Corresponsal de guerra es el periodista que informa desde un lugar en guerra de la marcha de la misma, generalmente acompañando a uno de los ejércitos o sirviendo para los departamentos de prensa de los mismos.
Al final del siglo XIX, las corporaciones de los medios de comunicación masiva esperaban que sus corresponsales informasen sobre los conflictos. El ascenso de la prensa popular sirvió para preparar al público para las intenciones militares de los gobiernos.
La Primera Guerra Mundial transformó el reportaje de guerra en propaganda. Los corresponsales de guerra ya no se consideraban observadores objetivos, independientes del conflicto, sino como parte del esfuerzo bélico de su nación. Su primera responsabilidad era reforzar la moral pública y apoyar la acción bélica, mas no reportar lo que realmente sucedía en los campos de batalla.
En la Segunda Guerra Mundial, los corresponsales se identificaron más con los ejércitos que seguían, que con las corporaciones de los medios para las cuales reportaban. Sus reportajes fueron cuidadosamente supervisados, y a menudo censurados, por oficiales militares, y sus movimientos estrictamente controlados. Su papel se enmarcó en el contexto de la lucha nacional por la victoria. Redujeron a una batalla entre el bien y el mal lo que en esencia constituía un choque de imperios, continuando durante la guerra fría.
Como consecuencia de la Guerra de Vietnam, el Gobierno de los Estados Unidos dio permiso a un gran número de prensa libre para acceder al campo de batalla. La televisión permitió que las historias contadas en la prensa o la correspondencia resultaran creíbles. Estos periodistas no tenían que someterse a ningún tipo de normas que pudiesen restringir su actividad profesional. Así, en muchas ocasiones, no solo fueron trasladados con medios militares a los lugares donde deseaban trabajar, sino que tuvieron que ser protegidos de manera directa para que pudiesen alcanzar sus objetivos informativos.
Pero los espectadores estadounidenses presenciaron desde sus casas la evacuación de sus embajadas en Saigón y la incapacidad de su país para ganar la guerra. Por otro lado, algunos periodistas mostraron también el abandono de algunos militares a la droga y la corrupción, así como los crímenes contra la humanidad del propio ejército estadounidense (que se suponía que lideraba al mundo libre en la lucha contra el comunismo). Probablemente las imágenes que mejor reflejan esto sean la fotografía de la niña desnuda huyendo de los bombardeos de napalm y el vídeo del oficial survietnamita ejecutando de un tiro en la cabeza a un guerrillero.
Esto hizo reflexionar al Gobierno de los U.S.A. sobre cuál era el número de muertos que podía soportar la opinión pública. Las potencias occidentales reflexionaron y llegaron a la conclusión de que los partes oficiales de guerra no pueden contradecir el espectáculo televisivo. Surge por tanto el llamado «frente mediático» de la guerra. Así, si un gobierno quiere continuar con una guerra, debe asegurarse que sus ciudadanos perciban ésta como justa. Es ahí donde encaja la importancia creciente de los medios de comunicación.
El primer conflicto en el que se puso a prueba las conclusiones sacadas a partir de Vietnam, fue la Guerra de las Malvinas. Tras recuperar las islas, el ministerio de Defensa británico escogió a diecisiete periodistas para ser transportados, alojados y atendidos en barcos militares. Además de confraternizar con los militares como consecuencia de la convivencia, los periodistas necesitaban de los medios tecnológicos de los navíos para enviar sus informaciones. Los periodistas aceptaron someter todas sus informaciones a la censura militar. De esta manera se dio una imagen falsa de lo que fue la guerra de las Malvinas.
Durante la Guerra Irán-Iraq, el Pentágono puso en marcha por primera vez el modelo de lo hecho por los británicos en las Malvinas. Grupos de periodistas se organizaron para acompañar a las naves de guerra estadounidenses que patrullaban en aguas del Golfo Pérsico. Las reglas a las que debían someterse eran muy rígidas y fueron el antecedente de similares experiencias en Granada, Panamá y en la Guerra del Golfo de 1991. Los periodistas debían compartir todo el material obtenido y someterse a las normas militares en todo momento, además de no poder transmitir ningún tipo de información fuera de los canales militares previamente establecidos.
A partir de la invasión de la pequeña isla de Granada, el Pentágono prohibió la presencia de periodistas con la excusa de que era peligroso. Esto causó el primer gran proceso de las cadenas de televisión estadounidenses contra el Pentágono por incumplir la primera enmienda (el derecho a la información).
Desde 1975 hasta la actualidad resulta difícil encontrar una guerra en la que los periodistas hayan podido informar con libertad. El siglo XXI ha sido una época marcada por la proliferación de imágenes de guerra en los medios, que parece responder a que la violencia vende. El único periodismo de guerra que queda ya es el periodismo "gore" destinado al más insano consumismo desinformado.
Durante las guerras surgidas de la Primavera Árabe y la participación de grupos terroristas entrenados por los aliados occidentales y financiados por Arabia Saudí, la prensa libre ya no cuenta con ninguna protección de sus ejércitos, y la retransmisión del degüello de corresponsales libres a manos de yihadistas ha contribuído a silenciar la realidad de los conflictos de Oriente Medio. Lo mismo puede ocurrir en Africa, donde se extiende el yihadismo de la mano de diferentes grupos armados.
El riesgo que un día no desanimó a los corresponsales de guerra se ha convertido en una obvia amenaza para aquellos que no quieran contribuir a la opacidad y la propaganda oficialista. Para recordarnos de que además de panfletos, cadenas y redes de desinformación, quedan algunos periodistas comprometidos con la veracidad, nunca mejor hoy, Día Mundial de la Libertad de Prensa.
¿Y nunca, nunca más, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido,
de temblor de astros, ni en las alboradas
vírgenes, ni en las tardes inmoladas?
¿Al margen de ningún sendero pálido,
que ciñe el campo, al margen de ninguna
fontana trémula, blanca de luna?
¿Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamándolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?
¡Oh, no! ¡Volverlo a ver, no importa dónde,
en remansos de cielo o en vórtice hervidor,
bajo unas lunas plácidas o en un cárdeno horror!
¡Y ser con él todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!