El diezmo que se debía satisfacer a diferentes estamentos, señoríos, o reyes, era el derecho a la décima parte del valor de las mercaderías que entraban y pasaban de un reino a otro, además del más conocido diezmo eclesiástico voluntario. El poder mantiene tasado el comercio de bienes y servicios, que incluye el intercambio de información, un sector de los que más respeta la parte del que manda.
El corporativismo profesional de los periodistas se debate entre servir a los distintos poderes establecidos o a la libertad de expresión y a la competencia informativa. Pero es otro corporativismo del que quiero hablar, el propiamente político y económico, del que nace dicha pugna y servidumbre.
El modelo "corporativista" inspiró un anteproyecto de Constitución para la Segunda República, ya que tuvo partidarios en España entre socialistas, conservadores, liberales, progresistas de la Institución Libre de Enseñanza y monárquicos de Acción Española. Así que no es mérito ideológico del franquismo, aunque fue entonces cuando se creó la Democracia orgánica en España, con su aparato que en vez de confiarse a los partidos políticos, canalizó la representación popular a través de las corporaciones sociales, "familiares" y municipales, y otras como el sindicato y el partido únicos.
Actualmente, los partidos políticos han absorbido todas las funciones corporativas y son, en ocasiones, el único canal de la acción política. A diferencia del modelo tradicionalista, se adapta a otros moldes ideológicos sin abandonar la férrea jerarquía que le caracteriza.
Del mismo modo que en otros regímenes políticos, la economía, al menos en gran parte es controlada por el estado y también la prensa y la publicidad. Suavemente y sin que se note no se mueve ni una mosca sin permiso de los que siempre han apoyado a variopintos gobernantes a cambio de ejercer su poder sin interferencias ni restricciones. Así se garantizan protección unos a otros.
La renovada versión del organicismo se infiltra en todos los estamentos dentro de los cuales la prensa oficial no menciona los pecados propios para centrarse en los ajenos. El recurso al patriotismo sirve para ocultar antiguas miserias que no desaparecen por culpa de tantos que presumen de valores mientras van a lo suyo. Para alegría de crédulos, los medios, productoras y corporaciones comerciales se deshacen en justificaciones de la mediocridad para que parezca que lo poco no es tan poco y lo mucho, mucho más.
El negacionismo de la realidad para evadir una verdad incómoda es el verdadero objeto de los programas de comentarismo político, o deportivo, donde los que tienen silla reservada mantienen su reputación amenazando con querellarse, a la vez que ellos mismos se dejan en ridículo.
El servilismo pagado deteriora la imagen del divulgador que un día se ganó la solvencia profesional en la comunicación. Pero la solvencia que más nos suele importar es la bancaria.
El editor de prensa no busca sólo beneficios, sino competir con otros medios de comunicación ofreciendo lo que gusta al mismo segmento del público. La competencia, por su parte, responde aumentando la bola hasta que ya resulta intragable hasta por sus más fieles seguidores. De paso, como se suele decir, se marea la perdiz para que lo que no quieren decir pase desapercibido. Aquello que no publican lo llaman impropiamente "información privilegiada" por estar reservada a las élites.
El editor es el único de su empresa que goza de cierta libertad de prensa dentro de los condicionantes citados. Pero incluso él, y no sólo sus empleados, figura en un dossier con el que puede ser amenazado en cualquier momento por la autoridad oficial y los poderosos. Otras veces son los medios rivales los que insinúan conocer sus trapos sucios, sea cierto o no.
Las faltas cometidas por los profesionales se pagan con pérdida de reputación y sospechas de deslealtad cuando no tiene valor la lealtad a uno mismo. Los periodistas que traicionaron su oficio, incluso los que más fama ganaron, caen en el desprestigio profesional si se hace pública su falta de credibilidad o la de sus fuentes de información.
Gracias a la tácita sumisión del público en general, se han consolidado regímenes autonómicos dirigidos por partidos políticos que se funden con las instituciones bajo el mando de personajes de poder ilimitado. Uno de los principales estandartes de los caciques locales es su red de medios de comunicación "públicos".
Las imposiciones ideológicas dentro de un orden de partidos son atribuciones oficiosas de los que controlan el monopolio electoral. Las llaves de las mayorías y las del sistema dependen de que la credibilidad del partido sea compartida por prensa y redes de comunicación, más que por colectivos de estoicos militantes.
La autoridad ejercida jerárquicamente para encuadrar a las masas necesita de la propaganda y de distintos mecanismos de control social predispuestos contra cualquier contestación de la sociedad.
En Cataluña, el Régimen es el de 1977, fecha del restablecimiento de la Generalitat por el presidente Suárez, sin autonomía ni recuperación del Estatuto de 1932. Hay los que piensan que fue restauración de la "legitimidad republicana", pero no lo fue tanto.
El que, tras la dictadura, no cambió de chaqueta oportunamente, perdió todos sus privilegios por no saber adaptarse al nuevo tradicionalismo catalán que se impuso con general satisfacción.
Los que no eran franquistas descubrieron que el catalanismo era vehículo de toda renovación ideológica, y mientras unos abogaron por la sustitución de una patria por otra, o independentismo, otros consideraron compatible lo de estimar "la patria grande y la patria chica", actitud que fue inmediatamente aborrecida.
Una vez reducida dicha dualidad al concepto de "estado español", todas las administraciones públicas que forman parte no han podido imponerse o bien no se han subordinado tras descentralizarse la acción legislativa y política. Las élites hereditarias se parapetan tras sus respectivas barricadas administrativas para seguir medrando y en el caso catalán, presionando actualmente al límite.
El periodista de tradición conservadora José Antonio Zarzalejos dijo que "Pujol ha desvencijado el estatus quo de Cataluña, a tal punto que, antes que otro objetivo, el perentorio e imprescindible, es reconstruir éticamente la vida pública catalana". Desde la atalaya mesetaria ya podrán vocearnos consejos, que ayudan poco tras décadas de desvencijamiento generalizado con tantos culpables allí como aquí.
Autoridad es orden al que cada uno se somete, sea la ciudadanía, sea esa parte de ella dedicada al periodismo, limitado por el autoritarismo desde muy diferentes ideologías y movimientos.
Los opositores a las fuerzas políticas se exponen a la ridiculización de sus ideas, en tiempos en que la manipulación se ensaña con la honradez informativa. Un opinador libre dura el tiempo que tarde en aceptar rebajarse o ser despedido.
La Prensa funciona con el visto bueno de los dirigentes, así que no daña a sus maniobras sino que disimula la noticia, de la cual hay una versión distinta en cada medio. Claro que las imágenes de televisión son reales, pero unos las emiten y otros no, con o sin comentarios que desvirtúen o exageren su veracidad.
Sacando pecho con el respaldo de la autoridad se toman también sus decisiones. Donde el poder político pierde poder, lo gana una jerarquía, dueña del orden social. Derechas e izquierdas, según convenga son reputados de nacionalistas o colectivistas, mientras no se toca el sector de los poderes fácticos de toda la vida.
La misma verticalidad piramidal de pasadas jerarquías acaba volviendo al culto al Estado, aunque ya no se limite a un partido único. En un sistema de monopolio de la actividad política y de exceso en la intervención, los partidos ejercen sobre los medios una autoridad absoluta.
Quien alcanza el poder se reserva el monopolio de los medios de persuasión y coacción sobre los medios de comunicación, y así la partitocracia se asienta sobre la ausencia de cuestionamiento al propio Estado y sus amos.
Quien alcanza el poder se reserva el monopolio de los medios de persuasión y coacción sobre los medios de comunicación, y así la partitocracia se asienta sobre la ausencia de cuestionamiento al propio Estado y sus amos.
Después se extrañarán de que el público busque quién le explique los hechos constatadamente silenciados. La prensa alternativa, muchas veces alternativa a la veracidad, tiene encanto para quien se lo encuentra y en cualquier caso es un receso para descansar de la insistente prensa mayoritaria.
La divulgación que últimamente llaman "conspiranoica" nunca fue alternativa para ganar credibilidad, pero sí oyentes incapaces de detectar la mentira, o que se complacen en ella. Cualquier casualidad crea una duda razonable con la que llenar espacios televisivos, radiofónicos y prensa escrita que entretienen a los amantes del "misterio y otras realidades".
Yo ya me he cansado de intentar averiguar a qué juega cada uno, pero sería estúpido por mi parte criticar a los profesionales que compiten con la omnipresente sordina de las grandes cadenas, puesto que los primeros tienen una capacidad de manipulación mucho más limitada.
Importa menos estar de acuerdo, que captar interés sin respaldo comercial. Lo único relevante de un comunicador es respetar la inteligencia del público y su opinión.
Los "mass media" ya no necesitan esforzarse en sus objetivos, porque lo que pusieron en marcha funciona solo. Gracias a su continua intromisión no he podido ni descansar en casa, y durante años en la calle, muchos con los que me cruzo comentan por lo bajo: unos, que soy "feixista" o "yihadista", y otros, las habituales indirectas a la altura de su condición, como las de ese librero que tiene en exhibición títulos de Milan Kundera, junto a otros de tipejos iguales a los que dicho autor tuvo que soportar.
La ciudad cosmopolita se ha entregado disciplinadamente al principio de obediencia debida para evitar el qué dirán. Alguno comenta mi blog, ofendido o risueño, de lo que me felicito, y también a los que hayan superado su inexplicable interés por mi vida personal, divulgada por orden del poder al que dicen que sirvo.
Reconozco que es poco precio a pagar por contestar debidamente a gente indudablemente más importante sus ataques. Pero un blog se supone que es para descargar emociones interiores y es un placer escribirlo para quienes no tienen por qué leer mis impulsivos desvaríos, pero lo hacen.
La marginación colectiva de los disidentes tiene una larga lista de predecesores en todo el mundo y también en estas calles. Tan intensa que Siberia tiene para mí evocaciones parnasianas ya que al menos en aquéllas soledades esteparias los deportados no se cruzaban con nadie que les repitiese las gilipolleces que hayan oído decir a otros.
Lejos de combatir la exclusión social, los esfuerzos de los clanes dirigentes se esfuerzan en promoverlas como medio de contrarrestar adversarios. La libertad en manos de otros que nos la administran a su capricho. La opinión, mediatizada e impuesta.
Por supuesto, igual que no compras el periódico que no te gusta, queda la opción de borrar cadenas de televisión del selector de canales. Yo no lo hago, porque lo que callan unos y lo que dicen otros ayuda a descubrir lo que no aclara ninguno. Pero cada uno es muy libre de eliminar las que no piense ver ni haciendo zapping.
Si esperas asesoramiento político, lo peor que puedes hacer es escuchar sus veredictos pagados. Te dan lo que quieren, a cambio de que no pienses por tu cuenta y en el momento que algún opinador está diciendo algo interesante, cortan y te atiborran de anuncios para mayor descaro.
Ninguna promesa de cambio político me va a afectar personalmente, salvo que las cosas empeoren. No me queda nada más que aguantar pullas y devolver alguna de vez en cuando a tanto lameculos.
La ciudad cosmopolita se ha entregado disciplinadamente al principio de obediencia debida para evitar el qué dirán. Alguno comenta mi blog, ofendido o risueño, de lo que me felicito, y también a los que hayan superado su inexplicable interés por mi vida personal, divulgada por orden del poder al que dicen que sirvo.
Reconozco que es poco precio a pagar por contestar debidamente a gente indudablemente más importante sus ataques. Pero un blog se supone que es para descargar emociones interiores y es un placer escribirlo para quienes no tienen por qué leer mis impulsivos desvaríos, pero lo hacen.
La marginación colectiva de los disidentes tiene una larga lista de predecesores en todo el mundo y también en estas calles. Tan intensa que Siberia tiene para mí evocaciones parnasianas ya que al menos en aquéllas soledades esteparias los deportados no se cruzaban con nadie que les repitiese las gilipolleces que hayan oído decir a otros.
Lejos de combatir la exclusión social, los esfuerzos de los clanes dirigentes se esfuerzan en promoverlas como medio de contrarrestar adversarios. La libertad en manos de otros que nos la administran a su capricho. La opinión, mediatizada e impuesta.
Por supuesto, igual que no compras el periódico que no te gusta, queda la opción de borrar cadenas de televisión del selector de canales. Yo no lo hago, porque lo que callan unos y lo que dicen otros ayuda a descubrir lo que no aclara ninguno. Pero cada uno es muy libre de eliminar las que no piense ver ni haciendo zapping.
Si esperas asesoramiento político, lo peor que puedes hacer es escuchar sus veredictos pagados. Te dan lo que quieren, a cambio de que no pienses por tu cuenta y en el momento que algún opinador está diciendo algo interesante, cortan y te atiborran de anuncios para mayor descaro.
Ninguna promesa de cambio político me va a afectar personalmente, salvo que las cosas empeoren. No me queda nada más que aguantar pullas y devolver alguna de vez en cuando a tanto lameculos.