GUZMAN1

domingo, 30 de agosto de 2015

NATURALEZA HUMANA.



Con idéntica bravura y destreza a la que los arponeros emplearon contra los benéficos cetáceos, otros navegantes temerarios embisten a las flotas pesqueras y se interponen en rumbo de colisión por una causa: la defensa de cualquier animal frente al ser humano.

Este molesto tropel está en contra de la red y del anzuelo, aunque en su perenne cuaresma alguno coma pescado sin importarle su asfixiante agonía sobre las cubiertas de los sufridos lobos de mar.

No voy a discutir que haya que procurar no extinguir ballenas, ejemplo muriente de vigor, sino de la confusión analógica acerca de la tauromaquia. Difícilmente habría sobrevivido el toro bravo sin permiso del amo de su dehesa. Yerran los animalistas al negar que el toreo sea cultura, porque es tradición al menos desde la época minoica y espectáculo vibrante en circos y anfiteatros romanos, donde era festejada tanto la muerte del toro como la de lanceros y gladiadores.

No más sentimentales, los detractores del sacrificio taurino se prodigan en lo de la compasión por el astado mientras celebran las cornadas que reciba la cuadrilla, en un ejemplo claro de incoherencia que no se pueden tomar bien los participantes en los encierros que este año han perdido unos cuantos atrevidos.
  
Sin embargo, es una razón más para preocuparse por la naturaleza y arrebatarla de las indecisas argumentaciones de acomplejados vegetarianos, más escrupulosos con bichos que con personas.

La desacreditada secta de los verdes ecologistas, con desprecio a las eventuales razones de inhumanidad propias del espectáculo, se entrega hace ya años a la inútil misión de prorrogar la supervivencia del tembloroso montón de filetes que corretea por los campos de su propietario hasta que las mulillas lo llevan a nuestros platos.

Gracias a esta nueva forma de entender la cría y destino de los toros, de las plazas de Barcelona han sido desterrados recortadores y las distintas suertes de toreo incruento, excepto en los "correbous" populares que gozan de la excepción de la catalanidad.



También son menos escrupulosos con las personas los promotores del método de "fracturación hidráulica" por el que se extrae el gas de cierta roca bituminosa. Triste caso el del fracking, que prometía limitar sus efectos destructivos al subsuelo, y ha acabado en demostrar colateralidad sísmica y contaminación de acuíferos.

Las compañías extractoras son reticentes a revelar las sustancias que inyectan y en general toda información que perjudique a gobiernos y corporaciones. El agua sucia del proceso puede contener productos de altísima toxicidad sobre los que se hacen estudios científicos, por si acaso hubiera que regularlo.

Energía alternativa, decían los que han olvidado las capacidades de los bóvidos y equinos que eliminan residuos y excedentes agroalimentarios con producción de masa fertilizante, que la mano invisible del mercado desaprovecha y permite que acaben siendo purines contaminantes. De estos residuos sale también biogas, que si la industria no quema subirá hasta combinarse con el ozono en las capas altas de la atmósfera.

Obviamente cualquier agroproductor dirá que es mucho más cómodo echar gasóleo al tractor que cuidar de una cuadra de semovientes, y que ni caso de lo del cambio climático, porque ni es culpa suya ni tampoco el ciclo de las estaciones tiene una regularidad exacta.

No obstante, la ganadería siempre estuvo a la par con la agricultura por las sinergias indudables entre ambas actividades, y en los arrozales del tercer mundo las bestias de tiro tienen ventaja sobre los tractores. Es eficaz emplear rumiantes para desbrozar terrenos en la prevención de incendios forestales, pero en general la gente se ríe de métodos que consideran anacrónicos. 

También está fuera de lugar cabalgar sobre el asfalto, pero la hípica goza aún de algún respeto. Sin gasolina estaríamos como el shakespeariano Ricardo III dispuesto a cambiar su reino por un caballo. Más absurdo es pensar en coches tuneados conducidos por punkies ansiosos de gasolina como en la película Mad Max, cuyo guionista debería haberse informado de que en el desierto australiano hay camellos.

Así que entre vegetarianos y consumistas tenemos la casa sin barrer y en un alarde de generosidad compramos combustibles con casi tanto octanaje como impuestos, y con las sobras dejamos el regalito al medio ambiente y las generaciones futuras. 


Los petroleros inseguros y los desastres mineroindustriales como el de Aznalcóllar son un ejemplo de cómo las administraciones públicas supervisan la seguridad ambiental. En algún caso, con posterior exigencia de responsabilidades por el daño al interés público que dicen que representan, y en otros casos al revés.

El objetivo del Proyecto Castor era el almacenamiento subterráneo de gas natural, y fue abandonado por su propensión a los terremotos. Las explicaciones, no demasiado transparentes, recuerdan a los problemas del "fracking". Según los promotores pretendía aprovechar un antiguo yacimiento marino de petróleo a más de 1.700 metros de profundidad, según otros un lecho de roca porosa rodeada herméticamente por roca impermeable. El hecho por todos conocido de que la presión de un gas dentro de un receptáculo puede hacerlo explotar, es lo único que ha quedado claro.

El Proyecto Castor fue de la empresa española "Escal UGS", integrada por ACS y Enagas y la canadiense CLP, bonificadas por evitar que nadie tuviera que sufrir las consecuencias de las perforaciones y bombeo de gases y fluidos. Ni los inversores, ni los vecinos bajo riesgo sísmico.

Si a todos nos indemnizaran por los negocios fallidos, o por dejar de amenazar el medio ambiente y las personas residentes, no harían falta aseguradoras porque el Estado las sustituiría. Ni tampoco es que necesitasen el dinero los accionistas de ACS: la familia March, los "Albertos" (Alberto Alcocer y Alberto Cortina) y Florentino Pérez, más conocido por ser madridista de profesión.