Los colegios públicos andaluces obligarán a sus estudiantes a no comer cerdo para no ofender a los estudiantes musulmanes.
Ante el elevado presupuesto que debía aprobarse para poder tener dos menús diferentes en los colegios públicos, uno tradicional y otro sin cerdo destinada a los musulmanes, la Junta de Andalucía ha preferido dar prioridad a los musulmanes, obligando al resto de niños a comer una dieta sin cerdo.
Son muchos los padres que se han quejado a la Junta de Andalucía por la situación que se vive en los comedores de los colegios públicos de la comunidad.
La queja más llamativa ha sido la de un padre de un niño de apenas seis años de un colegio de Sevilla, que manifiestó que “En las próximas semanas tendremos una reunión por la mala calidad de la comida en el colegio de mi hijo. Ante esta reunión me he puesto a mirar el menú escolar en profundidad. Pues resulta que las lentejas son con verduras, los garbanzos se comen aliñados con verduras o las fabes se comen en puré, así que mirando por todos lados me he dado cuenta que no hay ni un solo producto del cerdo en el menú mensual, he buscado en menús de otros meses y exactamente lo mismo”.
“Tras darme cuenta de esta situación, he preguntado en el chat de grupo de padres, el cual jamás uso, sobre por qué no hay cerdo en el menú. Me han contestado que ante la imposibilidad de gestionar dos menús y el tener niños musulmanes en el colegio (poquísimos) que no pueden comer cerdo, la Junta de Andalucía decidió eliminarlo del menú”, añade este padre, que denuncia que su hijo pequeño, es obligado a llevar una dieta sin posibilidad de elegir otro tipo de menú que lleve cerdo.
Por lo tanto, los demás niños andaluces tienen prohibido comer chorizo, panceta, jamón, lomo de cerdo y otros productos relacionados con este animal. Al menos en los colegios, porque en su casa a los niños les darán de comer lo que quieran.
La alcaldesa Colau aplica la misma política, con argumentos medioambientales y de salud: el Ayuntamiento de Barcelona ha propuesto nuevos menús escolares en los que restringe el consumo de carne roja a un solo día a la semana. Otros dos días, de segundo, en el menú figuraría otra proteína animal "huevos, pescado, pollo o conejo".
Queda pendiente saber si los escolares podrán llevarse bocadillos de paté de cerdo, salchichón, salami, etc., o eso también ofenderá a la comunidad musulmana.
Una respuesta nos la da John Stuart Mill, en su importante obra "Sobre la libertad":
"Con respecto a la alegada necesidad de proteger a la sociedad del mal ejemplo que ofrece a los demás el hombre vicioso o poco escrupuloso, es verdad que el mal ejemplo puede tener un efecto pernicioso, especialmente el ejemplo de causar mal a otros impunemente. Pero ahora estamos hablando de la conducta que sin perjudicar a otros se supone ocasiona un gran daño al que la observa; y no me explico cómo los que esto creen, pueden dejar de pensar que este ejemplo, en general, es más saludable que pernicioso, en cuanto si deja ver la mala conducta pone igualmente de manifiesto las penosas y degradantes consecuencias que, si la conducta es justamente censurada, debe suponerse la siguen en la mayoría de los casos.
Pero el argumento más fuerte contra la intervención del público en la conducta puramente personal, es que cuando interviene lo hace torcidamente y fuera de lugar. Sobre cuestiones de moralidad social, de deber hacia los demás, la opinión del público, es decir, la de la mayoría directora, aunque frecuentemente equivocada, tiene más probabilidades de acertar; porque en cuestiones tales son llamados a juzgar tan sólo de sus propios intereses y de la manera en que les afectaría una determinada conducta, caso de ser consentida. Pero la opinión de una tal mayoría impuesta como ley sobre la minoría, en cuestiones de conducta personal tiene absolutamente las mismas probabilidades de ser acertada como equivocada, ya que en casos tales la opinión pública significa, a lo más, la opinión de unos cuantos respecto a lo que es bueno o malo para otros; y con frecuencia, ni siquiera esto representa, porque el público pasa, con la más perfecta indiferencia, sobre el placer y la conveniencia de aquellos mismos cuya conducta censura, y no considera sino su propia preferencia. Hay muchos que consideran como una ofensa toda conducta que les disgusta, tomándola como un ultraje a sus sentimientos; como el fanático acusado de irrespetuosidad hacia los sentimientos religiosos de los demás, contestaba que eran ellos los que no respetaban los suyos al persistir en sus abominables cultos o creencias. Pero no hay mayor paridad entre el interés de una persona por su propia opinión y el de otra que se siente ofendida por mantenimiento que la que existe entre el deseo de un ladrón de apoderarse de una bolsa y el de su legítimo propietario de retenerla. Y el gusto de una persona es cosa tan peculiar de ella como su opinión o su bolsa. Es fácil imaginar un ideal público que deje intactas la libertad y elección de los individuos en todas las materias inciertas, y sólo les exija abstenerse de aquellas maneras de conducirse que la experiencia universal ha condenado. Mas ¿dónde se ha visto un público que ponga tales limitaciones a su censura?, o ¿cuándo el público se preocupa de la experiencia universal? Al intervenir en la conducta personal, rara vez piensa en otra cosa sino en la enormidad de obrar o pensar de distinto modo a como él lo hace; y ese criterio, levemente disfrazado, es el que presentan a la humanidad, como el dictado de la religión y la filosofía, las nueve décimas partes de todos los moralistas y escritores especulativos, enseñando que las cosas son justas porque son justas, porque nosotros sentimos que lo son, y diciéndonos que busquemos en nuestros propios espíritus y corazones las leyes de conducta que nos obligan para con nosotros mismos y para con todos los demás. ¿Qué puede hacer el pebre público sino aplicar estas instrucciones y hacer obligatorias para todo el mundo sus propias definiciones del bien y del mal, cuando respecto de ellas se ha logrado una suficiente unanimidad?
El mal que aquí se señala no existe sólo en teoría y acaso se espere que cite yo aquí los ejemplos en los cuales el público de esta época y país ha atribuido impropiamente a sus propias preferencias el carácter de leyes morales. No estoy escribiendo un ensayo sobre las aberraciones del sentido moral presente. Es un asunto demasiado importante para ser tratado entre paréntesis y por vía de ilustración. Sin embargo, algunos ejemplos son necesarios para mostrar que el principio que mantengo es serio y de importancia práctica y que no estoy tratando de levantar una valla contra males imaginarios. Y no es difícil mostrar mediante abundantes ejemplos que una de las más universales de todas las propensiones humanas consiste en extender los límites de la que puede ser llamada policía moral, hasta el punto en que choque con las libertades más indiscutiblemente legítimas del individuo.
Como primer ejemplo considerad las antipatías que nacen entre los hombres por motivos tan fútiles como el de que las personas que no profesan las mismas opiniones religiosas que ellos, no observan sus prácticas, y sobre todo sus abstinencias religiosas.
Para citar un ejemplo enteramente trivial, lo que más envenena el odio de los mahometanos contra el credo o las prácticas de los cristianos es que estos coman cerdo. Hay pocos actos que los cristianos y europeos miren con mayor disgusto que el que produce a los musulmanes este medio de calmar el hambre. Es, en primer lugar, una ofensa contra su religión, pero esta circunstancia en modo alguno explica ni el grado ni la especie de esta repugnancia; el vino está también prohibido por su religión, y todos los musulmanes, aunque consideran como malo el tomarlo, no lo miran como motivo de indignación. Su aversión a la carne del «animal sucio» es, por el contrario, de ese carácter peculiar semejante a una intuitiva antipatía, que la idea de suciedad, una vez que ha penetrado en los sentimientos, parece siempre excitar aún entre aquellos cuyos hábitos están lejos de ser de una escrupulosa limpieza y del cual el sentimiento de impureza religiosa, tan intenso entre los indios, es un ejemplo notable. Suponed ahora que un pueblo cuya mayoría estuviera compuesta de musulmanes, insistiera esta mayoría en prohibir comer la carne de cerdo dentro de los límites de su territorio, lo que no sería nada nuevo en los países mahometanos.
¿Sería este un ejercicio legítimo de la autoridad moral de la opinión pública?, y si no, ¿por qué no? La práctica es, realmente, repugnante a tal público. Ellos piensan sinceramente también que Dios la prohíbe y la aborrece. Ni siquiera podía esta prohibición ser censurada como una persecución religiosa. Pudo en su origen ser religiosa, pero no puede ser una persecución por causa religiosa en cuanto que ninguna religión obliga a comer cerdo. El único fundamento sólido para condenarla sería que el público no tiene por qué intervenir en los gustos personales ni en los intereses propios de los individuos.
Viniendo a algo más próximo a nosotros: la mayoría de los españoles consideran como una gran impiedad, en alto grado ofensiva al Ser Supremo, adorarle en otra forma que la Católica Romana y ningún otro culto es legal en el suelo español. Los pueblos de la Europa meridional miran a un clérigo casado no sólo como algo irreligioso, sino como impúdico, indecente, grosero y de mal gusto. ¿Qué piensan los protestantes de estos sentimientos perfectamente sinceros y del intento de imponerlos sobre los no católicos? Sin embargo, si los hombres están autorizados para intervenir recíprocamente en la libertad de cada uno en cosas que no afectan a los intereses de los demás, ¿qué principio puede invocarse para hacer imposibles estos casos?, o ¿quién puede condenar a las gentes por desear la supresión de lo que consideran como un escándalo ante Dios y ante los hombres? No pueden invocarse mejores razones para prohibir lo que se tiene por una inmoralidad personal, que las que invocan para suprimir esas prácticas los que las consideran como impiedades; y a menos que estemos dispuestos a adoptar la lógica de los perseguidores y decir que nosotros podemos perseguir a otros porque acertamos y ellos no pueden perseguirnos nosotros porque yerran, debemos cuidar de no admitir un principio de cuya aplicación nosotros mismos tengamos que resentirnos como de una gran injusticia.
Puede objetarse a los ejemplos precedentes, aunque sin razón, que están sacados de contingencias imposibles entre nosotros; no es probable que en este país la opinión imponga la abstinencia de carnes ni se mezcle en los cultos, casamientos o no casamientos de las gentes, según sus creencias o inclinaciones."
En 2009 Egipto iniciaba la eliminación de cerdos desoyendo a la OMS, un organismo que ha demostrado no tener ni puta idea sobre epidemias. El cerdo es biológicamente muy similar al ser humano, por lo que es pausible que pueda transmitirnos sus enfermedades.
El Gobierno ordenaba acabar con toda la cabaña porcina, unos 250.000 ejemplares, supuestamente, para frenar la expansión del virus gripal A/H1N1, cuya epidemia mundial tuvo origen porcino. Aunque, según se ha informado, ningún ciudadano egipcio sufre la infección gripal y a pesar de los reiterados mensajes de la OMS indicando que el virus solo se transmite a través de la respiración (no con la digestión de alimentos), el Gobierno de Egipto ha procedido a cumplir esta controvertida y criticada matanza porcina.
Antes de morir, la intención de las autoridades sanitarias egipcias fue que los cerdos fuesen analizados, con el objetivo de que parte de esa carne quede congelada para un eventual consumo posterior. Los propietarios de las granjas donde la carne quede en congelación serían compensados económicamente, informó el Gobierno, si bien dichos profesionales se apresuraron a precisar que, en aquel momento, nadie les recompensó.
En Egipto únicamente come carne de cerdo el 8% de la población, que se declaran cristianos coptos. Entre el resto de los egipcios, musulmanes, el cerdo no es un animal bien visto, como tampoco lo es en Israel, donde es considerada una bestia impura. Las autoridades de Tel-Aviv incluso prohibieron que los medios titularan sus informaciones con la palabra "porcino".
Las autoridades sanitarias de Egipto anunciaron que también se pretende mejorar el grado de higiene de las granjas porcinas del país, en muchas de las cuales conviven sin ningún tipo de limpieza cerdos, perros, aves, ratas, gatos y humanos. En cualquier caso, la matanza supone la ruina de un sector económico que ha expresado sus protestas con enfrentamientos con la policía.