GUZMAN1

jueves, 18 de septiembre de 2014

EL VOTANTE AUTOMÁTICO.



Mi desencanto fue grande cuando supe que Podemos no pensaban podar nada, sino que significa que "pueden" aunque no sepan qué quieren. Sus slogans electoralistas contra la casta depredadora se esfuman sin concretarse.

En lugar de podar la mala hierba, Pablo Iglesias se apunta a querellarse contra Pujol con argumentos que faltan a la verdad al omitir hechos sustanciales. Hechos que conoce muy bien el ex-fiscal y ahora querulante Jiménez Villarejo, a quien no le importa lo que digan de él porque ahora goza de la inmunidad de eurodiputado gracias a sus nuevas amistades.

El "proceso" no es tramitado por el juez natural predeterminado por la Ley, para variar. Ha caído "casualmente" en las manos del juez Pedraz, quien ya las tenía manchadas en el mismo asunto, que son uno y mil al mismo tiempo. Así se pueden dispersar las pruebas y construir con ellas castillos de naipes, gracias al espúreo, pseudojurídico y marrullero cumplimiento de la Ley, tan propio de quienes la representan en la Audiencia Nacional como titiriteros.




De común acuerdo, jueces y acusadores lo que quieren es que la Justicia diga que todo lo que tiene Pujol son fondos robados del erario público, callando que también hay gente perjudicada, como yo.

Y si no fuese así, que los cabecillas de Podemos se lo cuenten todo a sus seguidores, que están preguntándoselo. 

El secretismo en la dirección de un partido despide ese feo olor a mangoneo y autoritarismo que también señala a Rajoy, el mudo de la Moncloa.

Podemos y sus filiales, que nacieron de numerosas plataformas reivindicativas, no están promoviendo sus propuestas sino que las asfixian por el dogmatismo político de unos cuantos granujas.

Los actuales partidos, y más éste, se conducen bajo la tutela de los "politólogos", expertos en el arte de utilizar a la ciudadanía como relleno de manifestaciones de modo que abulte y resuene.

Proliferan como setas en la sobornocracia, en la que la Ley está para saltársela a cara descubierta y desvalijar lo que se pueda, como hacen los que fueron elegidos en la presente legislatura.

Como ejemplo, visto como tira Rajoy del dinero de los demás, Podemos quiere repartirlo entre todos buscando él también ser popular. ¡Hala!.

Hasta el socialista Pedro Sánchez se lleva las manos a la cabeza y tiene razón en que los fondos públicos no se pueden regalar. Las pensiones, las infraestructuras y los servicios públicos no se pagan solos ni se pueden impagar. Es el mejor argumento de la oposición venga quien venga, porque tal y como está el país, la esperanza más común del votante medio se reduce a que se mantengan las prestaciones públicas básicas.

Y la esperanza más ferviente es la de que se cree empleo, que no va a aumentar si unos y otros dilapidan lo que no les pertenece como están haciendo.

Y es que no se sabe de qué manual de marxismo-leninismo han podido sacar esas ideas. Lo de encuadrar a los suyos en una sola línea de pensamiento sí me suena de ese tipo de ideologías.

Es incoherente aceptar que desobedecer las leyes pueda compaginarse con exigir rectitud a sus iguales en el incumplimiento. Si la política debe ejercerse dentro del principio de legalidad, casi todas las actuales alternativas políticas se callan su relación con la corrupción pero no les importa hablar de la de los demás.

Y por eso los seguidores de Podemos no creen en el Estado de Derecho, visto y demostrado que España no discurre por esos cauces. No se les puede juzgar por exigir la misma vista gorda y la indulgencia que las instituciones brindan a todo el que mande un poco.

Lo probable es que no podarán cabezas porque prefieren la tranquilidad de que no caerán las suyas cuando la suerte les quite los votos que recibieron.





La revolución radical sostenida desde el disparate está también agotándose ante su absoluta esterilidad para una ciudadanía sedienta de verdades prácticas y de cambio real. Ya nadie tiene el monopolio de la agitación, pero aún así sigue rentando más que una política agotada por ausencia de ideas y de gente honrada que las practique.

En cierta ocasión me dijeron que la palabra "radical" significa políticamente afrontar de raíz los problemas sociales. Desde entonces he comprobado que en lugar de solucionar problemas el radicalismo busca crearlos para explotarlos mediáticamente.

No creo que tengan la menor idea de cómo solucionar los acuciantes problemas económicos ni ningún otro, y por el contrario les creo capaces de hundirnos a todos en menos de un año si les dejan.

Las propuestas radicales esconden un simplismo evidente y la ideología se reduce a un aventurerismo con el pan de los demás que por sí solo se hace merecedor del mismo castigo proletario que proponen para los demás.





La causa de que unos tipos así puedan ser una de las opciones mayoritarias habría que buscarla en el ansia de quitarnos de encima los gobiernos a los que estamos acostumbrados. Puro castigo de los electores, la excepción a la regla de abstenerse de colaborar con este régimen llámese democrático pero construído sobre el anterior.

Y eso se debe al hartazgo de los españoles por ser tratados así, como animales de tiro, bajo una aparente democracia que no les representa.

Si Iglesias y Monedero quieren cambiarlo, no pueden actuar como exaltados. Si lo quieren ser, que dejen el liderazgo a alguien que sepa gestionar una administración pública y que ellos dos se pongan de asesores, para poner su insidia propagandista al servicio de su causa en lugar de contra la ciudadanía.

Porque en estos tiempos, por mucho que mande la cúpula, los disidentes expulsados a la primera purga se van a ir con todos los que no estén interesados en quedarse a ver la segunda.

La falta de representatividad es un mal de la democracia, pero la falta de pluralismo político es un mal de los partidos.