Frotó el indio la
yesca,
el pedernal, el pino
con otro pino viejo,
la madera, las hojas
de roble, la corteza
de los ceibos caídos,
el cuerpo del animal
salvaje, el carbón
mineral endurecido.
El mundo cambió
entonces
otro espejo movible
que no era el del
agua,
alzó su brazo rojo
en la espesa maleza,
en el ámbito crudo
de miles de años
a la sombra,
iluminados
solamente por el rayo
o por el centelleo
de los lúcidos ojos
de las fieras.
Tú te callaste
entonces
viendo crecer la
lengua
clarísima, la llama
que levantó su lanza,
su corona de espinas
y que lamió la noche
como animal salvaje.
Ante tu limpio rostro
de indígena doncella
nacía otro milagro:
el milagro del fuego.
el milagro del fuego.