GUZMAN1

viernes, 27 de noviembre de 2015

Vicente Aleixandre, "El inquisidor, ante el espejo".



No sé qué miro en este 
fijo rostro de vidrio,
pálido entre las luces
finales, y aún despierto.
¿O es mi sueño en lo oscuro? 
Superficie de agua,
cristal que no transcurre, 
como un ojo que ha muerto 
mas devuelve una imagen. 
Rostro vítreo, sin meta, 
una copia de engaños, 
alma, espejo o mi nombre 
sobre unos labios mudos.



EL ACÓLITO (en rojo)
De rojo entero, alumbro 
esta muerte sin prisas. 
Tal le veo acezando, 
ronco a veces, sin sangre, 
cual pedernal sin chispa. 
Quémate, yo diría.
Pero no como nieve, 
sino cual llama. Mírame 
entre el rojo ropaje
arder, como una rama, 
o en palabras ardientes. 
Por mis pies entra el fuego 
del mundo, y en él vivo,
todo mi cuerpo en ascua. 
Y las llamas se enroscan. 
Mi cabellera ardiendo.
Pero tú, nieve sucia,
carbón yerto, avaricia
de oscuridad, ¿qué miras? 
Te veo en el espejo
mirándote, y oh obscena 
contemplaciòn de un muerto.


El INQUISIDOR

Solo estoy y he perdido. 
Con mi mano sin lumbre 
di llamas, y fui justo. 
Salvé matando, y miro 
cara a cara a ese sol
que es un desorden. ¡Puedo! 
Amo la sombra, donde 
está Dios, y su filtro 
de voluntad. ¡Detente! 
Nadie pase que no
pueda beber del frío
sin luz, que al Alto ama.
Yo soy sombra en la sombra. 
Y en la sombra me aplaco 
como ese viento frío
que solo de Dios llega.
Muera quien tiemble. Peca 
quien puede. Y debo 
mirar a Dios: espejo
de unas aguas que ahí yacen. 
Pero este vidrio inmòvil…
¡Pureza! Hueso, alfil. 
Solo tu voz respòndame.



EL ACÓLITO

Él se mira: está muerto.
Lo sabe. Y mata, y muere.
Pero muere de nuevo.



EL INQUISIDOR

No temblé nunca. A muchos
entendí, y , mas voraces,
fuego pidieron, fuego
tuvieron, y arden puros
en el sublime frío
de otro estar permanente.
Pues Dios es sombra, y sòlo
en la sombra resuena,
tentado, y sombra en todo.
Pero sombra es el mundo
sombra de Dios, y Él quema
como la nieve larga
que un luto al fin revela.
Luto de amor o muerte
para Dios en los labios.



EL ACÓLITO

Quien habla es quien escucha.
Pero a sí solo, y muerto.
Pues quien no oye ha acabado
como el agua en los muros,
donde, quieta, no existe.
Aquí esa mano vive
muerta, pues muerte otorga,
vida fingiendo, réproba.
Que donaciòn terrible,
desde una faz sin venas
donde el cirio está extinto. 
Cera de muerte, acábate, 
y la tierra te herede.




EL INQUISIDOR

Una mujer, un niño 
arder pueden. Hermosa
su verdad cuando ardiendo. 
Ábrete, cielo, y lama 
la llama el azul claro en 
que Tú los recibas. 
En Ti se queman, frío 
de tu seno acogiéndolos 
en la nieve perpetua 
donde la llama alcanza.
Hielo sin fin, suprema
paz, donde acaba el fuego, 
reino hialino y puro 
donde la hoguera ríndese. 
Quemad, quemad, y sálvense, 
y en la nieve reposen.



EL ACÓLITO

En el espejo él oye,
sin voz, las frías aguas, 
un manantial pensado, 
nunca sentido, y mudo.



EL INQUISIDOR

No he vacilado, y mírome 
y estoy, y soy, pues callo. 
Y sombra imparto, sombra 
de Dios, que eso es la muerte. 
Qué salvación del mundo 
ardiendo. Hoguera entera
que otorgaría mi mano 
para salvar, muriendo, 
matando. ¡A Dios las almas! 
En el espejo gélidas 
miro otras luces, brillo 
de ese cristal sin curso,
y sé: su frío es vida. 
Sòlo un reflejo o mano 
mortal, que vida otorga.
Y sé. Quien calla escucha. 
¡Pero todos se abrasen!