No sé qué miro en este
fijo rostro de vidrio,
pálido entre las luces
finales, y aún despierto.
¿O es mi sueño en lo oscuro?
Superficie de agua,
cristal que no transcurre,
como un ojo que ha muerto
mas devuelve una imagen.
Rostro vítreo, sin meta,
una copia de engaños,
alma, espejo o mi nombre
sobre unos labios mudos.
EL ACÓLITO (en rojo)
De rojo entero, alumbro
esta muerte sin prisas.
Tal le veo acezando,
ronco a veces, sin sangre,
cual pedernal sin chispa.
Quémate, yo diría.
Pero no como nieve,
sino cual llama. Mírame
entre el rojo ropaje
arder, como una rama,
o en palabras ardientes.
Por mis pies entra el fuego
del mundo, y en él vivo,
todo mi cuerpo en ascua.
Y las llamas se enroscan.
Mi cabellera ardiendo.
Pero tú, nieve sucia,
carbón yerto, avaricia
de oscuridad, ¿qué miras?
Te veo en el espejo
mirándote, y oh obscena
contemplaciòn de un muerto.
El INQUISIDOR
Solo estoy y he perdido.
Con mi mano sin lumbre
di llamas, y fui justo.
Salvé matando, y miro
cara a cara a ese sol
que es un desorden. ¡Puedo!
Amo la sombra, donde
está Dios, y su filtro
de voluntad. ¡Detente!
Nadie pase que no
pueda beber del frío
sin luz, que al Alto ama.
Yo soy sombra en la sombra.
Y en la sombra me aplaco
como ese viento frío
que solo de Dios llega.
Muera quien tiemble. Peca
quien puede. Y debo
mirar a Dios: espejo
de unas aguas que ahí yacen.
Pero este vidrio inmòvil…
¡Pureza! Hueso, alfil.
Solo tu voz respòndame.
EL ACÓLITO
Él se mira: está muerto.
Lo sabe. Y mata, y muere.
Pero muere de nuevo.
EL INQUISIDOR
No temblé nunca. A muchos
entendí, y , mas voraces,
fuego pidieron, fuego
tuvieron, y arden puros
en el sublime frío
de otro estar permanente.
Pues Dios es sombra, y sòlo
en la sombra resuena,
tentado, y sombra en todo.
Pero sombra es el mundo
sombra de Dios, y Él quema
como la nieve larga
que un luto al fin revela.
Luto de amor o muerte
para Dios en los labios.
EL ACÓLITO
Quien habla es quien escucha.
Pero a sí solo, y muerto.
Pues quien no oye ha acabado
como el agua en los muros,
donde, quieta, no existe.
Aquí esa mano vive
muerta, pues muerte otorga,
vida fingiendo, réproba.
Que donaciòn terrible,
desde una faz sin venas
donde el cirio está extinto.
Cera de muerte, acábate,
EL INQUISIDOR
Una mujer, un niño
arder pueden. Hermosa
su verdad cuando ardiendo.
Ábrete, cielo, y lama
la llama el azul claro en
que Tú los recibas.
En Ti se queman, frío
de tu seno acogiéndolos
en la nieve perpetua
donde la llama alcanza.
Hielo sin fin, suprema
paz, donde acaba el fuego,
reino hialino y puro
donde la hoguera ríndese.
Quemad, quemad, y sálvense,
y en la nieve reposen.
EL ACÓLITO
En el espejo él oye,
sin voz, las frías aguas,
un manantial pensado,
nunca sentido, y mudo.
EL INQUISIDOR
No he vacilado, y mírome
y estoy, y soy, pues callo.
Y sombra imparto, sombra
de Dios, que eso es la muerte.
Qué salvación del mundo
ardiendo. Hoguera entera
que otorgaría mi mano
para salvar, muriendo,
matando. ¡A Dios las almas!
En el espejo gélidas
miro otras luces, brillo
de ese cristal sin curso,
y sé: su frío es vida.
Sòlo un reflejo o mano
mortal, que vida otorga.
Y sé. Quien calla escucha.
¡Pero todos se abrasen!