canales, no les importa que niños y jóvenes tomen referencias televisivas de la realidad. Los niños, de tanto verla a cualquier hora, ya no tienen valores, confunden la realidad, se llenan de deseos y de frustraciones porque no los pueden satisfacer, y se vuelven caprichosos, creen que las cosas no tienen un valor. Los adultos se vuelcan al consumo descontrolado, comprando cosas que no se necesitan, pero que las anuncian en televisión. Los ancianos se sienten solos, y esa soledad la compensan viendo la televisión. Una de las cosas que no se dice en televisión es que verla favorece el alzheimer, por la inactividad mental.

Por eso los sociólogos buscan responsables de la telebasura, y se preguntan si son los que la hacen y la difunden o si son los que la consumen. En realidad, la responsabilidad la tiene cada individuo, porque mientras se buscan responsables en lo que puedan hacer los demás, pero no en la propia conciencia.

Nosotros, como individuos, podemos elegir no ver telebasura, nosotros podemos elegir no ver programas donde se muestren las miserias humanas, donde se denigren los valores humanos, donde se favorezcan la mediocridad y la vulgaridad.

La gente está condicionada por lo que ve y oye en televisión. Por eso, muchas veces se esgrime el argumento de la televisión como portadora de verdades, con frases como «Lo he visto en televisión» y se quedan tranquilos.