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sábado, 11 de mayo de 2019

"El burro sabe a quien tumba y el diablo a quien se lleva a la tumba."

El felizmente fallecido Pérez Rubalacaba fue ministro del Interior, vicepresidente, candidato a presidente y líder del PSOE. Sus cómplices, dentro y fuera de su partido, le alaban en su funeral como un gran servidor del Estado, que no del pueblo. La prensa del Poder también nos presenta al criminal como a un bendito.

En 1993, Felipe González le nombró Ministro de la Presidencia y Portavoz del Gobierno, cargos que utilizó para encubrir los GAL, la filtración de los papeles del Cesid, la financiación ilegal a través de Filesa o la fuga con sus millones del director de la Guardia Civil Luis Roldán. Desde la sala de prensa del Consejo de Ministros, Rubalcaba era la persona que se encargaba de negar las evidencias sobre la guerra sucia del Ministerio del Interior o sobre el expolio de los fondos reservados, confirmadas después por los tribunales.

EL 11-M fue para Alfredo Pérez Rubalcaba un gran éxito en el que colaboraron los medios de comunicación, que estaban coordinados para dar cobertura a los atentados preparados de antemano. Las jornadas de reflexión, con el país en medio de una gran conmoción, fueron alteradas por el mensaje de Rubalcaba de que el Gobierno mentía, mientras casualmente la sede del Partido Popular era asediada por simpatizantes de izquierdas. Tras conseguir meter a Rodríguez Zapatero en La Moncloa, Rubalcaba, como portavoz socialista, ni aclaró la matanza a la opinión pública ni permitió que se aclarara.

Rubalcaba fue desde 2006 Ministro del Interior, asumiendo el llamado proceso de paz para que ETA abandonase definitivamente las armas a cambio de cesiones políticas. Cuando su hoy sucesor en el cargo y entonces juez Fernando Grande-Marlaska inició una operación contra el aparato de extorsión de ETA que se dedicaba a recaudar el impuesto revolucionario en el bar Faisán, el responsable del negocio recibió de un inspector de policía un teléfono desde el que el jefe superior de Policía del País Vasco le comunicó los detalles de la operación que iba a ponerse en marcha contra él. 

El número dos de Rubalcaba, intercambió numerosas llamadas con el director general de la Policía, también imputado en aquel procedimiento. Al entonces jefe de ETA, trataron de explicarle que el Gobierno "había intentado parar" la operación contra el Faisán para no perjudicar las negociaciones con la banda terrorista, y así lo atestigua la sentencia contra los dos policías condenados. Rubalcaba tenía las espaldas bien cubiertas por su aforamiento, y prefería guardar los trapos sucios de todos al mismo tiempo.

Alfredo Pérez Rubalcaba era todavía ministro del Interior cuando se le pregunta en el Congreso sobre la utilización del sistema de escuchas Sitel. Según dijo en los pasillos del Congreso, él podía ver todo lo que hacemos y oir todo lo que decimos, pero públicamente calificó como "una infamia gravísima" la denuncia del PP sobre las escuchas ilegales que habrían sufrido algunos de sus dirigentes. Tras decir que era "rotundamente falso" añadió que "las acusaciones en democracia se hacen con pruebas y en el juzgado", sabedor de que los jueces españoles cumplen el principio de obediencia debida y que las pruebas sólo las guarda él.

El espionaje a políticos forma parte del control al resto de la población, que sigue en manos del Gobierno y los guardianes de sus cloacas sin ningún tipo de restricciones. La popular Ley Mordaza o Ley de Seguridad Ciudadana que los socialistas dijeron que derogarían sirven muy bien a los propósitos de los continuadores del finado maestro de la desinformación.

El verdugo, maquinador y encubridor pudo por última vez regresar a La Moncloa como vicepresidente de Zapatero, ya sólo para vivir la derrota en las elecciones siguientes. Ahora sólo le queda esperar que vayan llegando los demás colaboradores necesarios de su pasado a su lugar en el infierno, donde no existe la impunidad.